Ensayos

Ciberayllu
25 febrero, 2007

Flora Tristán: viajera, positivista y romántica

Gabriel Icochea Rodríguez

 

¿Qué se puede decir sobre Flora Tristán luego de dos siglos de su nacimiento? Lo escrito hasta el momento por estudiosos y literatos incide demasiado en el aspecto biográfico. Dicha actitud es comprensible: su corta existencia es un rico testimonio  de sus convicciones. Flora es una mujer que padece los efectos de una realidad contra la cual combate: es separada ilegalmente, es hija ilegítima,  es pobre y por último,  es mujer en un ambiente de contestación que aún no ha incorporado la lucha de las mujeres. Todas las discriminaciones están contenidas en su persona. El término «paria» asumido por ella para autodenominarse es bastante acertado. Ya en la misma elección del sustantivo vislumbramos tanto una línea de combate como una ironía que refleja un espíritu fuerte.

¿Es probable un acercamiento que tome distancia de la fascinación romántica que ha caracterizado muchos de los abordajes de su caso? Sí, aunque sea inevitable atravesar algunos tópicos sobre su obra.

Flora Tristán puede ser rescatada de dos formas diferentes: como cronista de viajes y como ideóloga política tanto del sindicalismo como del feminismo. La vitalidad de sus otras facetas ha quedado mermada por el tiempo. Un caso  lamentable es su condición de novelista. En Mephis1, se nos revela excesivamente deudora de los románticos del siglo XIX; en demasía emparentada con las largas novelas de Eugenio Sue y de Víctor Hugo o curiosamente insistente en una trama maniquea que promueve lejanamente el realismo socialista.

No sería justo soslayar algunos méritos literarios; sin embargo, si nos detuviéramos en este aspecto, perderíamos el rumbo en la tentativa de reivindicar los aspectos más originales de su obra.

Es necesario revisar los aspectos que aseguran su grandeza. Todos estos se hallan de alguna manera vinculados a su vida misma. No fue una simple ideóloga sino una activista y sus pretensiones de reforma social estuvieron acompañadas  de propuestas concretas.

Nuestro acercamiento a la obra de Flora Tristán abordará dos puntos: su condición de cronista de viajes, condición en la cual se hallan reflejadas una ideología eurocéntrica  y su filiación tanto positivista (que ya se ve en su condición de cronista) como romántica.

 

La crónica y el análisis

Los libros de viajes han variado mucho desde el siglo XVI. A partir del perfeccionamiento de las técnicas de navegación, hemos asistido a la evolución de este género literario. Recordemos, sólo para mencionar un ejemplo, la crónica de viajes de Alvar Núñez Cabeza de Vaca2. Allí, la narración es básicamente aventura: Alvar Núñez es sólo un navegante; sus observaciones no pasan de ser recuentos de acontecimientos: un naufragio, un encuentro infortunado con los aborígenes y una salvación a largo plazo.

Tiempo después asistimos a una ampliación de los libros de viajes como relatos de aventuras. Aquí entramos al plano de la ficción. Una expresión de ello es Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Aunque el texto sea aparentemente sólo una referencia más en la divertida literatura de navegantes, tiene, además, un valor documental que más adelante mencionaremos.

Otra línea de desarrollo del género se extiende de la ficción a la utopía política. La mejor expresión de este caso se encuentra en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. En la novela del ilustrado escocés hallamos la impronta de una crítica radical a la civilización occidental. Los espacios visitados por el protagonista están reñidos con los engañosos criterios de la superioridad de Occidente. El protagonista encuentra sociedades cuyas estructuras están diseñadas según algunas de las ideas más críticas de su tiempo (Aunque Swift haya sido observado también bajo el enfoque de la neurosis y como autor de una ficción extremadamente simbólica).

