Ensayos

Ciberayllu
9 octubre, 2008

Aportes de la cultura a la democracia y al desarrollo con equidad*

Propuestas para una nueva institucionalidad cultural

Edgar Montiel

Uno de los rasgos más notables de la globalización es la expansión del concepto de cultura, tradicionalmente referido a las bellas artes y la literatura, hoy en día convertido en un verdadero poder simbólico y un dominio privilegiado del conocimiento. Considerado un soft power, un recurso versátil al que se recurre para la buena gobernanza mundial o nacional —evitando así los «choques civilizatorios» a nivel internacional o las confrontaciones étnicas e identitarias al interior de las naciones—  la cultura constituye el medio privilegiado para fomentar la comprensión mutua y la cohesión social, y  es un recurso inevitable para promover la creatividad y la innovación, factores claves sin los cuales no puede haber un desarrollo económico y social duradero.

Pero al hablar de cultura, en realidad hoy nos referimos al impetuoso y complejo proceso de interculturalidad, ese pujante movimiento de intercambios, de influencias mutuas, de mutación de las identidades individuales o colectivas que no respetan fronteras. Las culturas ya no surgen solamente de la Historia y la Geografía sino que se configuran en el ciberespacio y se expanden por todo el orbe. Voy a entrar en las arenas movedizas de la interculturalidad por cuatro accesos, esperando que eso nos ayude a comprender la magnitud de este proceso social que alcanza niveles planetarios.

La interculturalidad se encuentra hoy en la agenda planetaria. Según la Organización Mundial de Turismo, cada año 650 millones de personas se desplazan, viajan, por razones de negocios, turismo o de intercambios familiares y de estudio. A esa cantidad hay que agregar los casi 250 millones de personas que se desplazan anualmente por razones migratorias,  y no solamente del Sur hacia el Norte, sino en todas las direcciones: coreanos y africanos van a Canadá, japoneses y mexicanos se instalan en Estados Unidos, los chinos y franceses en África, rusos y poloneses migran al oeste de Europa, ecuatorianos, ingleses y rumanos  se afincan en España. El reforzamiento de las restricciones de circulación, en alza hoy en los países ricos, ataja, cierne y regula el ímpetu de este movimiento migratorio.

Formando parte de ese caudal de migrantes,  encontramos a más de tres millones de peruanos que viven en el exterior. Cifra significativa, pues representa más del 10 por ciento de la población nacional, lo que significa que una parte de la Nación está afuera. Este escenario de 900 millones de personas desplazándose cada año produce una urdimbre infinita de intercambios físicos, intangibles y humanos nunca antes visto en la historia de la humanidad. Traslados masivos no solamente de turistas que visitan las nuevas maravillas de la humanidad, como Machu Picchu o Petra,  sino también de familias enteras que vienen y se instalan como migrantes, que hacen su vida en el exterior.  Su presencia se puede percibir en todos los espacios públicos: en escuelas, iglesias, estadios, museos, clubes, asociaciones, gremios, sindicatos y partidos políticos, de modo que la interculturalidad constituye un rasgo característico de nuestra era.

El proceso de globalización se manifiesta no solo por el fuerte incremento de los intercambios comerciales y el desarrollo  de nuevas tecnologías de comunicación, sino también por la rapidez con la que grupos de población se desplazan. Entre Europa y América hay  siete u ocho horas de vuelo y entre la China y Europa 10 u 11 horas. Cada año se desplaza casi el 15 por ciento de la población mundial, generándose un caudaloso flujo de intercambios, de todo tipo, activando un proceso de transculturación intensivo que cincela diversos tipos de personas y de colectividades,  revestidas con frecuencia de una identidad múltiple. En el Perú, muchos de nuestros abuelos nunca salieron de sus pueblos. Ahora los peruanos se están desplazando, están experimentando la vida en el exterior,  de cómo se organizan otras sociedades y quizás muchos peruanos se sienten mejor realizados fuera que adentro, por razones fáciles de explicar.

