Ensayos / Arguediana

Ciberayllu
28 octubre, 2007

Ernesto en Los ríos profundos de José María Arguedas, ¿peregrino o tucuyricuc?**

Edmer Calero del Mar

 

Analizaré el comportamiento de Ernesto, el protagonista de la novela Los ríos profundos («RP», para abreviar) que José María Arguedas publica en 19581. En esta novela, Arguedas reviste a Ernesto de algunas prerrogativas de un funcionario errante del Imperio incaico, el tucuyricuc. Trataré de demostrar que el errar de Ernesto, el tucuyricuc, podría ayudar a resolver el problema de la unidad de la novela, que ha sido señalado, entre otros, por Julio Ramón Ribeyro. Terminaré esta demostración interrogándome sobre la manera como Arguedas dosifica este saber histórico y, por ende, a qué público se dirige.

 

El contexto histórico

Durante las décadas del 40 y del 50, la historiografía andina restablece paulatinamente la distinción que existía entre dos administradores incas distintos llamados ttocrikuk y tucuyricuc: «funcionarios incaicos que ejercían el gobierno local de las provincias  imperiales del Tawantinsuyo», los primeros y «funcionarios que periódicamente visitaban el Imperio por expreso mandato del Inca», los segundos. Esta clara distinción de las funciones de ambos administradores parece haber sido establecida definitivamente a partir de 1958. Las definiciones que hemos dado son de Edmundo Guillén y Guillén que consagra a este tema el más amplio y documentado trabajo que hemos encontrado2.

Puede verse también esta clara distinción en el libro de Rally Falk Moore3 publicado el mismo año, 1958.

Según John Murra4, el primero en haber detectado la confusión de los cronistas fue John H. Rowe en 1944, pero, a pesar de la alerta dada por Rowe5, la confusión continúa, ya que el mismo Murra, en 1955, atribuye al «tucuy ricu» (el que todo lo ve) el cargo de gobernador de su falso homónimo:

Las fuentes concuerdan en que en cada capital provincial había un tucuy ricu (el-que-todo-lo-ve), un gobernador entre cuyos deberes estaba el de cuidar de que las tierras estatales fueran cultivadas, las cosechas almacenadas y otras prestaciones cumplidas.6

Arguedas, en 1953, incluye en su tesis de antropología7, la siguiente cita, extraída del libro que José Varallanos escribió sobre Huancayo:

Los […] incas establecieron una provincia en lo político y administrativo en este valle de Jauja, al que llamaron Guanca-Guamani, que en quechua quiere decir: la provincia de los huancas. Encomendaron su gobierno a un Tucuyricoc en lo político, y a un Suyuyoc Apo en lo administrativo. Estas autoridades  imperiales, según declaraciones a Vaca de Castro y otras informaciones, tuvieron su residencia en Chongo: actual pueblo de Chongos. 8

En esta cita no cabe duda que, por la función de gobernador y la residencia fija  que se atribuyen al tucuyricuc y que son propios del ttocrikuk, se sigue confundiendo a ambos funcionarios. Arguedas, que no hace ningún comentario sobre esta afirmación, incurre en el mismo error, a menos que haya sido una omisión, lo que nos parece poco probable en alguien que se consideraba «no ajeno a la disciplina histórica»9 y que tenía «un conocimiento […] bastante solvente de los cronistas»10.

Pienso, entonces, que Arguedas confundía la identidad y las funciones del ttocrikuk y del tucuyricuc en 1953. Pero, ¿cambió de parecer cuando escribió RP,novela publicada en 1958?

 

Ernesto, ¿peregrino o tucuyricuc?

En 1959,  Julio Ramón Ribeyro escribe sobre RP:

 La novela nos parece por momentos una sucesión de estampas. Su materia argumental es un poco difusa: no sabemos si la preocupación central de Arguedas ha sido narrar las peripecias de un niño serrano y vagabundo, el motín de las chicheras o el ambiente de un internado en la ciudad de Abancay. […] Esta falta de unidad es, en suma, el escollo más grave con el que se afronta la novela autobiográfica: refleja casi necesariamente la incoherencia de la vida.11

¿Cuál podría ser el hilo de la intriga, el nexo entre la sucesión de «estampas» a las que alude Ribeyro?  Por otro lado, ¿cómo explicar los constantes desplazamientos de Ernesto, el «niño serrano y vagabundo»? Cuando el cantor peregrino Jesús Warank’a Gabriel le pregunta el porqué de su andar, Ernesto le contesta: «—Mi padre también, peregrino»12.  ¿Podemos conformarnos con esta respuesta?