El caso de Flora Tristán es otro. No se sumerge en las aguas de la aventura literaria, ni de la ficción. Sus libros son al mismo tiempo crónicas y análisis sociales. En la senda del trabajo elegido es equiparable a otro intelectual de su tiempo: Alexis de Tocqueville. Las coincidencias no parecen arbitrarias: Flora Tristán escribe Memorias de una paria unos años después de que Tocqueville publicara la primera parte de La Democracia en América. Sin embargo, su creatividad converge en una misma década que es la década del treinta del siglo XIX. Los dos son viajeros que por diferentes motivos llegan a tierras americanas: Tocqueville para estudiar el sistema penal norteamericano y Flora Tristán para recuperar una herencia familiar. Pero las observaciones tanto de una como de otro no se agotan en el dato social, sino que hacen a su manera una sociología. Una tendencia analítica que por lo demás se extiende y se hace mucho más seria y profunda en el caso de Paseos por Londres.

Sin embargo, debe apuntarse la diferencia central: Flora se explica la situación social del Perú como un producto del atraso y de la barbarie. Su perspectiva suscribe un positivismo recalcitrante según el cual los pueblos menos evolucionados deben atravesar necesariamente las etapas sociales para llegar a una sociedad científica y positiva3. Tocqueville observa la eficiencia de la democracia norteamericana como un producto de la igualdad. En el teórico social francés encontramos una visión de la modernidad occidental; más aún, la modernidad es vista como democratización.

Pero el enfoque sería demasiado superficial si no dijéramos que los libros de viajes en general han constituido la más importante base documental de la construcción de el otro. Los libros de viajes han cumplido esa función desde el principio. Constituyen los principales documentos testimoniales acerca del otro. Tzvetan Todorov toma una vía acertada cuando aborda la creación del otro a través de una investigación que utiliza como materiales básicos las crónicas de viajes de América en su vertiente mexicana,.  Los americanos eran los  otros por excelencia. Basta saber que la familiaridad de los Occidentales con otras culturas es inveterada. El intercambio comercial a través del Mediterráneo permitió un contacto frecuente con África y con una parte importante de Asia.  Cualquier caso mencionado acerca de la literatura de viajes, incluyendo la correspondencia de Colón, puede ser interpretado como una visión de la alteridad. Incluso, cuando hablamos de ficción, la construcción del otro constituye la representación del indígena. El caso de Robinson Crusoe, el navegante que permanece treinta años en una isla y que al año vigésimo séptimo descubre a Viernes, un indio que lo acompaña tres años en su aislamiento, es un ejemplo más de este descubrimiento. Viernes es un individuo que llena de admiración la percepción del navegante por sus virtudes laborales, pero al mismo tiempo es juzgado como impío.  Esa fue la misma visión de algunos cronistas del siglo XVI y fue, en general, la visión de algunos teóricos de la conquista como Ginés de Sepúlveda.

En este sentido, Tocqueville no podría ser incorporado al mismo género de cronistas. Su perspectiva de América es la visión de un espacio que constituye para él a todas luces una extensión de Occidente. En Tocqueville nunca se hace manifiesta la idea de estar hablando de una cultura diferente.

A la inversa, Flora aporta mucho al respecto. Su construcción del otro, por partir precisamente desde una perspectiva positivista, es la representación del bárbaro. (Más adelante nos ocuparemos de la filiación positivista de Flora, aunque ésta prefigure algunos argumentos que luego formalizará Comte).

En la descripción que hace de la isla de Praia en Cabo Verde, encontramos el siguiente párrafo: «Toda la población se hallaba en las calles, respirando el fresco delante de sus casas. Entonces, sentimos olor de negro que no puede compararse con nada, que da náuseas y persigue por todas partes. Se entra en una casa y al instante se siente una emanación fétida. Si uno se acerca a los niños para ver sus juegos tiene que alejarse rápidamente ¡Tan repugnante es el olor que exhalan! [...] Sentía un malestar tan insoportable que nos vimos obligados a precipitar la marcha para encontrarnos fuera del alcance de aquellas exhalaciones africanas.»4

Sobre esta misma cita, Vargas Llosa —en la forma de un monologo interior— nos dice que por haber dicho «olor a negro», Flora nunca terminó de arrepentirse. En verdad lo que repudiaba era el olor a miseria y a crueldad por el destino que sufrían los africanos a manos de comerciantes europeos5.