Esta densidad de intercambios internacionales ha hecho que los patrones culturales tradicionales se vayan decantando, mutándose en otros distintos. Ahora está a la mano saborear platos de la gastronomía coreana o libanesa, ser hincha del Real Madrid o de un equipo inglés, escuchar  música turca o sudafricana, vestirse con ropas americanas o árabes, gustar del cine francés o del brasileño  a pesar de la invasión de los bodrios de Hollywood,  aprender idiomas antes exóticos como el mandarín o el hindi, o casarse con una persona venida del otro extremo del mundo —que tiene una religión que no está inscrita en la tradición familiar— o tal vez curarse no con la medicina occidental sino con el Ayurveda o la medicina taoísta china. Las «entradas» culturales se han multiplicado y son ahora mucho más accesibles que antes. De modo que hay una explosión de la oferta cultural. El «menú» de opciones se ha ampliado considerablemente.  El modelo monocultural vigente hace una veintena de años se ha ido fracturando  y hoy en día se produce ante nuestros ojos y con nuestra participación  una recomposición de las identidades a escala global. Todo un desafío personal y colectivo.

Por supuesto que un elemento clave de esta recomposición es el propio proceso de mestizaje biológico que se está dando a nivel planetario. Podemos decir de modo metafórico que la sopa genética global se está moviendo a una velocidad nunca antes vista,  pues esos 900 millones que se desplazan establecen lazos afectivos con las poblaciones que los acogen, formando en algunos casos familias multinacionales. De esas uniones  nacen niños y niñas, que en muchos casos hablan varios idiomas, escogen sus religiones,  y cristalizan a nivel humano la comunión de culturas.

Todos estos aspectos forman parte del poderoso movimiento intercultural global y el Perú no es ajeno a este proceso. Incluso la propia «representación» que tenemos del Perú en nuestro imaginario se ha enriquecido. Los medios y la vía satélite nos permiten hoy ver en directo y en tiempo real el Inti Raymi, la fiesta de San Juan en Iquitos, El Festival de la Marinera en Trujillo,   los carnavales de Puno o la Feria de Huancayo,  de modo que ya no tenemos un imaginario restringido a Lima. En cierta forma la representación que teníamos de nosotros mismos se ha «deslimeñizado». El propio surgimiento de un mercado nacional contribuye con este proceso de religar lo disperso. Las nuevas tecnologías nos están ayudando a tener una visión más amplia y real de nuestro propio país. Cuanto más ancha sea nuestra visión del país más sencillas serán las tareas de integración nacional y de cohesión social. Aquí hay un desafío de primer orden para el Estado y los medios de comunicación: presentar el Perú en su rica diversidad.

Esta introducción sobre el impacto de la interculturalidad en las sociedades actuales sirve de preámbulo para ver de qué modo el país debe tenerla en cuenta en la formulación  de sus políticas públicas, para no actuar de espaldas al mundo real. Se trata de un elemento esencial para la gobernanza1; una agenda política que fomente y respete la interculturalidad, reduce los causales de conflicto social al interior de la sociedad. Todo esto contribuye a la paz colectiva y a la construcción de sociedad, tan necesaria ante los fenómenos de fractura social y de marginalidad que acechan al país, acicateados por la pobreza. En el fondo, se trata de sincerar las relaciones entre la cultura, la nación y el Estado, para que no sean excluyentes entre ellos.

I

El primer punto de cuatro en torno a la noción de interculturalidad está referido a la ampliación misma de la noción de cultura. Para esto, quisiera recordar la Conferencia mundial sobre  políticas culturales que tuvo lugar en México en 1981 (MUNDIALCULT). Esa Conferencia, primer movimiento mundial de los gobiernos en este campo, fue de gran trascendencia para la redefinición de la cultura, pues se intentó que esta noción adquiriese una función más allá de la visión  sectorialista: la cultura como una práctica ligada principalmente a las bellas artes, a los museos, a las galerías, a la conservación. Es así que la noción misma de cultura  fue enriquecida, pues se hizo una lectura de ella a partir de su implicancia en la vida humana. El nuevo paradigma era cultura y vida.  Es a partir de esta visión que se abordó tres desarrollos de gran trascendencia para la integración de la cultura en las políticas públicas: la cultura es un recurso esencial para el desarrollo duradero; es un elemento imprescindible de cohesión social, pues proporciona a los grupos humanos un sentido de pertenencia, siendo además un factor influyente de gobernanza.

