Comentario

Ciberayllu
17 diciembre, 2008

Sobre Gobernar es saber

Acerca de un libro de Edgar Montiel

Miguel Rodríguez Liñán

Edgar Montiel: Gobernar es saber. Formar hombres y mujeres de estado para la nación. Fondo de Cultura Económica, Lima, 2005 (101 pp)

El gusto consiste en saber muchas cosas,
puesto que la palabra del poeta va en toda dirección.
Ya se dijo: su palabra se difunde poco a poco,
no se sabe cómo, en un terreno todavía sin hollar.
Esto es exactamente lo propio del poeta,
de aquel cuya palabra va en toda dirección.

Los Textos Antiguos

Una vez más, en París, Edgar, en un bar restaurante cerca de la rue Garibaldi y del Metro Sèvres-Lecourbes, no lejos de la Unesco, me tendió una mano sincera y amiga; incluso me bajó un buen ripio que me permitió solucionar el percance del pasaporte nuevo (49 euros y 50 céntimos) y casi la totalidad de las multas (60 o 70 eurófilos, suma estratosférica para un poeta misio); se lo agradezco. La verdad es que, por negligencia mía, corría peligro mi estadía en Francia (lo siento por la rima involuntaria), ya que actualmente el ministro ese ha instaurado un sistema represivo y policíaco en una de las naciones más libres, o tal vez en la nación más libre del orbe, políticamente hablando, pero no voy a tocar el tema porque no viene al caso en este trabajo. Además, la famosa libertad, esa palabrita... hasta los poetas se dan de cabezazos o se rompen los dientes contra ésta. Edgar me dijo también que, seguramente, se cancelarían las putas multas. Dicho y hecho: cuando fui aquel viernes para los trámites en el Consulado, éstas habían desaparecido, volatilizadas por obra y gracia de Alan, supongo, de modo que de nuevo, con 50 eurófilos en el bolsillo, me sentí unos instantes millonario, y sigo sintiéndome este amanecer en otras circunstancias —de nuevo el Sur, el campo sereno, el canto de los pajaritos—, por eso escribo estas líneas sobre un tema que antes me parecía aborrecible, pero que ahora me interesa sobremanera, qué muchacho tan díscolo.

Sigo leyendo con lupa el juicioso libro que me obsequió, Gobernar es saber. Formar hombres y mujeres de estado para la nación, FCE, 2005, de modo que meto mi cuchara porque ya llegó la hora. Sin el menor afán de contradecir o lisonjear, con ojo crítico más bien, con ojo poético multifocal, ya que la obra lo merece. Si no, naca la pirinaca, se lo hubiera dicho en el acto. Lógicamente, algunas digresiones habrá, también algunas exageraciones, algunos deslices o resbalones, asumo la responsabilidad y echo p’alante sin pelos en la lengua, más con trompa de elefante que con lengua viperina, probo soy y no me compadezco. Ahora agrando la lupa; preparo también, por si acaso, el microscopio y por Cubiertaqué no un caleidoscopio. Voy a comentar esta obra del pensador con palabras que, sin apartarse de mi estilo en su vertiente humorística, me parezcan adecuadas y justas, en eso estamos de acuerdo ¿no?, me resulta muy difícil expresarme de otra manera, aunque puedo hacerlo; y, como ya lo dije, le daré con hacha verbal si lo considero preciso, me permitiré el machete de alguna sugerencia por muy insensata que sea —o parezca serlo—. Leo, por ejemplo, en La carta al (e) lector [disponible en Ciberayllu], parte primera y proemio de Gobernar es saber, libro que el Fondo de Cultura Económica coloca en la rúbrica de Política y Derecho: «Esta Escuela se propone formar hombres y mujeres adiestrados en el análisis de la realidad, la resolución de conflictos y sobre todo dotados de una capacidad para ejecutar los grandes programas y políticas del Estado en el campo económico, social, tecnológico y cultural.» Asimismo, el autor se preocupa por la preocupación de las mentes esclarecidas de la nación, puesto que hay notoria ausencia de una clase dirigente, de una élite política que actúe orgánicamente, y se preocupa sobre todo por el alarmante divorcio entre el Poder Político y el Conocimiento, cosa que nos preocupa también. ¿Y el universo artístico? Arte no es Cultura ni viceversa, aunque el Conocimiento, en el sentido griego de gnosis, puede serlo; ergo, falta el Arte. Y Filosofía, obviamente, puesto que estamos convencidos con el filósofo, que el filósofo debe reconocer lo que hace falta y el artista debe crearlo. Filósofo y artista serían, pues, compinches.