¿Dónde consta el arrepentimiento de Flora? ¿Qué documento puede esgrimirse como una rectificación?

La novela de Vargas Llosa es un viaje por la interioridad de una mujer que pudo haber pensado en esos términos de forma verosímil, pero no hay un solo texto que refrende dichas posiciones. La novela no es necesariamente documento por lo demás.

Ese desprecio por el salvaje se encuentra erigido sobre  un positivismo ideológico y sobre un eurocentrismo político. Los no occidentales poseen costumbres que son vistas con desprecio. Ninguna curiosidad logra paliar dicha percepción, ninguna virtud es hallada por la viajera en esos habitantes no occidentales.

Asimismo, las costumbres de los habitantes de Arequipa son vistas como un producto del atraso de una sociedad atávica. Basta leer la descripción de una fiesta religiosa para percatarse de que dichos habitantes están incluidos en la despreciable barbarie a la que tanto hace referencia:

Era una cosa nueva para mi, hija del siglo XIX, recién llegada de París la representación de un misterio bajo el pórtico de una iglesia en presencia de una inmensa multitud del pueblo. Pero el espectáculo más lleno de enseñanzas era la brutalidad, los vestidos groseros y los harapos de ese mismo pueblo cuya extrema ignorancia y estúpida superstición retrotraían la imaginación a la Edad Media. Todas esas caras blancas, negras, cobrizas expresaban una ferocidad salvaje y un fanatismo exaltado.6

Y más adelante termina el comentario con una analogía:

El misterio se parecía mucho (no diré nada de las bellezas del diálogo, pues las palabras llegaban imperfectamente a mis oídos) a los que representaban con gran pompa en el Siglo XV,  en la sala de Palacio de justicia de París para edificación del pueblo, representación a la cual nos hace asistir Víctor Hugo en su Nuestra Señora.7

Claro, la percepción es que dicha festividad sólo podría pertenecer al pasado europeo. La fiesta como tal tiene por característica más conspicua su atraso: si tuviese que ubicarla en la historia europea su lugar se hallaría en un período superado.

Podría afirmarse desde un lado más bien apologético que Flora Tristán deslizaba una crítica feroz contra la aristocracia arequipeña. Lo hace, pero esgrime, además, una crítica despiadada a los sectores populares. ¿Qué tiene que ver con esta visión el papel mesiánico que le otorga al proletariado europeo? Mientras los sectores populares del Perú son salvajes y absolutamente anulados en sus iniciativas, el proletariado europeo juega un rol decisivo en la historia. Ningún mesianismo, ningún optimismo matiza la representación de estos sectores. Siempre desde el lado sombrío de un frío pesimismo aparecen los habitantes naturales de estas tierras.

Incluso, en la Flora Tristán de Peregrinaciones aún permanecen los rescoldos de una partidaria de cierto patriotismo francés, lo cual reflejaría en términos colectivos el auge decimonónico de los estados nacionales: «En 1833 me hallaba todavía muy lejos de tener las ideas que después se han desarrollado en mi espíritu. En aquella época era muy exclusivista. Mi país ocupaba en mi pensamiento más sitio que todo el resto del mundo. Era con las opiniones y los usos de mi patria con lo que juzgaba las opiniones y los usos de los demás (...) No veía que todos los hombres son hermanos y que el mundo es patria común.»8

Pero más aún, en el relato de Flora Tristán, los indios, los negros y los mestizos no aparecen, no existen sino como grupo, no tienen nombre alguno. Lo que afirmamos es bastante radical: ¿En qué instante Flora menciona el nombre de alguna persona, hombre o mujer, que no sea racialmente caucásico? En ninguno. Todos son grupo, masa o, peor aún, tienen un nombre común. Por ejemplo, «mi zamba».

