Crónicas

Ciberayllu
9 febrero, 2008

Juan Ramírez Ruiz:
Yo no percibo la muerte como un evento de naturaleza social sino como algo de tipo ontológico

Entrevista*

Rafael Ojeda

Juan Ramírez Ruiz, nacido en Chiclayo el 27 de diciembre de 1944 y fallecido en el 2007, fue junto a Jorge Pimentel, además de José Carlos Rodríguez, Mario Luna, Julio Polar y Jorge Najar, fundador, animador y principal teórico de la primera etapa de «Hora Zero», importante grupo poético de la generación del setenta, cuya resonancia traspasó las fronteras del Perú hasta alcanzar a varios países de América Latina, además de España y Francia.

Autor de Un par de vueltas por la realidad (1971), Vida perpetua (1978) y Armas molidas (1996), libros relevantes para entender el proceso que siguió a la construcción de la nueva poesía peruana, a partir de una forma poética que él denominó «poesía integral», con versos en los que confluyen, como un todo, lo verbal, lo visual y lo táctil, además del uso de ritmos, tiempos y signos lingüísticos, que en sus resultados más extremistas, llegaron a lo que el llamó alfagramas, es decir un audaz intento de asir una forma alternativa de comunicación y lenguaje, que sería la opción rectora de su último libro publicado.

Ramírez Ruiz, el poeta que intentó edificar una nueva forma de escritura ya no está entre nosotros. Tal vez a los que lo conocimos de cerca y pudimos percibir su transparencia humana, su coherencia política, su talento desbocado y poderosos versos, nos queda intentar que el olvido no lo termine atrapando, ese olvido al que se le había condenado durante los últimos años, y que solo afrontan los seres que se atreven a ser consecuentes, en este lado insólito del mundo.

En realidad, Juan no deseaba ser entrevistado, no por timidez sino porque no le interesaba. Y quizás sólo me soportó porque era un rostro amigo, que había conocido hacía algo más de una década, y con quien se había sentado en algunas ocasiones a tomar unas cervezas. En el tiempo de la entrevista, realizada en varias sesiones entre marzo y abril del 2006, había empezado a perder la memoria, y con ella un poco de esa lucidez que le era característica. Lucidez que le había llevado a redactar «Palabras urgentes», manifiesto-acta de fundación del grupo, que fuera la bisagra que configuraría las nuevas dimensiones poéticas del Perú contemporáneo. Lucidez que a lo largo del siguiente texto se desprende como fogonazos geniales desbordados de poesía.

Su última época debió ser la más difícil, pues deseaba mucho poder publicar al menos una antología de sus libros inéditos. Lamentable, debido a la mezquindad y pobreza editorial de nuestro medio, no hemos podido leer aún ninguno de esos nueve libros, textos que permanecen, desde hace mucho, ordenados y mecanografiados, y desde los que destacan hermosos títulos como Tierra finita e Invitación a Hanan —nombre quechua usado para referirse al paraíso—.    

Para un hombre que había experimentado desde muy joven la dureza como principio de realidad, y que había sido golpeado tantas veces por la vida, quizá la cosa no podía ser de otra forma. Juan Ramírez Ruiz se fue como el producto más integro y representativo de «Hora Zero»: allí estarán siempre su obra y sus omisiones para demostrárnoslo. Se fue sin despedidas, sin abrazos, sin lágrimas de adiós y sin nombres, y quizás su anónima partida sea una metáfora del destierro al que había sido condenado; le habían quitado su ciudad, su patria sus ilusiones, y ahora también la vida, pero su poesía seguirá allí. El hedor final siempre será el del mundo. 


 

Aparte de ser un poeta excelente, Juan Ramírez, tú has sido un periodista interesante. ¿Comenzaste a hacer periodismo en Lima o habías trabajado en eso antes?

No. Comencé en el periodismo en Chiclayo. Mi hermano ya era periodista desde entonces. Mi padre  murió porque se pasó de tragos y nos quedamos con la madrastra que no nos quería pero nos acogió.

El asunto es que vine a Lima cuando tenía 14 años, y llegué a la casa de otro hermano que vivía acá y me hospedó. Mi hermano, a pesar de ser muy joven, era comerciante. Eso me dio tiempo para iniciar, por las noches, un auto conocimiento, además del conocimiento del pueblo en el que estaba. Esos años comencé también en la lectura, que funcionaba como un vicio, como una pasión intensa y como una alternativa, porque no veía salida en ninguna parte. Mi adolescencia implicó el cautiverio, la soledad y búsqueda del conocimiento como senda de vida.