Estaba ya dispuesto a dar el primer hachazo, cuando leo más adelante que, basándose en Aristóteles, un señor o señora llamado (a) Amartya Sen, y luego, en la misma línea, la filósofa gringa Martha Nussbaum dice, refiriéndose a los derechos y privilegios del individuo en una sociedad ideal, podría éste «reír, jugar y tener acceso a actividades (re) creativas.» Luego, de su propia pluma, comenta el autor: «... la expansión de las capacidades del individuo, a través de asociaciones para la educación, el deporte, el arte, la (re) creación, la salud, la innovación tecnológica, la creatividad productiva, el turismo, la actividad científica, las asociaciones de consumidores, de género o de identidad sexual (...) el hombre no sólo es economicus, sino también faber, politicus, eroticus y ludens.» Falta el idiotikos, es decir el poeta, maestro. En líneas generales, todo lo expuesto en este sintético libro, es diáfano, razonable, y, sobre todo, didáctico. Este es, a nuestro juicio, uno de sus principales méritos. Porque si algo sabe uno, pues hay que darlo a los demás, en especial a quienes más lo necesiten, y gratis. Hay ciertos artistas tan exaltados que dilapidan de tanto no saber dar; aquí puede ayudarlo su compinche el filósofo, el pensador o cualquier persona que se sienta capacitada para ello, sin olvidar, como decía el mismo filósofo, que para lograr el triunfo —o clímax ¿por qué no? —de una civilización, nos hace falta fuerzas de arte inauditas. Edgar, ponderado y cauteloso, hablando de la política en la patria, escribe: «El empirismo, la improvisación y el corto plazo han caracterizado la acción ‘política’ en el país. La arquitectura institucional existente es limitada y frágil, con legitimidad escasa (...)». Dicho de otro modo: la política en la patria, hasta hoy, ha sido chicha e informal. Esperemos que no siga siéndolo, aunque todo depende según los diversos cristales con que se mire la cosa.

En varias ocasiones, pertinentemente, Edgar se refiere al mundo griego antiguo, nada más normal puesto que de allí todo, o casi todo, proviene en esta tribuna de Occidente, de modo que no tuve más remedio que refrescar una antiquísima memoria («Aprender es recordar de nuevo», como decían los susodichos helenos), mirar en la internet fragmentos de La Política y, de paso, La Poética del Aristóteles. Recordemos, pues, que en la época de Platón y su horrible república sin poetas, la sombra tutelar más persistente era la de Sócrates —no recuerdo de qué época es el poeta Arquíloco, o mi maestro Aristófanes—. Aristóteles, alumno de Platón, resalta la presencia tremenda, guerrera, imperial, de Alejandro el Grande, el Eskander Bicorne; como se sabe, Aristóteles fue el instructor de Alejandro de Macedonia, disculparán la pequeñez; luego —¿o antes?—, aprovechando del pánico, el poeta apolíneo de Platón, o sea medio frustrado, más ducho en lides intelectuales, funda la Academia; de paso, dale que dale con el cuento de la República huérfana de poetas, ay, hasta nuestros días, nos parece totalmente inexplicable, una especie de complot o boicot planetario de aristogatos, aristocanes o algo por el estilo. A propósito, recordemos que Aristóteles distingue, por no decir separa, la praxis de la poièsis; después nos complica la vida hablando de un «agente», intermediario o esbirro; la moral sin «moralina» y la política van de la mano, bueno, se supone que deberían, por eso el ensayista lo subraya con énfasis a todo lo largo y ancho del libro. Según el filósofo arriba citado, la civilización de un pueblo se manifiesta en la unificación dominante de los instintos o genio de ese pueblo. Asimismo, nos recuerda que el remedio preventivo o terapéutico de una civilización se halla en la relación de ésta con el genio de su pueblo. En lo personal, siento la intención de Gobernar es saber como algo similar, también en el sentido de prevención y terapéutica.

Pasamos al tema de la felicidad (me permito estos comentarios seudo eruditos en apariencia periféricos a Gobernar es saber, porque pueden relacionarse con el mismo sin estar necesariamente insertos en el libro), que estaría ligada a la virtud, que sería la famosa vía del medio, preconizada en otra sintonía por los sabios taoístas. Estamos frente a la también famosa temperancia, estoica o no. El placer, dice Aristo, no debe ser excluido porque se trata de un acto (énergéia) que, sumándose a la virtud, la aumenta. Luego empiezan los problemitas: «La vida verdaderamente razonable sólo es posible en la polis, y gracias a la polis, por eso es preciso moderar pasiones y apetitos», dice Aristo el moderado... ¿No será que «policía» viene de la famosa polis? Vamos a verificarlo por curiosidad etimológica. No creo que ningún poeta dionisíaco esté de acuerdo con esta concepción exclusivamente apolínea, o sea incompleta, de la vida, pero, en fin, los poetas no-apolíneos pero no anti apolíneos, estamos un poco locos, poseemos adecuadas dosis de locura, por eso somos necesarios. El hombre es un animal esencialmente político, asevera el Aristo, seriote, mucho más que cualquier abeja o animal gregario. Por eso, gracias a la política, el hombre puede acceder a su verdadera humanidad, esto es, vivir bien, tener una vida feliz, virtuosa (¡ejem!). Nos recuerda, de paso, que existen tres formas de gobierno en la polis pletórica de seres transparentes, virtuosos y razonables: la Monarquía (un solo gobernante, tirano o sátrapa virtuoso), la Aristocracia (varios virtuosos), y la famosa República (gobierno de muchos virtuosos).