Al narrar la ocupación de Arequipa por las tropas de Gamarra, nos relata:

[...] Por la tarde mi tío insistió en quedarse en el convento. Pasé la noche en la casa sin más compañía que la de mi zamba. Esta muchacha me decía: "Señorita no tema usted nada si los soldados o las rabonas vienen a robar, yo soy india como ellas su lenguaje es el mío. Les diré: mi ama no es española es francesa, no le hagan daño, estoy segura de que entonces no le harán nada, porque ellos no atacan sino a sus enemigos". Así se expresaba una esclava de quince años. Pero a ninguna edad, la esclava ha amado a sus amos por dulces que éstos sean. [...]9

Nunca sabemos el nombre de la esclava. Cuando Vargas Llosa la llama Dominga en su novela10, incorpora un dato que no proviene de las mismas memorias de Flora.

¿Qué implica la ausencia del nombre? Dicha ausencia nos dice que el proceso de individuación está ausente. Cuando no tenemos sino un nombre común es que nuestra individualidad no posee consistencia, no tiene visibilidad. Los sectores sociales no son ni siquiera clase (como lo fue el proletariado europeo para Flora Tristán), los individuos componen la masa: son una entidad amorfa que carece de individualidad.

Pero Flora no está sola en el desarrollo de dicho enfoque. En realidad, suscribe las principales creencias del positivismo: la ciencia es el único discurso que debe ser tenido en cuenta y las sociedades evolucionan en un sentido progresista. Los estados sociales de Comte constituyen el paso de un estado teológico a un estado metafísico y de éste a un estado positivo.  En este tránsito, hay un  cambio no sólo de creencias y de instituciones, sino de actores. Así, mientras en el estado teológico la iglesia católica ha sido la administradora por excelencia de la sociedad, en el período metafísico la dirección de la sociedad cae en manos de los legistas (que en la mentalidad de Comte son los encargados de elaborar el código napoleónico) y por último, la sociedad positiva será administrada por una alianza entre científicos e industriales. Tal como acabamos de plantearlo el ideal positivista no se conocía aún. Era la época. La impronta de la ilustración da lugar a una visión que encuentra un buen desarrollo en el positivismo. Flora suscribe el progreso: «El progreso gradual de siglo a siglo es fácil de verificar por los documentos históricos  que nos presentan el estado social de los pueblos en tiempos anteriores. Para negarlo es preciso no quererlo ver y el ateo a fin de ser consecuente consigo mismo, es el único interesado en hacerlo»11.

Esta visión es eurocéntrica. De Comte en adelante todas las visiones lo fueron. Una visión eurocéntrica y, al mismo tiempo, racista. Si Occidente ha evolucionado, su estado de superioridad convierte en mejores a los actores occidentales.

Esta visión eurocéntrica es heredera de la ilustración, que planteó como universales algunos ideales sociales como la igualdad y la libertad, pero que dio paso, al mismo tiempo, a la instrumentalización de dichos ideales en base a los cuales se hizo posible la dominación colonial. De esta conceptualización, como se podrá entender, no están libres pensadores contestatarios como Marx o  Bakunin.

No es Flora nuevamente, es un consenso intelectual según el cual las culturas no occidentales son medidas con criterios occidentales de desarrollo. Sólo algunas voces incurrían en un saludable disenso. Entre ellas, Herder que vio casi en una suerte de paridad las culturas.

El caso de Paseos por Londres lo que hace es más bien confirmar lo dicho hasta ahora. El libro es un balance del capitalismo de la primera mitad del siglo XIX. Una ciudad que mezcla por igual la sordidez de una pobreza cruel y el boato de una aristocracia predominante.