Lo bueno es que en Surquillo tenía un pariente que me salvó. Me salvó de regresar a Chiclayo y de naufragar en el alcohol, pues eso era muy fácil, ya que allá había un trago corto malísimo que solíamos consumir.

Lo importante de ese período, es que desarrollé una identidad migrante, es decir —no sólo yo sino todo Hora Zero—, al descubrir la particularidad que tenía nuestro arte con relación al que se producía en Lima. Creo que allí comenzó la primera irrupción de una conciencia que no era la que salía de San Marcos ni tampoco de la Universidad Católica, universidad que aún se ubicaba en el centro de Lima. Después trabajé en la revista Marka, en El Diario y fui colaborador de La República

 

¿Hubo algún episodio trascendental en tu vida que haya marcado e influido en tu quehacer literario?

La muerte de mi padre me había tocado con tal fuerza que por muchos años fui un ser solitario. Ese fue el hecho más decisivo de todos. Fue una sucesión de descubrimientos, de ausencias y carencias. Mi madre había muerto cuando yo tenía tres años y mi padre se consiguió otra mujer para llenar el vacío que había dejado mi madre y nos alimente. Creo que allí comenzó el vía crucis, pues nuestra madrastra no nos quería. Mi padre tuvo tres hijos con ella.

Yo no percibo la muerte como un evento de naturaleza social sino como algo de tipo ontológico. Esa muerte cambió mi vida para siempre, acabó con mi mundo, acabó con el planeta y mi familia. Entonces sentí que todo colapsaba, pero, gracias a mi hermano de parte de padre, en Surquillo, pude terminar mis estudios en el colegio Mariscal Ramón Castilla. Luego ingresé a la universidad, y estudié pedagogía por razones estratégicas. En la Villarreal conocí a la gente de la universidad y encontré en allí a un grupo de personas interesadas en la poesía y el conocimiento. Era un mundo nuevo, un universo de personas afines a mí.

Los exámenes de admisión son como jugarse la vida. Yo aún estaba viviendo la tragedia de la muerte de mi padre, viviendo algo que sentía como el tormento absoluto pero me salvó un acto de naturaleza insólita: el descubrimiento de la palabra en la voz. Ahí comencé una relación mística con la vida, a través de la palabra, una peregrinación hacia la identificación de la vida humana a través de ella. Era un obsesionado por convertirlo todo en escritura, recuerdo que aquella época tenía decenas y centenares de cuadernos, de apuntes. Pero ya había escrito muchos fragmentos desde la secundaria.  

 

¿Qué recuerdos tienes de los años en los que se gestó Hora Zero?

En literatura, la generación del sesenta fue una generación del poder económico, y el centro de Lima era el escenario de sus presentaciones y fanfarrias, eso nos irritaba. Nosotros solo bebíamos caña y hacíamos una bohemia de pobres. Había allí un ambiente de rebelión contra el comportamiento de poetas como Antonio Cisneros, exhibicionistas y  provocadores.

Cisneros era la voz cantante y pretenciosa de ese grupo, pero también era el blanco de nuestras burlas, y eso era solo una respuesta pues él monitoreaba todo el descrédito dirigido en contra de Hora Zero. Además de ser él el que tenía prestigio y derrochaba dinero. Debíamos replicar eso, porque él y los demás elitistas tenían buen trabajo, en tanto nosotros, hacíamos periodismo bravo, el callejero, el de la edición mínima. Eso fue bueno porque permitía entender las especificidades propias de estos dos bloques contrapuestos que constituían temperamentos sociales que eran una muestra de cómo se daba la cultura a fines de la década del sesenta. Dos bloques que se encontraban en confrontación diaria, cada cual autosuficiente con sus ideas. Pero no solo fue eso, las confrontaciones entre poetas de la Católica y los de la Villarreal,  que éramos nosotros, también fueron físicas, no solo intelectuales.

 

¿Cómo fueron los inicios de Hora Zero y cómo conociste a los demás integrantes?

Había ingresado a literatura, y allí conocí a los integrantes de Hora Zero. Lo interesante es que la mayoría constituía un grupo que provenía de sectores populares, que asomaban como comerciantes, como un espacio emergente que nos permitía —por primera vez en mi caso— surgir.

Surquillo también era un distrito emergente, y en ese sentido el desarrollo de Surquillo estuvo a la par de mi desarrollo universitario. Yo era un inmigrante trabajando, haciendo periodismo para financiarme la universidad.  Así pagué mis primeros años de estudios, pero cuando me retiré de la Villarreal, yo no lo hice voluntariamente. El asunto es que éramos de clase media baja y teníamos que hacer un combate diario y abierto con la realidad para tener educación superior y además para vivir. Lo que era difícil,  y a veces no se podía,  porque también había que tener dinero para llevar una vida bohemia paralelamente a los estudios. Eso produjo un desbalance que motivó que nuestros estudios sean una mixtura de lecturas furtivas, de búsquedas, además de la práctica del periodismo.