Fuera de joda, podríamos entender la virtù en el sentido maquiavélico, pero en el buen sentido de lo maquiavélico, adjetivo desprestigiado por la Gran Inquisición que suele entenderse en el sentido de tramposo, de pérfido, cosa que nada tiene que ver con el gran Niccolò Machiavelli, también conocido como el secretario florentino. Pensadores como Montesquieu y el propio Rousseau admiraban a Maquiavelo por haberse atrevido, en su época, a separar la política de la moral y de la religión, que la empeora o agrava transformándola en la moralina. El filósofo inventor de esta graciosa palabra que parece familia de la morfina y la nicotina, está convencido que para vivir necesitamos del arte a cada instante. Tal es nuestra convicción, que por ser nuestra puede ser elástica. Para ser franco, me parece que Edgar tiene muy en cuenta, para la redacción de su propia obra, la de Nicolás Maquiavelo. La dedicatoria de De Pricipatibus a Lorenzo de Médicis, también conocido como el Magnífico, poeta y hombre de estado, hombre generoso y pródigo que encarna el ideal del príncipe renacentista, es muy precisa. Le dice Maquiavelo que su obra no tiene adornos retóricos ni fórmulas largazas, que no está hinchada con palabras ampulosas y rimbombantes, que está limpia de arreglos y aderezos ornamentales innecesarios que otros estilan. No. Nada de eso, Príncipe. Las palabras no expresan el pensamiento sino son el propio pensamiento. El penetrante tratado es claro y didáctico. Realista. Rápido y directo. El mundo, teatro de lo real, de Maquiavelo, es pensado como un todo que contiene el famoso bien y el famoso mal, juntos y revueltos, aunque también juntos pero no revueltos —como un buen matrimonio. El horrible Platón es obviamente excluido. La noción de virtù implica la de sabiduría. Además, dice Maquiavelo, ya que los hombres siguen los caminos por otros abiertos y basan sus acciones en la imitación, más le vale al hombre sabio internarse, siempre con cautela, siempre mosca y vigilante, por los ejemplos de quienes fueron excelentes. Y ya que no puede igualarlos —porque nada es igualable, ni comparable— al menos impregnarse de su relente. Luego, sigue diciendo Niccolò, hacer como los arqueros moscas, quienes, conociendo la fuerza de su arco, lo utilizan en función de esta fuerza; así, al apuntar hacia un blanco demasiado lejano, toman impulso diferente y disparan la flecha hacia arriba y ¡Tac!, cae la flecha parabólica en dicho blanco. (El Príncipe, capítulo VI). Gracias a Gobernar es saber, por primera vez en la vida he metido mis narices en esta obra maestra tan breve como fulgurante que es Il Principe, apretado compendio de autores antiguos y modernos. Ya enterados de ciertas cosas, preferimos el sabio al virtuoso, los poetas estarán de acuerdo. El sage, como dicen los franceses, aunque ahora la palabra está totalmente devaluada en francés actual (se suele aplicar a los infantes con el sentido de «¡Pórtate bien, niño! ¡Deja ya de joder con la pelota!»), como aquella otra, en colombiano: juicioso. Cuando una sardina colombiana nos recomienda ser «juiciosos» quiere decir, simplemente, que no hagamos cagadas (alcohol, droga, mujeres). Ahora viene el asterisco de más arriba o más atrás firmado por el Duque de La Rochefoucauld, sabio de los buenazos: Celui qui vit sans folie, n’est pas si sage qu’il croît (Quien sin locura vive, no es tan sabio como cree). Ahora sí, prácticamente contra nuestra voluntad, una flor: el libro de Edgar parece redactado por la esclarecida mente de un sabio; sin embargo, alguito le falta para ser esférico, perfecto como una pelota de fútbol. Más adelante, ya con unos Havana Club entre pecho y espalda, comentaremos este alguito, que concierne a la participación en la vida política, por ejemplo, y si se dignan aceptar, de los chamanes, los yatiris e incluso los brujos, buenos y malos, por un lado, y por otro de los transexuales, de los homosexuales, de las lesbianas, de las heroicas hetairas, de los delincuentes, de los narcos y, por qué no, de los locos. Ponemos especial énfasis (¡oh, la horrible palabra!) en esto último por razones personales, pues el escriba suele ser acusado de serlo o estarlo, incluso lo han internado en el colegio psiquiátrico tres veces, Martín Adán en carne y hueso se hubiera cagado de risa, se hubiera revolcado por los suelos, se hubiera realmente muerto de la risa, no bromeamos al decir esto.