La cultura es un recurso esencial para el desarrollo, pues es un factor clave de lucha contra la pobreza. Se parte del principio de que nadie es pobre absolutamente: toda persona, toda comunidad, siempre tiene alguna carencia,  pero que está siempre dotada de algo, esto es de un componente cultural, de un saber o de una habilidad. En consecuencia estos saberes, estas habilidades con que cuentan las comunidades pueden ser movilizadas a favor de la lucha contra la pobreza.  Las comunidades locales, en particular aquellas que poseen una  tradición ancestral en el uso y manejo de los recursos cercanos, tienen un conocimiento profundo de los diferentes hábitat y ecosistemas naturales, indispensable para su conservación. Ejemplo de esto es la preservación del medio ambiente por medio de estrategias de conservación basadas en el conocimiento ancestral que tienen las comunidades locales de los equilibrios naturales.2 Como bien afirman Carlos A. Rodríguez y Clara Vander Hammen en su estudio Biodiversidad y manejo sustentable del bosque tropical: «Es necesario rescatar los modelos indígenas de manejo de los sistemas agrícolas, de manejo de los peces y en general los relacionados con el manejo de animales de la selva los cuales han demostrado durante centenares y miles de años su aplicabilidad y éxito»3. Otro tanto sucede con la llamada medicina tradicional. En muchas regiones del país no se visita a un médico porque cobra muy caro, se visita a un sanador tradicional y receta hierbas. En consecuencia,  la cultura es un factor de desarrollo: este es el nuevo enfoque que se dio en la conferencia de México, y que tuvo una continuidad en los noventa, pues  fue potenciado por el Informe Pérez de Cuellar sobre Cultura y Desarrollo.

En nuestro país, a pesar de que en los últimos años la economía ha experimentado un importante crecimiento económico, sigue existiendo una fuerte correlación entre pertenencia a comunidades indígenas y los índices de pobreza, llegando en zonas rurales indígenas andinas y amazónicas a más del 70% de la población. El Estado está con frecuencia ausente en estas zonas y carece de iniciativas innovadoras para potenciar la participación creadora de estas comunidades.

Una explicación de esto es la disociación entre los proyectos de desarrollo y los valiosos recursos culturales de que disponen los pueblos originarios. Debe entenderse que el desarrollo no solo está unido a factores económicos y sociales, sino que tiene una íntima relación con los saberes y destrezas de las cuales dispone un individuo y su colectividad, esto es, con aspectos que involucran los valores, la manera en que se relacionan con el medio natural y los procesos de interacción social. Para evitar el fracaso reiterado de proyectos por no tomar en cuenta las culturas locales, James Wolfenson, Presidente del Banco Mundial, exhortaba a reconocer que «la cultura de los pobres es uno de sus más importantes recursos pero es, a la vez, el más ignorado por los programas de desarrollo» (Florencia, 1999)4

La cultura es un factor imprescindible de cohesión social: no puede haber política o democracia que no tenga un contenido cultural, porque tanto las personas como las colectividades tienen una identidad. Esta identidad puede ser desplazada por otra, como he señalado al principio, pero las personas se reclaman siempre de una identidad individual, colectiva, cultural, sociocultural o nacional, de modo que esta función de la cultura también es vital para la cohesión social y sirve para dar a los individuos un sentido de pertenencia. El individuo se construye y se afianza a partir de su pertenencia a un grupo social: a qué comunidad, a qué sociedad, a qué nación uno pertenece. Si su sentido de pertenencia es mayor, igual será su participación en las empresas colectivas. Sin la construcción de estos vínculos colectivos es imposible producir sociedad, tan necesario para nuestro país.

Como corolario de lo anterior, la cultura es también un factor de buen gobierno. Existen en el país muchos conflictos culturales: grupos humanos que tienen diferentes creencias religiosas, que hablan lenguas distintas, que tiene tradiciones y prácticas distintas. Por estar en juego elementos de tipo cultural, su solución involucra una visión que privilegie, no elementos puramente represivos, sino elementos de comprensión mutua y de diálogo cultural.   Todo esto hace de la cultura un factor de negociación, de intercambio. Es decir, la cultura como un factor de diálogo, de reconocimiento y de comprensión mutua. Considerar debidamente la dimensión cultural en las decisiones de gobierno permite a las diferentes instancias del Estado (miembros del ejecutivo, congresistas,  alcaldes, regidores, maestros)  actuar en el sentido de que su accionar sirva para dignificar a las comunidades y a las personas. Es decir construir sociedad. Las instituciones del Estado tendrían que ser los primeros mediadores entre las diversas colectividades.