Por esos canales llegábamos los migrantes que estábamos llenando las cortinas y espacios de la ciudad, además de la gente joven local siempre interesada en la cultura.

Lo nuestro comenzó con recitales poéticos. La Villarreal era aprista, pero, a pesar de que nosotros la constituíamos, nunca nos ligamos con los apristas, además tampoco éramos «ciudadanos» de la Villarreal. Nosotros estábamos al margen de las cuestiones institucionales y todo tipo de institucionalización. Cuando había un recital de Hora Zero en una universidad, estaba asegurada la silbatina y los sabotajes, después de eso la bronca era inevitable, pero no llegó a haber disparos. No recuerdo incidentes sangrientos, aunque tal vez los hubo.

 

Después de todo este tiempo, ¿qué nos puedes decir de la poética practicada por ustedes?

Radical, aunque no se llegó a la renovación lingüística, fue un asalto entre la verbalización y el signo visual: la potencialidad visual del signo aliado a su carácter fonético.

También está el asunto de los Beat, en boga en esa época, con  Ginsberg y Corso, que hacían poesía de tipo narrativa, menos elaborada; mientras nosotros éramos un movimiento intelectual que propendía hacia manifestaciones del espíritu que pasaban por la escritura y por el signo como referente. Pero Ginsberg indaga en el poema abierto y llega a sutilezas impresionantes. Tal vez hayamos podido tomar de ese espíritu, pero ¿por qué, cómo y de dónde sale este movimiento espiritual tan fuerte? Para nosotros fue a partir  del tratamiento del signo, que luego conduce a la producción total de un programa de escritura. Y creo que eso fue completamente original, y ninguna editorial de ninguna parte del mundo puede decir que nosotros fuimos influenciados o que nosotros nos derivamos de ellos.

 

Pero en qué sentido fue practicado ese espíritu que sugieres tomaron de los Beatniks, pues ellos no solo eran un grupo de excesos y alcohol, también fueron un grupo del autostop, y tenían una percepción de la poesía como forma de deserción ¿Cuál fue la noción de marginalidad que ustedes han propuesto?

Hubo en nosotros una especie de secuencia evolutiva, asociada también a la idea de migración. Cuando un migrante peruano arranca de cualquier parte, esté donde esté, se está dirigiendo a una parte de él que no conoce, a pesar de que como individuo esté señalado como integrante de ese bloque de migrantes. La heterogeneidad del ser peruano constituye un reto de autorreconocimiento, donde los aportes para construir una imagen de estos individuos siempre son un reto, porque la imagen de los peruanos es multifacética, y al ser estos multifacéticos, las  huellas de su escritura también lo son.

 

Pero tu trabajo no posee necesariamente una línea similar al resto de tu generación, y a veces tampoco parecida al resto de Hora Zero, por ejemplo, la poesía de Pimentel, es muy diferente a la tuya.

Es verdad, pero la unidad no se sustenta allí. Pimentel era más repentista,  mientras Tulio más conceptual. Hora Zero pretendía ser esa visión integral de la cultura humana, una visión de toda la macro estructura de producción cultural que el hombre ha generado.

 

Y si se trataba una exigencia integral, ¿por qué tuvieron una relación conflictiva con las vanguardias?

Nosotros no invalidamos las contribuciones de las Vanguardias, sino las obras reaccionarias y también el occidentalismo. Siempre he sido de izquierda. Y era un poco eso, porque la poética que propusimos fue la poesía integral, y esta denominación fue efectiva, porque es transparente y muy fácil de explicar con esa única palabra.

 

Hablando de tus libros, ¿tu intención principal ha sido indagar en el lenguaje o en la visualidad?

En la poesía integral se convocó a todos los componentes posibles, visuales y auditivos, que constituyen una interrelación que entre ellos puedan emitir un sistema según una regulación eficaz. Entonces, allí estaba desatada la nueva poesía. Por ejemplo, hay muchos textos de mis libros, en los que vemos un extremismo en el uso del lenguaje ¿Por qué llegar a esto? Porque estos siguen siendo los tipos de textos provocadores y radicales por antonomasia.

 

¿Entonces, qué tipo de poéticas crees que has practicado?

La plástica y la palabra. En el Perú, el producto estético siempre será una novedad. Con colores o sin colores, con formas visuales o sin formas visuales, con imágenes detenidas  o en movimiento. Y la gama de colores mía no está completa. Esto solo se logra con la heterogeneidad de matices. No puede ser un solo color. El color del alma también puede ser la cristalización de lo móvil y la trasformación constante.