Por nuestro lado, nos referimos, también, a una concepción poética, artística y popular de la sabiduría, al estilacho de los Siete Sabios de Grecia —Solón, Bias de Priena, Quilón de Esparta, Cleóbulo de Lindos, Periandro de Corinto, Pitacos de Mitilena y el famoso Tales de Mileto— que al parecer tenían esta onda popular. Por su lado, esgrimiendo argumentos aristotélicos, prudentemente, como felino entrando en terreno resbaloso, Edgar cita el Arte de prudencia, de Baltasar Gracián, donde se hace una apología del sabio. Pero ¿qué diablos es la maldita sabiduría esa con la que, desde hace siglos, desde hace dos mil años por lo menos, nos están meciendo? Tener muy en cuenta, aquí, lo que dice Schopenhauer (ver después). Imaginemos cosas, pues. Como el famoso Amor, la famosa Sabiduría —repetimos que imaginamos— no sería algo que se puede poseer; tampoco sería una cualidad de ser. O sea: creer que uno la posee, o que uno es sabio, más tira para sabihondez. De pronto, uno podría ser atravesado o poseído por esta chica o señora, en determinados instantes de privilegio, nada más. De lo cual resulta que uno puede pertenecer a la famosa tipa, y en ningún caso viceversa. Con la famosa Patria, es lo mismo: ella no nos pertenece, sino que pertenecemos a ella. Pero no nos desviemos. Hemos hablado de instantes, de pronto de minutos, media horita, una horita nos parece ya demasiado. Si un tipo se jacta de haber sido sabio un día entero de su vida, un solo diíta, o sea que ha sentido cumplirse en él la idea que tiene de la perfección humana, tanto en el dominio del saber como —sobre todo— en el de la práctica, pues no sería ningún sabio... porque se jacta. Según parece (no lo hemos leído), Pierre Joseph Proudhon era un pensador que pensaba: «La propiedad es el robo»; o: «La propiedad privada es el comienzo de la muerte». El Quijote, en este sentido, podría ser una especie de sabio loco, de idealista benigno que tal vez lo inspiró. Evocando la Edad de Oro, este santo hombre supone que «en los que ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes...» Mucha razón tiene Edgar de acompañarse, pues, de la señorita Prudencia... Notemos de igual manera que hablamos de cosas relativamente recientes, ya que en el pensamiento de la tribuna de Occidente, la noción de sabiduría tiene un doble o triple origen greco-judeo-cristiano. Hay otra sabiduría que se identifica con un conocimiento profundo en las ciencias, las letras y las artes... siempre con ella, con Prudencia. Algunos exagerados, utilizando una terminología antigua, hablan del Verbo divo o divino. Dejemos al horrible albedrío que imagine lo que quiera de dicha diva palabreja. Dejemos aquí, también, la cosa para no seguir distrayéndonos. Volvamos al Baltasar. El epígrafe que ilustra el capítulo VII (Aprendizaje de las ciencias de gobierno) de Gobernar es saber dice: «El saber y el valor alternan grandeza. Porque lo son, hacen inmortales, tanto es uno cuanto sabe y el sabio todo lo puede. Hombre sin noticias, manda a oscuras. Consejo y fuerza, ojos y manos. Sin valor es estéril la sabiduría». Nada tenemos contra este escritor maravilloso, por el contrario, que bien agradecidos le estamos también, pero no dejemos de lado el detalle que don Baltasar era un jesuita, o sea un encapuchado. Y todo filósofo y gran escritor que es, en él subyace, necesariamente, el fantasmón judeocristiano. Esto que ya nos parecía criticable, es rápidamente resuelto con una invocación a los dioses originarios, a los dioses tutelares de los ancestros. En un poema donde aparece Machu Picchu medio antropomorfizado, donde se le invoca como dios másculo y paterno, canta el poeta Juan Gonzalo Rose:

Machu Picchu dos veces
Me senté en tu ladera
Para mirar mi vida
Y no por contemplarte,
Porque necesitamos
Menos belleza, Padre,
Y más sabiduría.

La apología del sabio y la sabiduría es una constante del tratado. En el capítulo anterior (VI.- Gobernabilidad y formación del personal político), maquiavélicamente, Edgar cita El Príncipe de nuestro querido Maquiavelo: «El buen príncipe, con su ejemplo excepcional y virtuoso, produce en el gobierno los mismos efectos que las leyes y ordenanzas, porque las verdaderas virtudes de un príncipe alcanzan tal reputación que los hombres buenos desean imitarlo y los malvados se avergüenzan de llevar vida contraria a ellos». Como podemos constatar, se trata de una alusión a la virtud o, mejor dicho, a las múltiples virtudes que ha de poseer un gobernante ejemplar: inteligencia, coraje, energía, poder de decisión y, sobre todo, un súper arco y súper flechas. La cosa está, pues, entre Maquiavelo y Gracián —que han ejercido saludable influencia en el autor—. Por un lado, la virtù; por otro, la prudencia, prima hermana de la inteligencia, madre del ingenio. Es como una advertencia, querida comadre Clemencia. Aquí, retiramos el chaplín de «encapuchado» a don Baltasar Gracián y Morales, porque acabamos de enterarnos que no lo era tanto, y que sus obras le valieron la tirria de los verdaderos. Nos enteramos también que don Baltasar es autor de un breve tratado político destinado a los príncipes —como Maquiavelo—, titulado El héroe (1630). Estamos, pues, advertidos: Maquiavelo contribuye mucho a la aceptación de la idea laica y moderna del estado, de modo que nada de encapuchados, gracias a la agudeza y arte de ingenio —ambos imprescindibles en el ejercicio del gobierno— que nos llega vía un falso encapuchado y gran escritor made in Hispania. Hay un discreto asentir a la saludable influencia del arte literario, la poética y la filosofía en Gobernar es saber, por algo será.