Paseos por Londres refleja también un espíritu extremadamente perspicaz. La agudeza de su mirada está mezclada con un registro cuantitativo de casi todas las instituciones. Sorprende observar que hay una cifra exacta relativa a la gente que se dedica al pillaje o a la prostitución. Ese primer balance de la clase obrera inglesa arroja un resultado totalmente positivo. Detrás de ese monstruo social que es el capitalismo de la primera mitad del siglo XIX, está la esperanzada voz de los reformadores, entre los cuales leemos los nombres de los cartistas, de  Robert Owen, de Mary Wollstonecraft.

Paseos por Londres ya no significa un encuentro con el otro cultural. Son los mismos, es la modernidad. Una modernidad de la que Flora no sólo es testigo directamente, sino que además conoce por sus representaciones más teóricas: por los balances de Malthus y de Ricardo, por ejemplo.

Pero aquí cabe un punto que debe ser mencionado. Si bien Flora Tristán en Paseos por Londres grafica la modernidad inglesa, realiza una representación de lo otro en la misma cultura. La situación de las mujeres constituye la alteridad nunca mencionada. Las mujeres y su situación  constituyen el asunto oculto por la sociedad inglesa.

La inteligencia de las mujeres inglesas y sus otras cualidades sorprenden gratamente a la escritora y le permiten hacer un balance de su opresión:

En este país del despotismo más atroz y donde ha estado de moda mucho tiempo el alabar la libertad, la mujer está sometida por los prejuicios y la ley a las desigualdades más indignantes. Ella no hereda sino cuando no tiene hermanos; está privada de derechos civiles y políticos y la ley la sujeta en todo a su marido. Formada bajo la hipocresía, llevando sobre sí el yugo pesado de la opinión, todo lo que impresiona a sus sentidos al salir de la infancia, todo lo que desarrolla sus facultades, todo lo que ella sufre tiene como resultado inevitable el materializar sus gustos el entorpecer su alma y el endurecer su corazón.12

En la genealogía de la opresión a las mujeres, Flora encuentra por igual  causales en la educación y en las costumbres. Como vemos, aquí la crítica ya no abarca tan sólo lo público. La crítica no es sólo política sino cultural. El cambio va a prefigurar el movimientismo posterior a los años sesenta del siglo veinte, que lanzaba críticas no sólo al modo de producción sino a ciertas formas de opresión que se hallaban en el mundo privado. Por eso, el entusiasmo de Flora Tristán con la obra de Mary Wollstonecraft a la cual ve como una reformadora del tenor de Saint Simon. Refiriéndose a ella nos dice:  «[...] ella hace resaltar en todas sus verdades que los males provienen de la organización actual de la familia.13

La crítica a las formas familiares de organización la ubica a Flora en un nivel que la izquierda posterior no va a reivindicar. Interesados más bien en una teoría general de la sociedad y en una transformación que abarque el cambio del modo de producción, se dejó de lado la crítica  a lo privado.

Si bien en su primera obra (Peregrinaciones de una paria), Flora Tristán observa al otro desde el eurocentrismo y lo asume desde una perspectiva racista, en Paseos por Londres observa al otro desde dentro de la misma cultura occidental, la parte negada de dicha cultura está constituida por las mujeres.

 

Romántica y positivista

En este punto partimos de la hipótesis de que Flora Tristán es un personaje de transición. Su espíritu decimonónico la convierte en romántica y, al mismo tiempo, en positivista. Esta condición ya ha sido advertida antes por H. Cole, aunque con matices exclusivamente políticos14

En ese sentido, no hablamos de ninguna condición excepcional. La modernidad habría tomado esa orientación en el siglo XIX. Cuando Friedrich Nietzsche15 ubicó el positivismo como la última fase de la evolución del error antes de que el nihilismo destruya todos los valores, hacía un balance bastante acertado del pensamiento occidental. Si nos centramos en la evolución del pensamiento político podemos citar por igual a socialistas y liberales suscribiendo un credo positivista: Spencer y John Stuart Mill comparten su visión de dominio de la naturaleza y de progreso social; la misma confianza en la ciencia existe en Mijail Bakunin. El caso de Marx es discutible: su suscripción de la dialéctica hegeliana y su cuestionamiento del concepto de objetividad lo convierten en un personaje heterodoxo.