 

¿Y piensas que los resultados que encontramos en algunos de tus libros son producto de esa indagación con la palabra?

Y con los sistemas de signos, con el sistema de los signos que en el último libro se acentuó mucho más. Pues mientras en el primero sólo había un asomo a esta tendencia, en el tercero la situación se radicaliza totalmente.

 

¿Cómo defines entonces ese tránsito estético que has recorrido desde Un par de vueltas por la realidad, hasta Las armas molidas?

Como un esfuerzo por evolucionar, por ir quemando etapas, replanteando modos de expresión que progresivamente fueron convirtiéndose y transformándose en estaciones mucho más plenas, más complejas, más placenteras,  más dinámicas y  polidimensionales hasta entregar visiones estéticas completas, novedosas y originales. Pienso que todos mis libros son universos interrelacionados y autónomos en una totalidad, y en un siglo en el que ha habido muchísima movilidad y trastrocamiento de los credos religiosos y otras cosas.

 

¿Y crees que esa cosa experimental puede ser entendida por un obrero o un migrante, que ese esfuerzo experimentalista se puede conciliar con tu compromiso social?

¡Claro!

 

¿Y cómo crees que recibe eso la sociedad?

La sociedad siempre da respuestas heterogéneas y la novedad siempre será una sorpresa, una perplejidad, porque hay cosas metafísicas muy interesantes, como, por ejemplo, explicar que un individuo, el cerebro de un grupo humano, de un grupo de seres pensantes que quieren orientar su búsqueda a reuniones de signos y luego concederles a ellos datos semánticos que van a darle sentido. Esto es una tarea difícil, porque no es solamente pensar que algo debe servir para lo que estoy diciendo, sino también servirse de la imagen de ella, y, como tercer punto, autodirigirla  hacia una libertad que esté fuera ya del entorno del poeta que lo propuso al soltarla en escritura para que se recree a sí misma según los movimientos espirituales del receptor. Nada simple, nada complejo.

 

¿Cuáles han sido los referentes más importantes en tu quehacer poético?

Los balbuceos de mi hijo. Esos me han enseñado mucho, pues ahí uno entiende el proceso de descubrimiento continuo en relación al individuo autoconstruyéndose.

 

¿Y no conocieron ustedes a los concretistas del grupo Noigandres?

Claro, conocimos a los brasileños y los tuvimos presentes. 

 

¿Hay algún libro que consideres importante?

Ulises de Joyce y la Odisea de Homero. Por la cantidad de componentes de texto, situaciones, torrentes de emociones y pensamientos que reiteradamente están evidenciando la complejidad de la vida humana y la grandeza de la batalla que tiene que librar el ser humano. Además de eso, Joyce también fue un poeta grandioso.

 

Tienes sólo tres libros publicados: Un par de vueltas..., Vida perpetua y finalmente Las armas molidas, que pertenece a 1996.

Sí, pero faltan allí mencionar los nueve libros que falta publicar, es decir son mucho más breves, pero están por allí, como libros inéditos. Eso porque he estado en un período, en un momento de depresión, y no me ha dado fuerzas para completar los doce que tengo pensado. Es que ya los tengo escritos, además.

 

¿Y sigue habiendo en esos libros inéditos ese interés por indagar en lo simbólico, sigues tratando de alcanzar el extremo o has retornado a la literalidad en ellos?

Vagamente, no le he dado una mirada a mi obra. Los tengo ahí como retos a mi mismo. No hay una aproximación seria, rigurosa, como queriendo volver con una mochila floreciente, flamante y suculenta. Porque ese bloque de nueve exploraciones, de nueve inmersiones, tengo que hacerlo con una disposición especial, pues tengo que pulirlos para volver a entrar al juego. Y no da pues, me abato y solo obtengo una cara de derrotado.

 

¿En qué momento comenzaron tus desavenencias con el resto del grupo Hora Zero?

Ese es un tema delicado y prefiero no responder porque va a abrir nuevas desavenencias.

* * *

Nota

*   Con el título de «La vida como transitoriedad pura», una versión reducida de esta entrevista apareció en el suplemento Variedades, del diario El Peruano, el 22 de setiembre del 2006.

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© 2008, Rafael Ojeda
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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Ojeda, Rafael: «Juan Ramírez Ruiz: Yo no percibo la muerte como un evento de naturaleza social sino como algo de tipo ontológico. Entrevista» , en Ciberayllu [en línea]

743 / Actualizado: 08.02.2008