Una evocación, oscura a primera vista, de un orden moral perdido, o por lo menos  de un orden que se tiene que salvaguardar, se encuentra en las palabras del protagonista de la novela, Ernesto que, al recibir como regalo unas monedas de oro de su amigo indio Palacitos, dice:

No las gastaré nunca —dije—. En los pueblos las mostraré solamente, y me atenderán. Creerán que soy el hijo errante de algún príncipe o un mensajero del Señor que anda probando la honradez de las criaturas.13

Si es evidente que el hijo errante de un príncipe sea rico, resulta poco comprensible que un mensajero errante de Dios lo sea y menos aún que tenga por tarea poner a prueba la honestidad de los fieles mostrándoles libras de oro14. Si abandonamos la interpretación católica de esta cita, surgen otras preguntas. ¿De qué Señor se trata? ¿Cuál sería ese personaje, mensajero de un Señor, rico, quizás noble, encargado de velar sobre la honestidad del pueblo de dicho Señor y en constante desplazamiento? Este personaje tiene muchos rasgos comunes con el tucuyricuc que describe, por ejemplo, Alfred Métraux:

A intervalos más o menos regulares, o cuando las circunstancias lo exigían, el Inca enviaba tokoyrikok, «los que ven todo» [...] para inspeccionar las provincias, verificar la recaudación regular de impuestos y los efectivos reales de contingentes de trabajadores o de soldados reclutados por su orden. «Los ojos del rey» pertenecían casi siempre a la casta de los Incas y recibían de él una insignia que atestaba el carácter oficial de su misión.15

Ernesto se sentiría entonces investido del cargo de tucuyricuc. Si es «el que todo lo ve»,  este cargo de vigilancia y de sanción de faltas implica siempre la referencia a una autoridad suprema:

El superego es ante todo el ojo del Padre, y más tarde el ojo del Rey, el ojo de Dios, en virtud del lazo profundo que establece el psicoanálisis entre el Padre, la autoridad política y el imperativo moral.16

Ernesto recibe su «investidura» durante el juramento que hace en el Cusco ante el palacio del emperador Inca Roca, entonces simbólicamente ante el Inca:

—Dondequiera que vaya, las piedras que mandó formar Inca Roca me acompañarán. Quisiera hacer aquí un juramento.
—¿Un juramento? Estás alterado, hijo. Vamos a la catedral. Aquí hay mucha oscuridad.17

Otra evocación de la autoridad imperial, de la que se reviste Ernesto para cumplir su «cargo»,  se encuentra en la descripción de las monedas de oro ya mencionadas:

Las monedas, a pesar del mensaje que traían, calmaron mis fúnebres temores. Las hice sonar lanzándolas al aire; las contemplé por ambas caras y los dientes de los bordes. El penacho de plumas del Inca, acuñado en el anverso de la libra de oro, me regocijaba.18

Ese penacho de plumas formaba parte de la mascapaicha que F. Kauffmann Doig describe así:

[...] en lo que se refiere al tocado sólo el Inca usaba la simbólica "mascapaicha" o insignia real, que eran flecos sujetados con un cordón multicolor, en varias vueltas ("llauto"). La "borla", roja, enmarcada en oro y adornada en la parte superior por un broche del que nacían vistosas plumas del ave "corequenque", que se distinguían por su rareza, completaba el simbólico tocado19.