El positivismo fue el heredero fundamentalista de la ilustración. Desde la otra margen; desde la crítica a la razón encontramos el irracionalismo alemán que tiene su origen en el romanticismo. De la tensión entre ilustración y romanticismo se ha originado el pensamiento del siglo XIX.

Pero algunos autores han sido por igual románticos y positivistas. Un caso digno de mención es el de Manuel González Prada, un adherente al positivismo y a la poesía romántica.

En verdad, la aparición de las ideologías es más compleja de lo que puede aparecer a primera vista. El romanticismo propugnó varios movimientos nacionalistas de pretensiones independentistas mientras el positivismo fue una ideología por momentos más conservadora.

¿Qué es el romanticismo? Las múltiples definiciones advertidas en su momento por Isaiah Berlin16 impiden que tengamos una visión del todo clara. Sin embargo,  las consecuencias del movimiento romántico son visibles en el transcurso del siglo XIX.

Para empezar, podríamos decir que el romanticismo se caracteriza por una exaltación de la naturaleza. Esta característica ha relacionado el movimiento con la obra de Jean Jacques Rousseau. Es un vínculo bastante justificado. Rousseau constituye un pilar del movimiento. Basta recordar sus teorías educativas en las cuales se pretende un retorno a la naturaleza.

Además, el movimiento romántico se caracteriza por una exaltación de la voluntad. A partir de cierto momento del siglo XVIII se empieza a ver con admiración los temperamentos fuertes y las acciones que no tienen mayor sustento en la razón.

La genialidad es otra figura inherente al romanticismo: el genio no puede ser  medido ni explicado por nada. El genio asume el rol de convertirse en un criterio desde el cual se mide todo lo demás. 

Otras características pueden ser añadidas a las mencionadas. Por ejemplo, al movimiento romántico le debemos el ideal de coherencia. En la cultura occidental desde el romanticismo se admira la coherencia. Antes dicha admiración no era tan frecuente. Los individuos son admirables porque suscriben coherentemente un ideal sea éste de cualquier naturaleza. La idea de coherencia refleja el asombro ante la fuerza de voluntad.

En la misma línea se halla la visión en torno al heroísmo: los héroes son vistos como los ideales de la cultura. Se puede construir la historia de las naciones en base al heroísmo. Cuando Carlyle escribe su obra Los héroes, lo que hace es proyectar el ideal del movimiento alemán. Desde entonces, los mitos fundadores de la sociedad son personajes heroicos inspirados en el romanticismo.

Otro ideal del movimiento romántico es aquel que enarbola el ideal de  profundidad. La profundidad se nos aparece como la percepción de lo vasto, de lo inagotable. De alguna manera, esta visión se hará perfecta con la noción de lo sublime en el discurso kantiano.

Pero veamos: desde hace tiempo historiadores serios como Eduard Carr han vinculado el romanticismo a una época. Todos éramos románticos. La cultura era básicamente romántica. Los personajes hayan leído o no a los autores románticos estaban fuertemente influenciados por esos ideales que se convirtieron en normas culturales. La ética comunitaria estaba impregnada de estos ideales que tuvieron su origen en el movimiento alemán «Sturm und Drang».

Flora Tristán no fue la excepción. Hay en el ideal político del cambio una visión en torno a la voluntad que debe mucho al romanticismo. Pero, además, existe en su propia persona un desarrollo interno de dichos ideales.

«En 1833, el amor era para mí una religión. Desde los catorce años mi alma ardiente lo había deificado. Consideraba el amor como el soplo de Dios y a su pensamiento vivificante como la causa de todo lo grande y hermoso»17. Y más adelante nos dice: «(...) el único afecto que hubiese podido entonces hacerme feliz habría sido un amor apasionado y exclusivo hacia uno de esos hombres a quienes los grandes sacrificios atraen grandes infortunios y sufren una de esa desgracias que engrandecen y ennoblecen a la víctima a quien hieren».18

La idea del sufrimiento como un catalizador de nuestra personalidad y  como una condición que ennoblece a las personas es típicamente romántica. Flora es un personaje de filiación romántica a pesar de mostrarse dueña de sus sentimientos y de tener presente su condición de mujer maltratada; sin embargo, los ideales románticos le otorgan un marco moral dentro del cual toma decisiones.