Ayudará a la gobernanza respetar la diversidad cultural, convirtiéndose en factor de equidad y de paz social, mediante la creación de un marco institucional favorable a la lucha contra toda forma de discriminación por razones étnicas, religiosas, de identidad sexual o de género. Esto supone no solo la creación de un marco legislativo adecuado, sino también la creación o el fomento de instituciones tanto en el ámbito público como a nivel de ONG y del sector privado que combatan la discriminación, como se verá más adelante. Toda discriminación o marginalidad aceptada por el Estado contribuye a la fractura social y estimula el descontento y la violencia, pues es vista y sentida por el pueblo como una exclusión estatutaria. El choleo no puede convertirse en una práctica colectiva con el apoyo del Estado.

Los factores culturales intervienen también como recursos para que la Política pueda ser a la vez consensual y receptiva. Dentro de los objetivos de gobernabilidad se incluye  todo lo que es la participación de la comunidad en las actividades propiamente culturales, educativas y artísticas. Ese disfrute de pertenecer a una comunidad, a una sociedad, a una identidad cultural. Entre ellas, destaca el sentido de la celebración, de la fiesta, el deporte colectivo, la ocupación del espacio público como plazas, parques, estadios, etc. Un buen gobierno incluye entre sus preocupaciones la parte lúdica, festiva, recreativa y el reforzamiento permanente del sentimiento de pertenencia y de dignidad colectiva. El paradigma es: la política se tiene que parecer a la vida,  y no al revés. Lo que significa que no es suficiente una obsesión «economicista» del Estado para resolver los problemas de una sociedad, si no se consideran debidamente las otras facetas de la vida humana que tienen que ver más con la dimensión lúdica,  festiva, simbólica, amorosa de la naturaleza humana.

II

Un segundo punto está ligado precisamente a la interculturalidad como fuente de conflictividad al no respetarse o entenderse la diversidad y la pluralidad existentes en la nación. No se trata de estimular un puro ejercicio negativo o reactivo, sino más bien acercarnos a la cultura desde un enfoque realista por medio del cual es posible establecer estrategias anticipativas para resolver este tipo de conflictos. Evocaré algunos ejemplos de fuera. En este momento existe un aumento de los conflictos de origen etnocultural y religioso en el mundo. En Sudán, más exactamente en la región del Darfur, la población de origen árabe a través de milicias llamadas los Janjawid o «los jinetes del diablo», ha iniciado una amplia guerra de exterminio contra las poblaciones negras originarias del lugar. No se trata de un enfrentamiento religioso pues ambos grupos humanos son musulmanes, sino de un conflicto que opone dos imaginarios etnoculturales, imaginarios fracturados sedimentados en la mente de estos pueblos. Lo mismo sucedió en los Balcanes, en Mauritania o actualmente en Kenia. Los acontecimientos del 11 de septiembre que acarrearon un cambio de estrategias para la mayor potencia del planeta (la unilateralidad y las guerras preventivas que tuvieron como correlato la ocupación de Afganistán e Irak), tuvo como consecuencia también el resurgimiento del antiguo debate de la existencia de bloques culturales enfrentados. Una visión maniquea que preocupa a la ONU, pues es visto como una confrontación entre Occidente y el Oriente, entre el mundo cristiano y el mundo musulmán.

Si la comunidad internacional y los países no gobiernan adecuadamente estos conflictos con una visión intercultural y  prospectiva, se corre el riesgo de que se llegue a un punto de no retorno en el cual las comunidades recurran no al diálogo y el entendimiento mutuo como recursos para resolver sus disputas sino al hierro y al fuego. Esto no sólo ocurre en ciudades tan alejadas para nosotros como Kabul o Bagdad, pues basta recordar lo que pasó en Ilave, Puno, hace dos años, donde la población hizo justicia con sus propias manos con un alcalde distrital.  Es menester por esto que las élites políticas estén preparadas para comprender este tipo de conflictividad y que las clases dirigentes posean la preparación suficiente para saber cómo mediar, cómo administrar estos conflictos. Hoy en día se requiere de «capacidades interculturales» para la gestión de conflictos, una aptitud de saber meterse en la piel del Otro.

Ante estos conflictos, las Naciones Unidas, y la UNESCO en particular, han llevado adelante una serie de iniciativas. Entre éstas se encuentra la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural. Este documento, aprobado en el 2001, tiene como objetivo central el promover a escala internacional el principio de reconocimiento de la diversidad cultural. Partiendo del hecho de que no hay culturas monolíticas, la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural brinda la posibilidad de reconocimiento de la diversidad, pero también reconoce el principio de elección de lo semejante, de la afinidad. Es posible para una persona afirmar: «soy de tal o cual nacionalidad, pero quiero aprender el italiano o el checo, mis preferencias musicales son el rock o el jazz de los Estados Unidos, el flamenco español, y me gusta otro tipo de comidas que la comida local». Incluso, siguiendo su libre albedrío esta persona puede adoptar otra nacionalidad.