La corona real estaba, entonces, hecha de una cinta adornada de plumas. Luis E. Valcárcel presenta, en 1948, une serie de hipótesis sobre el tucuyricuc:

Este agente llevaba una directa misión del Inka […] éste le entregaba al partir un hilo de la insignia real (La Maskapaycha). Probablemente exhibía tal insignia cuando ya le tocaba actuar, pero la parte principal de su comisión ha debido tener carácter secreto o sorpresivo. Se presentaría de pronto allí donde menos se le esperaba y salía del incógnito, cuando la investigación había concluido o avanzado lo suficiente. Estaba facultado por el Inka para proceder como si él mismo estuviese presente: juzgaba y castigaba a los que delinquían, así fuese un alto funcionario. Ponía en orden aquello que no lo estaba. Finalmente, una minuciosa información de su viaje le era ofrecida al Inka20.

El penacho de plumas presente en las piezas de oro dadas a Ernesto por un Indio (su compañero Palacitos) evocaría, entonces, los flecos de la mascapaicha, insignia de la autoridad imperial, que el Inca confiaba a sus tucuyricuc.

La novela RP se publicó en 1958. Hay que recordar que Luis E. Valcárcel fue profesor de Arguedas. No sería, pues, extraño que él haya tomado ciertas hipótesis emitidas por su maestro en 194821 para crear índices que permiten ver en las extrañas y mágicas maniobras de Ernesto el fantasma del tucuyricuc de antaño.

Respecto de las monedas de oro referidas y de su función en la novela, Roland Forgues ha dado  una interpretación diferente de la nuestra. Este autor opta por la capacidad que tienen las monedas de proteger a Ernesto, y explica  que  «Las monedas abrirán al niño las puertas de la salvación» y que «le permitirán que vuelva a encontrar su equilibrio interior antes de reanudar […] con el pasado indígena»22; capacidad protectora que es inherente al oro23.

Es verdad que para los Incas el oro era sagrado por su asociación con el Sol:

[...] y al oro asimismo decían que era lágrimas quel Sol lloraba, y así cuando hallaban un grano grande de oro en las minas sacrificabanle (sic) y henchianlo (sic) de sangre y poniéndolo en su adotatorio (sic), decían que estando allí aquella huaca ó lágrima del Sol, todo el oro de la tierra se venía á  juntar con él24.

A pesar de esto, nosotros hemos privilegiado la interpretación de Ernesto tucuyricuc, ya que ella permite poner de manifiesto una unidad, una lógica en la estructura de la novela, contrariamente a la interpretación de Forgues, que no se pregunta por qué las monedas le dan Ernesto la capacidad de probar la honradez de las criaturas en los pueblos que encontrará en su errar. De esta manera, a la función del tucuyricuc, funcionario itinerante encargado de la justicia, se asocian el Inca y numerosos desplazamientos y, por otra parte, las piezas de oro toman una dimensión simbólica por un procedimiento metonímico. No es el metal con las que están hechas lo que es el símbolo del Inca, sino el penacho de plumas que las adornan. Ernesto, «peregrino», «errante», se desplaza también mucho, y sus desplazamientos, en su lógica, desempeñan un papel importante en la estructura de Los ríos profundos. Es en el Cusco donde recibe su «investidura», como hemos visto. Su primera misión le lleva a Abancay que, para Ernesto: "Es un pueblo cautivo, levantado en la tierra ajena de una hacienda."25 Al empezar su investigación, trata de entrar en contacto con los Indios : "Yo iba a las chicherías a oír cantar y a buscar a los indios de hacienda. Deseaba hablar con ellos y no perdía la esperanza. Pero nunca los encontré."26 Posteriormente, durante una fuga que hace del colegio, se juntará al grupo de mujeres que se revela contra los funcionarios que venden a los ganaderos ricos la sal destinada a la población de Abancay privando así a los humanos de sal y dando preferencia a los animales. Esta intervención de Ernesto que gritará, junto con las mujeres, «¡Kunanmi suakuna wañunk’aku! (¡Hoy van a morir los ladrones!)» sorprenderá grandemente a su amigo, de quien dice: "El Markask'a me miró asombrado"27. Luego, Ernesto acompaña a esas mujeres bajo las balas, asiste a la toma del depósito de sal y a la repartición equitativa del botín. Actúa, pues, como tukuyricuc, «el que todo lo ve» mostrándose como tal en el último momento. Otra misión le espera a Ernesto. Por orden de su padre debe partir a casa de su tío El Viejo, un avaro que él detesta, pero que posee una hacienda en Huayhuay, en las alturas, al abrigo de la peste. Ernesto se niega a ir: "—No me dará de comer, el Viejo, Padre —le interrumpí—. ¡No me dará de comer! Es avaro, más que un Judas."28, pero luego acepta al saber que quinientos colonos29… viven en condiciones difíciles, sorprendiendo también al director. Es otro comportamiento que Arguedas nos presenta como «incomprensible», pero que puede entrar en las atribuciones de un tukuyricuc:

—¿Misiones de franciscanos…? ¿Tiene, entonces, muchos colonos, Padre?
—Quinientos en Huayhuay, ciento cincuenta en Parhuasi, en Sijllabamba…
—¡Voy, Padre! —le dije—. ¡Suélteme ahora mismo!
Me miró más extrañado aún.
—No te entiendo, muchacho —me dijo—. No te entiendo, igual que otras veces. Saldrás mañana al amanecer."30

Me parece, pues, que el papel de Ernesto, el tucuyricuc, es uno de los hilos de la intriga, el nexo entre las diferentes «estampas» de RP. Pero, al revestir a Ernesto de las atribuciones de un tucuyricuc,¿está Arguedas exigiendo del lector un conocimiento que solamente poseen los especialistas de Historia del Perú? O, dicho de otra manera, ¿para quién escribe Arguedas?

 

El tucuyricuc y los manuales escolares de Historia del Perú

La evolución del estudio del tucuyricuc, en el periodo que hemos explorado, se inscribe muy claramente en los manuales de secundaria de Historia del Perú, consagrados al estudio del periodo prehispánico. Así, Carlos Wiesse, en 1941, considera que ambos funcionarios eran gobernadores, llamados tucuyricoc, «el que todo lo ve», el primero  y tucuyricoc Apu, el otro31. Gustavo Pons Muzzo, en 1951, dice que «Tupac Yupanqui condujo a Chile numerosos mitimaes de todo el Tawantinsuyo, e incluso gobernadores o tucuyricuj»32, lo que demuestra que la confusión continúa. En 1956, las funciones del Tucuyricuc se precisan. Este mismo autor, Pons Muzzo, escribe que los «TUKUYRIKUY» eran «visitadores reales»33 y en el manual elaborado por la Editorial Bruño, según el programa oficial de 1957, se lee:

Estos funcionarios, que eran numerosísimos, se presentaban sorpresivamente en cualquier lugar: observaban, escuchaban las quejas, se daban cuenta de todo, e intervenían luego […] Los tucuyricus eran elegidos entre los hermanos del Inca y los miembros de la nobleza imperial.34

Finalmente, en 1959, se autoriza al profesor Telmo Salinas García la publicación de su manual escolar de Historia del Perú. En este manual35 se incluyen: una ilustración comentada y, casi punto por punto (ver figura 1), las hipótesis de Luis E. Valcárcel.

Esta rápida mirada de la evolución del estudio del tucuyricuc, en los manuales escolares de los años 40 y 50, nos ha permitido ver que, a pesar de la confusión reinante, este funcionario no es conocido solamente por historiadores y especialistas, sino que llega rápidamente a todos aquellos que hayan  cursado el primer año de secundaria, lo que representa un número creciente de peruanos dada la política educativa de la época36; tendencia que Arguedas, habiendo sido profesor a nivel secundario37, no podía ignorar. Finalmente, esta referencia cultural andina, sinónimo de anticorrupción, sigue vigente en el Perú, como  se puede apreciar en un artículo publicado en La República el 21 de octubre del año 200138.

Tukuyrikuc

Figura 1: el tucuyricuc, símbolo de autoridad y actuación

 

Conclusión

Pienso que Arguedas ha estructurado RP utilizando, como en las novelas del Siglo de Oro español, el encadenamiento de escenas. Los desplazamientos de Ernesto, funcionario errante, le permiten al lector ver las diversas facetas y conocer a los diversos protagonistas  de la sociedad peruana con los que el tucuyricuc Ernesto tendrá contacto.