Las consideraciones continuas que tiene hacia M. Chabrié, un hombre que muestra por ella un profundo cariño, es sin duda una muestra del ideal romántico. Chabrié no es un hombre del cual se enamora, pero muestra hacia a él las consideraciones por las personas que conocen el sacrificio.

Muchas reflexiones de Flora están atravesadas por este ideal:

Creo que en el mar el corazón del hombre es más amante. Perdido en medio del océano y separado de la muerte por una débil tabla reflexiona sobre la inestabilidad de las cosas humanas. Su vida pasada se representa ante él y entre los sentimientos que lo han agitado no ve sino unos solo que conserva todavía recuerdos de felicidad para él: es el amor.19

No parece ser muy compatible esta visión sentimental de la vida con las agudas observaciones políticas que Flora desliza sobre los albores de la República peruana.

Sin embargo, un extraño sentimiento de admiración también es proyectado hacia Althaus, un mercenario sin ningún valor más que el de ser un hombre intrépido dispuesto a la aventura.

Es curioso el sesgo personal de la escritora: con algunos severa y con otros complaciente. Llega a decir extrañamente: «sería de desear para el progreso de la civilización que el Perú tuviese hombres del temple de Althaus a la cabeza de todos los servicios públicos»20. Y a pesar de ello nos cuenta cómo este personaje pasa de un bando a otro sin ningún escrúpulo.

Sin embargo, Althaus representa bien el ideal del heroísmo aunque no necesariamente el de la coherencia. Al fresco que hace del personaje le impregna los matices románticos de la época. En verdad, está demás decir que sólo salva la imagen de este personaje una evidente debilidad femenina que se manifiesta en una idealización.

Está demás decir que los diversos retratos hechos por los autores más diversos tocan siempre el lado romántico de Flora. Digamos que por igual el retrato de Luis Alberto Sánchez o el de Vargas Llosa acentúan un romanticismo que se expresa sobre todo en su opción política. Un espíritu creyente en la voluntad de cambio de los sectores perjudicados por el sistema. Pero, además, el voluntarismo, los ideales de sacrificio y un espíritu independiente y luchador expresaron en el mejor sentido muchos de los ideales románticos.

Positivista. Es difícil hablar de positivismo en la obra de Flora Tristán. Difícil porque no es muy evidente que haya leído a su fundador, Augusto Comte. Sin embargo, muchos de los principios que desarrolla Comte se encuentran de forma embrionaria en la obra de Saint Simon, a quien Flora conoce con mucha profundidad. Saint Simon había hablado de la fisiología social. Aunque no existe un discurso promotor de la violencia en la obra de Saint Simon, existe, en cambio, un enorme optimismo en la ciencia y en las bondades de la tecnología.

Flora Tristán era heredera del espíritu ilustrado y, al igual que los ilustrados, creyó en el ideal del progreso. Como señalamos arriba la idea de progreso se haya presente en el enfoque que hace de las comunidades primitivas. El progreso aparece como algo «evidente» para quien revise la historia y compare la evolución de los pueblos.

Además, Flora es sensible a uno de los principios fundamentales de la ilustración según el cual el conocimiento nos hace mejores. En esto no difiere en nada de los socialistas de su tiempo como Robert Owen, para quien el conocimiento juega un rol esencial en el cambio social. Detrás de la teoría ilustrada de Owen, que Flora admira tanto, está la idea de que los individuos pueden cambiar y lograr una sociedad mejor si se educan adecuadamente. Entre las proposiciones que caracterizan  el discurso ilustrado figura la idea de que toda pregunta puede ser resuelta y ordenada por la facultad intelectual si ésta es educada adecuadamente.