Pero comentemos, ahora, algunas ideas expuestas en el libro, pese a que el escriba suele ser refractario, por increíble que parezca, a todo lo que no sea real, hermano no necesariamente gemelo del ideal. Por ejemplo, en una vertiente que sí es real y verificable, demos un vistazo al proceso de aculturización o desperuanización de la mayoría de inmigrantes en Francia quienes, confrontados a otro mundo, a otra lengua, se convierten al cabo de algunos años en parlantes de frañol. Este fenómeno, producido por la pereza mental, resulta cómico en muchos casos. El escriba tuvo, en algún momento de entusiasmo filológico-lexicográfico, la intención de «escribir» un pequeño diccionario del curioso idiolecto. Algunos ejemplos del susodicho: no se dice, ya sea en sudaca o en castellano, «el cartero trajo la carta», sino en frañol «el factor aportó la letra»; no se dice: «casi lo chanca el carro al chibolo» sino «el coche casi aplasta al niño», lo que casi suena a hispanish, con su respectiva variante de sintaxis, lo que sí me parece muy bien. Recordemos asimismo que en las Américas, en la Américas nuestras y ajenas como ciertos amoríos, y muy particularmente en México y en el Perú, pero también en Cuba y el Caribe, no hablamos español ni castellano peninsular sino un idioma muy diferente, por lo general con otra sintaxis. Por ejemplo, el «¿Cómo está usted?» de un hispanish estándar, transfórmase, en boca de una encantadora mulata de la República Dominicana en: «¿Cómo tú ’tá?», donde se invierten el orden de los factores que no son necesariamente carteros. El idioma que se habla en las Américas es autóctono y mestizo, especie de popurrí hispano-americano, que se expresa en las mencionadas lenguas híbridas con su respectiva sabrosura: el mexicano, el peruano, el colombiano, el venezolano, el argentino, el cubano, el chileno, etc.

Decimos esto porque el registro de castellano soutenu que utiliza Edgar en su obra es a estas otras lenguas americanas, lo que —imaginamos— es o representa el árabe clásico respecto de las variantes actuales en las lenguas arábigas: algo que todos entienden, algo que engloba el factor o cartero común con cierta vocación unificadora.

En dos ocasiones se hace referencia a Kant («lo que Kant llamaba el principio de finitud, de acabado» —sobre las condiciones ideales de liderazgo de la nación— y otra vez, Andrés: «Es importante señalar que todo sistema de selección basado en el mérito o las competencias de los individuos es una especie de idea regulativa en el sentido kantiano del término, esto es un proyecto o ideal al cual debemos tender o intentar construir a pesar de las dificultades que de hecho se pueden encontrar»), también a Hegel, de refilón («Se podría resumir el pensamiento de Hegel en la idea de que ‘todo lo racional es real y todo lo real es racional’») que nosotros obviaremos por haber fracasado en el intento de leer a estos filósofos. Además, no estamos en absoluto de acuerdo con lo último, que parece otorgar un rol superlativo a la famosa racionalidad. En cuanto a este pata, Kant, apóstol de la razón pura e impura, que también exalta las virtudes, los imperativos categóricos, las cosas perfectas o de pronto inapelables, filósofo medio adepto, también, de ver chanchos volar (el alma, el espíritu, Dios, etc), la verdad, preferimos al eterno Lao Tsé. En todo caso, las mencionadas virtudes serían aplicables a lo que llamaremos los Formadores, como los del Popol Vuj o Vuh, para que los mismos puedan funcionar, idealmente hablando, como un todo compacto de aceitados engranajes, como un gran equipo de fútbol total —La Naranja Mecánica de Cruyff— donde prima, por encima de las individualidades talentosas, el equipo completo. Si tal es el caso, pues totalmente de acuerdo en este punto, aunque nos permitimos recomendar a esos Formadores del futuro la lectura integral de Die Welt als Wiele und Vorstellung (El mundo como voluntad y representación), donde se nos recuerda cosas fundamentales, a saber por ejemplo que: «la sabiduría primitiva de la raza humana no se dejará desviar de su curso por una aventura ocurrida en Galilea»), de un tal Arthur Schopenhauer. Y, si tienen tiempo, que se lean de paso, del mismo autor, La metafísica del amor y de la muerte. Y si todavía, de casualidad, pese al ajetreo político, les sigue quedando tiempo, pues que se lean algunos pasajes —no es preciso leer la obra entera— del Tratactus logico philosophicus de Ludwig Wittgenstein, lo decimos en serio. Pero demos un rápido vistazo al interesante capítulo V (La precariedad en el ejercicio político). Antes de ciertas digresiones chinas o chinescas, lo primero que notamos es que el ensayista, con agudeza graciana o gracianesca, hablando entre el divorcio entre saber y politizar, nos recuerda que, mientras esto persista, «no existirá un vínculo orgánico entre elector y elegido». En el ámbito poético, dicho vínculo nos hace pensar en el famoso verso de Baudelaire, el último del poema dirigido al lector: —Hypocrite lecteur, —mon  semblable, —mon frère! Baudelaire, creemos, se refería al susodicho vínculo orgánico, aunque tal vez lo hubiera llamado, por qué no, «vaso comunicante» o «vínculo mágico», que se me disculpe la muy atrevida sugerencia —casi digo «impostura»—. Ahora, un viajecito a la China milenaria. La citación que sirve de sombrero a este capítulo V proviene del Han Fei Zi o Arte de la política, cuyo autor es un legislador de fuerte formación confucianista: Han Fei (280-234 antes de Superstar), chino filósofo de una onda legisladora o legista, fortísimo teórico en el arte de legislar, especie de Hamurabi o Solón chino. Este Han Fei desarrolla en su tratado (Hanfeizi o Han Fei Zi) tres teorías:

Una teoría de la ley.
Una teoría del control de la administración.
Y una teoría del poder propiamente dicho.

La oportuna citación de este oportuno capítulo V reza: «Del mismo modo que ni los buenos carpinteros se fían en acertar a ojo si una línea es recta sino que usan una regla, los buenos funcionarios se guiarán antes por la Ley de los monarcas modelo que por su propia habilidad. Porque la ley, del mismo modo que la regla no se adapta a ningún torcimiento, no atiende a si el cargo de los hombres juzgados es alto. La ley es algo a cuyas resoluciones nadie se opondrá, pues ni los inteligentes las discutirán ni los valerosos las lucharán, de cuyos castigos ningún alto cargo podrá escapar y cuyos premios a todo plebeyo llegarán.» Uf. Esto debe caber en unos pocos ideogramas que digan, supongamos: «Gobierna a punta de leyes adecuadas, mantén el orden con castigos adecuados, el pueblo lo acatará sin problema. Gobierna con virtud, armoniza con rectitud, el pueblo de sí mismo se avergonzará, y por sí mismo irá hacia el bien.» Estamos en pleno confucianismo, que es la escuela del Han Fei, quien según nuestros informadores fue discípulo de Zun Zi o Xunzi, uno de los fundadores de este sistema de pensamiento filosófico chino que comprende la ética, el arte de gobernar, la sabiduría práctica y las relaciones sociales. Ojo, que hace rato estamos hablando de arte político o arte de gobernar. Me parece que por ahí va la cosa en la manera como lo expone Edgar en su libro, pero que lo formula de otra manera, nada más. Así, Gobernar es saber puede sentirse también como Arte de gobernar (con la espada virtù-sabiduría + súper arco con sus respectivas súper flechas + la bella Prudencia). La otra gran tradición (o sistema de pensamiento filosófico) también relacionada con la espiritualidad ancestral de la China milenaria, es el taoísmo. Ya dijimos que va nuestra preferencia al chino Lao Tsé y a su compadre Chuang Tseu, Zhuangzi, Chuán Seu o como se escriba, el chino de la mariposa, sin disociarlo necesariamente de los chinos Confucio, Xunzi y Mencius. Para seducirnos, este Lao Tsé utiliza una imagen de pescado frito. Así, en el Dao De Jing o Tao Te King o Tao-Tö-King o como se escriba en lengua profana, leemos:

Se gobierna un gran estado como se hace freír un pescadito. (Aforismo XV)

Y también (los futuros Formadores pueden ir tomando nota):

A todo el mundo lo bello le parece bello,
En esto reside su fealdad.
A todo el mundo el bien le parece el bien,
En esto reside su mal.
Ya que el Ser y la Nada se engendran,
Lo fácil y lo difícil se completan,
Lo largo y lo corto se forman el uno al otro,
Lo alto y lo bajo se tocan,
La voz y el sonido se armonizan,
Lo anterior y lo posterior se siguen.

Nos complacemos igualmente —para no parcializarnos tanto— en mostrar algunas palabras de una obra titulada Lun Yu (Entrevista o Conversaciones) presentadas en forma de aforismos y diálogos, atribuidas al chino Confucio. Que se nos pase la traducción de una traducción en lenguas profanas.

El Maestro dice (en onda cósmica): El que gobierna con Virtud es comparable a la Estrella Polar, inamovible en su eje, centro de atracción de los planetas.

El Maestro dice (en onda filo-pedagógica): el buen maestro es aquel que, pese a repetir lo antiguo, es capaz de encontrar allí algo nuevo.

Después, dicen que un discípulo le pregunta al viejo Confucius:

—Maestro, maestro, oiga ¿cómo es posible que usté no ejerza ninguna función oficial?

