Él era un niño y yo un adolescente cuando nos vimos por primera vez en el patio del colegio Anglo Peruano. Pasaron bastantes años antes de que nos volviéramos a encontrar. En la universidad no lo vi, era un fervoroso autodidacta. En Miraflores no lo vi, aun no se había trasladado a ese distrito. Hasta que un día nos reencontramos en la redacción de Última Hora: él le hacía esporádicas visitas a Guido Monteverde; ambos trabajaban sobre el mismo tema, la farándula y la noche de Lima.
Al tiempo se me volvió a perder; para entonces ya estaba enterado de que escribía cuentos. De vez en cuándo me preguntaba: dónde estará Pepe Adolph. No faltó quién me lo dijo pero no me dio la dirección. Sólo a partir de l960, cuando los dos estábamos en Europa, Guido Silva Santisteban, que vivía en Berlín, me guió hasta él que estaba en un simpático pueblo de Stuttgart. Algo así como un jardín inmenso con veinte casas diseminadas y al que se llegaba en tranvía.
Hubo nuevo encuentro; yo iba hacia Berlín e hice parada en Stuttgart para ver a mi amigo. Descansé más de un mes en su casa y luego partí hacia mi destino. Durante el tiempo que permanecí en el pueblito llamado Nellingen, me enteré de sus afanes literarios, de una primera publicación de cuentos y de sus proyectos para un futuro muy próximo. Llegué a Berlín y volví a perder contacto con mi amigo. Pero siempre hay alguien que avisa. Y supe que había vuelto a Lima, ya era l967. Otro alguien, tiempo después, me dio su dirección y empezamos una prolongación epistolar de nuestra amistad. En mis visitas al Perú lo vi siempre. No había cambiado mucho físicamente; de ese niño que conocí en l944 al Pepe del siglo XXI, el principal cambio era que su bibliografía se había enriquecido en comparación con la que mostraba en sus años de Alemania.
Ahora dónde encontrar al gran amigo, humorista de varios colores con gran tendencia al negro; será cuestión de hacer un viaje muy largo y no en tranvía, para llegar adonde se haya ido como quien se esconde y se ríe de los que lo buscamos.
Coco Meneses