La Declaración del 2001 hace del reconocimiento de la diversidad cultural un principio al cual puede aspirar todo individuo. Otro documento más reciente es la Convención sobre la Protección y la Promoción de la diversidad de las Expresiones Culturales, aprobada en el 2005. Esta Convención eleva a norma jurídica los principios de la diversidad cultural,   de modo que de manera soberana  los países puedan hoy en día tener políticas públicas que preserven y conserven sus propias culturas.

La comunidad internacional entiende que tanto los flujos de capitales,  como esos mil millones de personas movilizándose, y la masividad de las  nuevas tecnologías que nos transmiten contenidos simbólicos, tienen un impacto multiplicador a nivel local y nacional. Esta fuerza debe ser gobernada para que no se trasforme en un factor que favorezca la desaparición de las culturas locales, sino que al contrario se reconozca y fomente el principio que tienen los países de preservar soberanamente sus propias culturas y de poseer mecanismos jurídicos para que esto se dé de manera efectiva. Hay países  como Corea del Sur que hacen uso de estos principios para reforzar la legislación sobre la protección del cine. De esta manera, casi el 50% de las películas difundidas en los salas de cine son locales y 20 por ciento de las películas que se difunde en las televisoras del país son películas surcoreanas. Esta iniciativa ha tenido tal impacto que ahora  la industria cinematográfica surcoreana posee un prestigio internacional, con directores reconocidos como Im Kwon-Taek, premiado en Cannes, cuenta con actrices y actores locales, siendo además uno de los pocos países, junto con Francia y la India, que resisten a la hegemonía  de la industria cinematográfica estadounidense. México y Brasil hacen uso también de este tipo de medidas para proteger las expresiones artísticas que forman parte de su patrimonio. Y en Argentina se ha planteado la necesidad de que se aplique un sistema de cuotas en la programación radial para proteger la creatividad de la música local. De modo que existe un sistema jurídico que los países pueden utilizar para salvaguardar las expresiones artísticas y culturales que forman parte de su patrimonio.

III

Un tercer punto es cómo la cultura constituye un elemento clave en las relaciones internacionales. En estos momentos se habla de la cultura como un poder a favor de la paz,  de la capacidad de comunicación y de persuasión que posee un país, que podría ser análoga  a la  influencia  del poderío militar o económico.

Es indudable la fuerza estandarizadora que tiene la mundialización y especialmente las nuevas tecnologías de la comunicación. En este momento, el sector que crece más en la economía mundial es el sector ligado a las industrias culturales, sobre todo las ligadas al entretenimiento. Por ejemplo, 9 por ciento de la estructura productiva estadounidense está consagrada a la industria del entretenimiento.

Aquí hablamos no sólo de la industria hollywoodense con los miles de películas producidas cada año y sus redes de distribución, sino de un inmenso mercado representado por  los videojuegos, medios audiovisuales e Internet. En términos de exportación el porcentaje de esta industria es mayor que el representado por la industria pesada, incluyendo el armamento. La cultura en su diversas manifestaciones se ha convertido en un sector económico con un gran dinamismo, además de haber alcanzado un poder de tipo  estratégico por su capacidad de influencia.

Expertos como Joseph Nye, autor de un libro convertido en una referencia de las relaciones internacionales, El poder blando (Soft Power), apunta que en este momento Estados Unidos invierte mucho en Irak, que se ha convertido en una trampa mortal para miles de jóvenes norteamericanos, al punto que la opinión pública tiene la impresión que se está perdiendo la guerra. Y dice algo que condensa la importancia de la «idealidad cultural» en las relaciones internacionales: «En 1990 el muro de Berlín fue derribado sin disparar un solo tiro. ¿Con qué ganamos? Ganamos con programas como «La Voz de Américas» que irradiaba contenidos que representaban  los ideales norteamericanos como los derechos humanos, la libertad y el libre comercio».  Estas afirmaciones Nye las pronuncia no solo como un teórico reconocido sino también a partir de  su propia experiencia política, pues ocupó puestos claves como Subsecretario de la Defensa durante las administraciones de Carter y Clinton.