Arguedas utiliza, para la construcción de este personaje, el material histórico que fue descubierto progresivamente en las décadas del 40 y 50. El tucuyricuc así construido no contiene ningún elemento histórico inédito, innovador, respecto a los trabajos de la Historiografía andina. No sucede lo mismo, por ejemplo, con el nakak’ o pishtaco que, en la novela que nos ocupa, interviene en el comportamiento sexual de la gente39, aspecto que será puesto en evidencia después de la muerte de Arguedas.

Hemos visto también que los resultados publicados por los investigadores del mundo prehispánico andino sobre este tema se incluyen rápida y paulatinamente en los manuales de Historia del Perú, del primer año de secundaria. Pienso, entonces, que Arguedas consideraba que este saber lo compartiría con muchos de sus compatriotas y que utiliza lo que llamamos en crítica literaria un script, es decir, «un escenario culturalmente compartido»40, que le permite al lector, por lo menos en el ámbito peruano,  identificar al tucuyricuc, dándole sólo algunas indicaciones. Esto constituye una ilustración más del deseo manifiesto y exhortatorio de Arguedas de utilizar, para la construcción de sus novelas, el fondo cultural histórico peruano41, andino, que resulta, como se ha dicho repetidas veces, indispensable para descodificar muchos aspectos de dichas novelas.

* * *


Notas

* Este trabajo fue presentado en las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana (JALLA), 2004, en Lima; una versión apareció en las Memorias de ese congreso: García-Bedoya M., Carlos (compilador): Memorias de JALLA 2004 Lima : Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, Lima :  UNMSM; Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, 2005.
Agradezco a Manuel Villar Fernández; él ya sabe por qué.
La traducción de las citas extraídas en otros idiomas es del autor.

1En  Obras completas, Lima, Editorial Horizonte 1983, t. III. De aquí en adelante RP.

2 «El Ttocricuk y el Tucuyricuc en la organización política del Imperio Incaico», Actas y Trabajos del II congreso Nacional de Historia del Perú (Época Pre-hispánica), Lima 4-9 de Agosto de 1958, Vol. II, pp. 164. Adoptaremos las ortografías que utiliza este autor para mencionar a dichos funcionarios.

3 Power and property in Inca Peru (1958), Westport, Conn., Greenwood Press, Inc., 1973, pp. 115 y 175.

4 La organización económica del Estado inca (1955), México, Siglo XX Editores, 1980,  p. 165.

5  Además de constatar la confusión de los cronistas, este autor da una etimología del nombre de ambos funcionarios :  «T’OQRIKOQ»  del verbo «T’OQRIY», gobernar («to gobern»).  «TOKOY-RIKOQ» de  todo («all») y de «RIKOY», mirar, considerar («look at»), « Inca culture at the time of Spanish conquest» (1946), Handbook of South American Indiens, New York, Cooper Square Publishers, Inc, 1963, tomo 2, p. 264 (nota 20).

6 La organización económica del Estado inca, op. cit., pp. 165-166.

7 Folklore del Valle del Mantaro. Provincias de Jauja y Concepción, Folklore Americano, Lima, n0 1, XI, 1953, p. 108.

8 Huancayo : síntesis de su historia, Huancayo, Editora «Librería Llaque», 1944, p. 8 (Biblioteca Central de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo del Archivo Arturo Sabroso).

9 Oficio no 057 dirigido al Director de la Casa de la Cultura del Perú, 28.10.1964 in Eve Marie Fell, José María Arguedas et la culture nationale dans le Pérou contemporain (1939-1969), Lille, At. de Reprod. des thèses, 1982, p. 1081.

10 Nelson Manrique, «Una mirada histórica», in José María Arguedas veinte años después : Huellas y horizonte 1969-1989, Lima, U.N.M.S.M. e IKONO ediciones, 1991, p. 60.

11 "Los ríos profundos", El Comercio. Suplemento Dominical, Lima, 26.IV.1959, p. 2.

12 RP, op. cit., 153.

13 RP, op. cit., p. 190.

14 El corto comentario de Ricardo González Vigil sobre este pasaje no nos da muchas luces : «Creencias parecidas posee el hombre andino», José María Arguedas, Los ríos profundos (edición de Ricardo González Vigil), Madrid, Cátedra, 1998, p. 442.