Y el viejo Confucius responde (en onda filial-paternal):

—Ser un buen hijo, ser simplemente un buen hijo y buen hermano, es como formar parte del gobierno. De modo que no es necesario ocupar un puesto... para ejercer una función.

Ponemos de remache la frasecita del filósofo, para rubricar esto del conocimiento con sus incrustaciones de virtù, sabiduría, prudencia, santa paciencia etc. «El hombre* conoce el mundo en la medida que se conoce él mismo (dixit viejo Sócrates). La profundidad (del mundo) se le revela en la medida que él mismo se sorprende de su propia complejidad.» Que nosotros interpretamos así en la esfera gubernamental: El gobierno empieza con el gobierno de sí mismo, por la simple razón de que uno mismo es o puede ser, también, la bestia mayor. Apunten, futuros Formadores.

Otro tema de importancia capital, dice Edgar con acierto, es el uso «de la palabra escrita en el poder político, su capacidad estructurante necesaria para las instituciones. En ausencia de comunicación escrita, proliferó la figura del orador, más dado a los discursos y a las «frases ingeniosas» que al cultivo de la reflexión y el discernimiento. Este cultivo de la reflexión debería ir acompañado de un saber integral, pluridisciplinario. De Lao Tsé a Montesquieu, se sabe que las decisiones políticas requieren de un saber múltiple no ajeno a aspectos eróticos. Por eso Política y Sabiduría van de la mano: es una disciplina destinada al hombre virtuoso.» En lo que nos concierne —si algo nos concierne— nos atrevemos a incluir las opiniones políticas del Marqués de Sade y las de Octave Riqueti conde de Mirabeau, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, amador y libertino célebre. En cuanto al saber múltiple, el escriba piensa de inmediato en Omar ben Ibrahim al-Khayami, más conocido como Omar Khayyam, poeta, astrónomo, físico, matemático, filósofo, médico, metafísico, sabio y ebrio, autor, aparte del Rubayat (de lectura obligatoria para los futuros Formadores), de un Método para la extracción de raíces cuadradas y cúbicas, de Tableros astronómicos, Demostración de problemas de álgebra, de un tratado sobre Euclides y dos o tres tratados de metafísica, que tanto nos gusta o vacila, metaciencia o metasaber, ay, tan echada al olvido. Pueden igualmente anotar los futuros Formadores, para que respondan bien si por casualidad les preguntan que qué es la metafísica, que qué es esa vaina, maestro.

A.- El estudio de lo invisible: del mundo interior con relación al mundo exterior; o si no, algo pesadamente B.- Rama esencial de la filosofía cuyo estudio está centrado en lo que está más allá de la naturaleza, de la llamada realidad sensible, del mundo fenomenal, y que busca fundamentarse en el pensamiento y el conocimiento. Uf. Me disculpo.

«La sabiduría es la máxima aspiración a la que puede pretender el Hombre», afirma Edgar parafraseando con firmeza. Ojo. Hombre con H mayúscula designa al hombre como arquetipo, no creo que como especie, que de éstas hay un millón y pico proliferando en el planeta, y una de esas es el homínido que somos, nada más. Antes de continuar con algo gracianesco y, sobre todo, para evitar la menor sombra de malentendido, de simple confusión, aventuramos tres definiciones de nuestro propio diccionario.

Virtud.— La vía del medio en el sentido taoísta; temperancia en el sentido griego, cuyo atributo paralelo es la tolerancia en todos los ámbitos.

Sabiduría.— Inteligencia no necesariamente diáfana-diáfana, inteligencia que también puede ser claroscura, que discierne los tres atributos del Ser (que se nos disculpe la utilización de una terminología ya viejita): el divino, el demoníaco y el humano, que se utiliza esencialmente para ayudar a los demás, sobre todo a los más necesitados. Por «divino» entendemos apolíneo-consciente; y por «demoníaco», dionisíaco-inconsciente. Lo divino y lo demoníaco son de peso específico similar o, si se quiere, dos categorías de la «divinidad». Además, como bien dice el chino Lao Tsé —sin olvidar las opiniones de los Siete Sabios en el Vino, tres de los cuales se llamaban Li Po, Tu Fu y Wang Wei respectivamente— «la sabiduría pertenece al reino de la naturaleza, no del cielo.»

Poesía.— Lo siento, me veo obligado a citar otra vez: «I don’t believe in poetry; poetry is just another word for love». Por arte, ídem, esto es: belleza y amor tal como lo concibe y tal como lo da el artista. Otra por arte: la forma más elevada del conocimiento, la virtud y la sabiduría (lo siento, maestro, ahora sí le di, aunque nadie tiene por qué creerme). En sentido figurado, aunque de pronto no tanto, nosotros los poetas locos comunicamos con los diversos dioses: Hermes, Marte, Zeus, Cronos, Hades, Eros, Poseidón, Afrodita, Atenea etc. Y también: Pachacamac, Wiracocha, Quetzalcoatl, Manitú y otros, la lista es demasiado larga. Utilizando una terminología moderna, consideramos ciertos dioses como potencias psíquicas incógnitas, quintaesencias de la memoria y la inteligencia de los pueblos originarios y la especie, que relacionan al individuo con ésta. Punto aparte.