En suma, argumenta que gracias a su soft power es que Estados Unidos pudo derrotar a la Unión Soviética, siendo no solo menos oneroso en términos económicos que otros conflictos, sino sobre todo evitándose una guerra nuclear. El manejo del poder intangible —que reside en las nuevas tecnologías, la televisión, el libro, los ideales, las películas, los intercambios educativos,  entre otros— como un recurso versátil que privilegia  la persuasión y la inteligencia emocional, les permitió a fin de cuentas de obtener resultados concretos.

China no requiere fomentar  su poder blando o soft power, pues posee una cultura milenaria esparcida en el mundo por millones de emigrantes, lo que facilita  una presencia cultural indiscutible a nivel mundial. Ejemplo de ello es el consumo cotidiano de la comida china, todo esto sin necesidad de hacer propaganda. Cuando el primer ministro chino Chou En-lai vino a Lima, consideró que la comida china local era más rica que en su propio país, algo que parecía ser una lisonja diplomática.  Pero luego se explicó que por el mar peruano el pescado era dulce y sabroso  y que gracias a la diversidad de pisos ecológicos había además  una gran variedad de vegetales.

La imagen que tiene un país en el exterior es un factor clave de política exterior, en tanto que es un poder que influencia. China lo utiliza no por el lado de las comidas (pues eso lo tiene conquistado),  sino por el lado de la salud, con tratamientos que involucran la acupuntura, la moxibustión, la herboristería tradicional, a los que se suman los saberes antiguos que conforman la idea de una «sabiduría china».

En países como el nuestro, considerar la cultura como un factor de influencia en las relaciones internacionales debe ser un principio tomado debidamente en cuenta. El Perú dispone de un potencial excepcional en términos culturales y de biodiversidad: civilizaciones con cinco mil años de antigüedad, y junto con Ecuador, Brasil y Colombia poseen casi la mitad de la biodiversidad planetaria, es decir la riqueza biológica que el mundo va a necesitar en el siglo XXI. Este grupo de países posee además cerca del 40% de los recursos hídricos. Existen entonces las condiciones para crear una política externa que sirva a los objetivos de desarrollo en el largo plazo. El patrimonio cultural y biológico debe ser considerado como un recurso estratégico, y como factor relevante de política interna, de cohesión social, de diversificación. Se requiere construir un imaginario inclusivo compatible con las realidades interculturales del nuevo siglo. Un requisito que va de la mano con este empoderamiento cultural es que los pueblos mismos conozcan y disfruten de esta magnifica diversidad,  por ejemplo accediendo a las comidas regionales, a la variedad de músicas y danzas, las fiestas patronales y cívicas, a los saberes medicinales, la etnobotánica,  las tecnologías locales de las otras regiones, y a toda esa efervescente creatividad de la culturas vivas urbanas. Intercambios que tendrían que ser promovidos entre las nuevas generaciones y ser parte de los planes educativos.

IV

Quisiera señalar finalmente un cuarto punto referido a la incorporación de la interculturalidad en las políticas públicas. En esta última parte me gustaría enumerar también algunas acciones concretas que podrían ser incluidas en la agenda nacional. 

Dijimos que un aspecto clave en este sentido es aprovechar la interculturalidad peruana como factor de desarrollo: ¿cómo incorporar en el currículo de las escuelas cursos sobre las culturas tanto regionales, nacionales e internacionales? Es decir cómo hacer para que juventud se apropie de la cultura, geografía e historia de su propio país. En geografía enseñan a los escolares que el Everest está a 7,280 metros sobre el nivel del mar, pero no por qué un niño puneño o huanuqueño tiene otras costumbres, o que un niño de la Amazonía se expresa de manera distinta a uno de Lima. Nuestros hijos necesitan aprender a entender y a respetar estas diferencias. Esto forma parte del necesario sinceramiento entre la cultura y la educación en el Perú.