15 Les Incas, Paris, Ediciones du Seuil, 1961 y 1983,  p. 98.

16 Gilbert DURAND, Les structures anthropologiques de l'imaginaire…, op. cit., p. 170.

17 Los ríos profundos, op. cit., p. 15.

18 Ibid., p. 190.

19 Manual de Arqueología Peruana, Lima, Ediciones Peisa, 1978, p. 599.

20 Historia de la Cultura Antigua del Perú, Lima, Ministerio de la Educación Pública, 1948, p. 197.

21 Más de diez años después, Valcárcel vuelve a tomar estas hipótesis. Ver : Etnohistoria del Perú andino, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1959, p. 111.

22 Roland Forgues, Jose María Arguedas, del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico. Historia de una utopía, Lima, Editorial Horizonte, pp. 65-66.

23 «y si las monedas protegen al joven Ernesto (con ellas iré por el camino, como el hijo de un rey) es porque ambos objetos [la campana María Angola de la catedral del Cusco y las monedas] tienen un punto común: su esencia divina, gracias al oro de que están hechos.», Ibid. p. 65.

24 Cristóbal de MOLINA (de Santiago de Chile), Relación de la Conquista y Población del Perú (1552?), Lima, Imprenta y Librería Sanmartín y Cía.,1916, p. 147. 

25 RP, op. cit., p. 34.

26 Ibid., p. 47.

27 Ibid., p. 85.

28 Ibid., p. 191.

29 Colonos: « Indios que pertenecen a las haciendas », Ibid., p. 11, nota al pie.

30 Ibid., p. 191.

31 Historia del Perú Prehispánico, Lima, Librería Francesa Científica y Casa Editorial E. Rosay, 1941, p. 83.

32 Historia del Perú. Periodo Autóctono, Lima, 1951, p. 61.

33 Historia del Perú. La Cultura Autóctona, Lima, 1956, p. 83

34 Historia del Perú. Primer año de secundaria (Según el programa de 1957), Lima, Editorial Bruño.

35 Historia del Perú. Épocas Preincaica e Inkaica (Primer año de secundaria), Lima, 1960, cuarta edición, p. 80. La misma ilustración y la nota explicativa que le acompaña puede verse en la edición autorizada en 1965, p. 105.

36 Ver la lista de creación de centros de educación secundaria en: Margarita Guerra Martinieri, Historia General del Perú. La República. 1948-1980, Lima, Editorial Brasa, 1994, t. IX, pp. 417-424.

37 E. Mildred Merino de Cela, Vida y obra de José María Arguedas, Revista Peruana de Cultura, Lima, nos 13-14, diciembre 1970, pp. 137-138.

38 « Sería imperdonable repetir los errores del pasado….En el Perú de los Incas el funcionario público encargado de cuidar que los asuntos económicos del Imperio marcharan como era debido se llamaba tucuyricuc. Su elección era un asunto delicado: se tomaba en cuenta su experiencia y conocimiento de la administración del Estado, pero además que perteneciera a la parentela cercana del Inca y que fuera fiel e incondicional al soberano. Han pasado casi quinientos años desde la caída del Imperio Incaico y hoy la clase política se ve envuelta en una discusión acerca de quién y cómo debe ser la nueva versión del tucuyricuc en un Perú que transita aún hacia la democracia y que pretende desterrar el que fuera, principalmente durante la última década, el mayor flagelo de nuestra sociedad : la corrupción.», Oscar Miranda, Perú : Anticorrupción, ¿Los valores están en ti?, La República, 21 de octubre de 2001 (http://larepublica.com.pe , consultado el 21-07-2004)

39 Edmer Calero del Mar, Le nakak’ o pishtaco dans les romans de José María Arguedas : du héros mythique au personnage, Crisol, Université Paris X-Nanterre, no 5, 2001, p. 43.

40 Yves Reuter, Introduction à l’analyse du Roman, Paris, Bordas, 1991, p. 114. La traducción es nuestra.

41 Ver entre otros escritos: «No soy un aculturado…», Palabras de José María Arguedas en el acto de entrega del premio «Inca Gracilaso de la Vega». (Lima, octubre 1968), in José María Arguedas, Obras completas, tomo V, Editorial Horizonte, 1983, pp. 13-14.


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