Así como la digesta y nutritiva lectura de El Príncipe, debemos a Gobernar es saber el haber desempolvado una versión francesa de El Criticón (L’Homme Détrompé) que, hace años, nos choreamos en la santísima Universidad de Provenza, de don Baltasar, cuyo resumen nos complacemos en incluir aquí para cualquier cosita, para los futuros Formadores por ejemplo. Los capítulos de la obra corresponden a una crisis donde se realiza un cambio. Las tres partes, en cambio, corresponden a las edades del hombre, que en este caso también es el Hombre desde el punto de vista gracianesco, filosófico-casuístico: la infancia y la juventud, la madurez y la vejez. Los protagonistas se llaman Andrenius y Critilo; el primero representa al Hombre que ignora su origen divino y cuyo materialismo le impide llegar al conocimiento; Critilo encarnaría la razón natural que busca instintivamente eso que llamamos felicidad. Hay interacción entre los personajes-símbolos. Es importante saber que el conocimiento (del mundo fenoménico y del otro, el metafísico) es la base de la actividad mental cuyo corolario es la actividad creativa. El Criticón es una novela alegórica con telón de fondo escolástico. Me acuerdo que Critilo naufraga en una isla, donde vive un hombre al estado natura —que lo ayuda o salva—. Critilo lo instruye, le enseña a hablar, lo bautiza con el nombre de Andrenius y se lo lleva de gira a España, donde éste descubre el amor con las mujeres. La etapa siguiente corresponde a la edad de la madurez, donde predomina la reflexión y el repliegue sobre sí mismo. Después, se van de gira a Francia, tierra de las artes, donde se encuentran con la Ninfa de las Bellas Artes y la Literatura; al final del periplo, visitan un alegórico asilo de locos... que representa a la viejita esa, la Humanidad. Así, Andrenius perfecciona su aprendizaje. Van ahora rumbo a la ciudad eterna, pasando antes por el Palacio de la Embriaguez y otras trampas, guiados por el Acertador, el Descifrador y el Zahorí. En Roma, ya concluido el aprendizaje, ambos contemplan desde lo alto de una colina la Rueda del Tiempo. Punto final. Para la construcción de su obra, don Baltasar se inspira libremente de autores clásicos como Séneca, Cicerón, Marco Aurelio —aunque también probablemente de Luciano de Samosata, autor satírico anti cristianismo, de Marcial, el poeta satírico de los epigramas, y de la Biblia, obviamente—.

Para bastante reflexión y búsqueda se presta el enjundioso libro de Edgar Montiel, bastantes notas he escrito al respecto (¿por qué se dice «tomar» notas, como si fueran estas un brebaje?), las dejo por ahora, lenguaje pendejo, las dejo macerando en frascos con sal gruesa, aceite de oliva y un toque de vinagre balsámico de Módena; sin embargo, por motivos dizque de espacio, damos por concluida la sesión en esta mi verborrea imaginativa sobre Gobernar es saber —aunque cabe la posibilidad de prolongaciones, ya veremos—. Cada uno de nuestros puntos de vista ha sido inspirado en la obra, por muy distintos que sean los autores aludidos e incluso los contenidos o referentes. Queda pendiente, creemos, un punto fundamental. Lo concerniente a los Pueblos Originarios, al racismo intestino y endémico, la discriminación de toda índole, el cultivo de la planta sagrada, el narcotráfico y los presos, los de Lurigancho en especial —un saludo para todos ellos—. Como filósofo y pensador, es lógico que el autor de Gobernar es saber sea propincuo a tesis aristotélicas, así como el escriba, incoerciblemente, tiende a la comedia y lo dionisíaco, por sinrazones poéticas. Es imposible estar de acuerdo con Aristo, quien empieza su tratado de La Poética con una de las frases más horribles que haya leído o escuchado respecto de nuestro arte: «Capítulo I.- La poética consiste en la imitación / Tres diferencias entre las imitaciones / Diferentes tipos de poesía, según los medios de imitación.» Luego, Aristo agrava su caso en el capítulo segundo al repetirse, ya balbuceando: «Diferentes tipos de poesía, según los objetos imitados...» Me callo por respeto a la memoria del vejete greco. Y aprovechamos la ocasión para recordar la importancia de la voz y el pensamiento poético en esa tierra de poetas que es el Reino de Perú.

La Trévaresse, 25 de octubre del 2006
(Aumentado y reencauchado en agosto del 2008)

* * *

* de cualquier color, matiz, rango, no rango, pelaje o continente.

Derechos reservados: la reproducción requiere autorización expresa y por escrito del editor y de los autores correspondientes.
© 2008, Miguel Rodríguez Liñán
Escriba al autor: MiguelRodriguez@ciberayllu.com
Comente en la nueva Plaza de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu

Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Rodríguez Liñán, Miguel: «Sobre Gobernar es saber» , en Ciberayllu [en línea]

794 / Actualizado: 16.12.2008