Se intenta de esta manera lograr el reconocimiento de la naturaleza pluricultural de la sociedad peruana, y promover por esta vía valores de equidad social en poblaciones que históricamente han sido víctimas de la discriminación, así como generar nuevas formas de convivencia social basadas en la interculturalidad y el respeto de las diferencias. En nuestros días, vastos sectores de la población peruana continúan siendo víctimas de racismo y discriminación. Resulta revelador el testimonio de Jorge Ramírez Reyna, pronunciado en el acto de incorporación de los afroperuanos a la Comisión Nacional de Pueblos Andinos y Amazónicos (CONAPA):   «En pleno siglo XXI, los negros no podemos ingresar a una discoteca o a otros servicio públicos, los negros no podemos ser miembros de la Marina de Guerra del Perú, ahí los puestos sólo son para gente blanca, como dicen los medios de comunicación masiva,  en donde se ridiculiza y humilla nuestra imagen»5.  Hay que superar esta clase de pesadas herencias de «discriminación estatutaria». ¿Por qué no beneficiarse mutuamente de la rica diversidad humana y cultural del país? Hay que liberarse de estos anacronismos coloniales que obstaculizan el desarrollo pleno de la sociedad. Cada colectividad humana tiene una experiencia propia y habilidades particulares para contribuir a un desarrollo verdaderamente nacional.

Esta iniciativa está en concordancia con el Objetivo Estratégico 2 del Proyecto Educativo Nacional (PEN), aprobado el año pasado, el cual contempla establecer un marco curricular nacional compartido, intercultural, inclusivo que posibilite una mayor pertinencia tanto con la cultura y la lengua de cada población como con las diversas realidades sociales, económicas y geográficas del país.  Se busca de esta manera «una perspectiva intercultural a la enseñanza en todos los niveles educativos a fin de posibilitar una ciudadanía inclusiva e intercultural que conozca, respete las diferencias socioculturales y rechace toda forma de racismo y discriminación».

Al no estar orientada a la alteridad, nuestra educación nacional no incorpora debidamente la diversidad dentro de su universo. Así  solo se producen generaciones que viven en la escisión. Basta con recordar la frase aprendida casi de manera inconsciente: «El Perú se divide en costa, sierra y selva». Se da énfasis a la división y no la integración: «el Perú está compuesto por costa, sierra y selva». Es el lenguaje mismo con que nos referimos a nosotros, y debemos revisarlo. El gran desafío entonces es incorporar no sólo programas educativos culturalmente adaptados sino también cursos que nos permitan comprender la alteridad cultural para poder vivir en comunidad. Esa es precisamente una de las recomendaciones del plan de acción de la Declaración sobre Diversidad Cultural.

Muchas prácticas culturales y sociales son procesos dinámicos que desbordan las instituciones del Estado, pues comprenden al conjunto de la sociedad. Un punto importante a destacar es la elaboración de una política que fomente cohesión social, en la cual la diversidad sea estimulada no solo por los poderes públicos sino también por todo el conjunto de la sociedad civil.

Es por esto que es necesario elaborar una agenda en la cual la cultura y la vida asociativa puedan ser  ejes motores. Además de los ya citados, se podría tener en cuenta las siguientes propuestas:

Para llevar a cabo estas medidas no estoy hablando solo de la participación del Congreso, de los diferentes órganos del Ejecutivo, de las instituciones educativas  o incluso de las   ONG nacionales o internacionales, sino del vasto y rico tejido que forma nuestra propia  sociedad civil. Estoy hablando de la vida asociativa que nace en los ámbitos populares, y que constituirían un canal de expresión de  la diversidad cultural y de  una interculturalidad solidaria.

* * *

Notas

*Texto originalmente leído como Conferencia Magistral en ocasión del nombramiento de Profesor Honorario  de la Universidad Científica del Sur

1 Frente a un uso y abuso de conceptos como «gobernabilidad», «gobernancia», «gobernanza», es conveniente mencionar la definición que proporciona el Diccionario de la Real Academia de este último término: «Arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía.»(DRAE, 2001): Por esta razón nosotros preferimos emplear el concepto de Gobernanza.

2 Sobre este punto, véase el capítulo «Concordar  naturaleza y cultura en un desarrollo duradero», en Gobernar es Saber. FCE. Lima 2005.

3 Restrepo, R (compilador). El vuelo de la serpiente. Siglo del Hombre y Ediciones UNESCO. Bogotá 2000. 

4 Cevallos, R.  ¿Cultura y Desarrollo? ¿Desarrollo y Cultura? Propuestas para un debate abierto. Cuadernos PNUD. Lima 2005. 

5 Revista Concertando para el Cambio, n° 2, Lima 2001. 

 

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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Montiel, Edgar: «Aportes de la cultura a la democracia y al desarrollo con equidad» , en Ciberayllu [en línea]

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