Pero Owen, además, es un ilustrado en el sentido de practicar la noción de tolerancia. En el relato acerca de sus asociaciones, Flora nos dice: «Jamás la filantropía ha aparecido bajo una forma más unitaria, más llena de caridad que en la organización social de Owen: sectarios de Brahma, de Confucio, de judíos cristianos y musulmanes, niños, jóvenes y viejos, ricos y pobres, el filántropo práctico los reúne a todos».21

Pero veamos, al hablar de Romanticismo o de ilustración (o positivismo) no nos referimos a un credo que sea explícitamente suscrito por Flora. Estas dos corrientes han ocupado la cultura occidental y sus expresiones se encontraban dispersas en la sociedad o normalizadas a través de la cultura.

Políticamente, para América Latina, Flora no está pensando en sistemas sociales  que permitan el cumplimiento de la justicia sino en sistemas que promuevan el desarrollo. Y al desarrollo económico contribuye —y en esto no se diferencia en nada de los liberales ingleses— promoviendo el afán de lucro e incentivando una ideología más liberal que deje el catolicismo de lado.

Siendo un personaje de transición, hay elementos de diverso tipo que concurren por igual en un solo discurso. Sorprende leer párrafos en los cuales contempla la posibilidad de un buen dictador que ordene las cosas o de unos valores capitalistas que se internalicen en los indios.

¿Qué tienen que ver estas perspectivas con la idílica propagandista del movimiento obrero? Nada o muy poco. Todas estas aparentes contradicciones se hacen comprensibles si vemos en Flora un personaje de transición. Y de esa forma también comprenderíamos un exceso de eurocentrismo, de racismo, de desprecio.

De esa manera comprenderíamos que de acuerdo a un positivismo en ciernes se pudo escribir esas páginas, las páginas más insultantes y despectivas que se hayan escrito jamás sobre el Perú.

* * *


Notas 

1 Revisar el capítulo quinto de Jean _Baelen, Flora Tristán: socialismo y feminismo en el siglo XIX, Taurus, Madrid, 1973.

2 Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios.

3 Véase, Flora Tristán, Peregrinaciones de una paria, Empresa Editora El Comercio, Lima, 2005, pág, 15.

4 Mario Vargas Llosa El paraíso en la otra esquina, Santillana, Lima, 2003, pág. 138

5 Flora Tristán, Peregrinaciones de una paria, Empresa Editora El Comercio, Lima, 2005, pág, 173

6 Flora Tristán, Peregrinaciones de una paria, Empresa Editora El Comercio, Lima, 2005, pág, 51

7 Mario Vargas Llosa El paraíso en la otra esquina, Santillana 2003, Lima, pág. 138

8 Flora Tristán, Peregrinaciones de una paria, Empresa Editora El Comercio, Lima, 2005, pág, 46

9 Flora Tristán, Peregrinaciones de una paria, Empresa Editora El Comercio, Lima, 2005, pág, 329-330

10 Vargas Llosa, ob citada, pág. 177

11 Flora Tristán ob citada, pág. 15

12 Flora Tristán, Paseos por Londres, Biblioteca Nacional del Perú, Lima, 1972, pág. 178.

13 Flora Tristán ob citada, pág. 189.

14 H. Cole, Historia del pensamiento socialista, tomo I.

15 Nietszche, El crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, Madrid, 1997.

16 Isaiah Berlin, Las raíces, Taurus, Madrid, 2000.

17 Flora Tristán, Peregrinaciones...,pág. 53.

18 Flora Tristán, ibid, pág. 53.

19 Flora Tristán ibid, pág.  77.

20 Flora Tristán ibid, pág. 216.

21 Flora Tristán, Paseos por Londres pág. 213.

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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Icochea, Gabriel: «Flora Tristán: viajera, positivista y romántica» , en Ciberayllu [en línea]

701 / Actualizado: 25.02.2007