Ensayos

Ciberayllu
25 mayo, 2008

El otro cantar

Miguel Rodríguez Liñán

 

Para Manuel Moreno (La Bruja)

Prefación, chiquita o sombrero

Estas aproximaciones salen de un encontronazo reciente, casi frontal, fresco y contundente, con El ingenioso hidalgo don Qvixote de la Mancha, obra cómica, de modo que revolución caliente. En efeto, es una larguísima glosa o delirio muy personal, pero el sabido lector puede obtener cierta ganancia con estas sábanas del siglo 21. De pronto no tienen sentido, de pronto sí... ¿o será que ya veremos? Que sí, que no, que sí que sí que sí, con azuquita y ají. ¿Algo que ver con la famosa relatividad? En todo caso, por allí va la cosa, como en el nombre de la rosa, rosa tan maravillosa, querida negra Carmen Rosa. Buena letura, pues.

 

I. ¡Eureka, Sidi Hamet!

En verdad, Allah ama a los que combaten con fuerza por Su sendero en filas apretadas, como si fueran un sólido edificio.
Moisés decía a su pueblo: «¡Oh, pueblo mío! ¿Por qué me hacéis daño si vosotros sabéis que soy el Profeta de Dios enviado hacia ustedes?» Y cuando ellos desviáronse, Dios hizo desviar sus corazones. Porque Dios no guía un pueblo que comete abominaciones.
Y Jesús, el hijo de María, decía: «¡Oh, hijos de Israel! ¡Yo soy el Profeta de Dios enviado hacia ustedes, para confirmar la Ley que existía antes que yo, y vosotros anunciaréis la buena nueva de un Profeta que vendrá después de mí, llamado Ahmed!» Y cuando él llegó hacia ellos con signos evidentes, ellos dijeron: «¡En verdad es cosa de magia!»
(Corán, sura 61, 4 - 6)

Así mismo. Así es, sí Sidi Hamet. En algún lugar de la Macha. Con una especie de tilde tipo eñe, además, eñe de uña, eñe de coño, eñe de ñisca, eñe de ñaño, pero sobre la a esta vez, así: ã. De modo que nuestra palabra es: Mãcha. Don Quichote de la Macha, bueno, de la Mãcha. Como ando por ahora en una onda medio «mística», medio «misteriosa», pero en el sentido de los Misterios —de Eleusis, por ejemplo, debidamente modernizados— nancy que bertha con los santones de antes transidos en éxtasis, me ajusto bien las polainas y el chaleco, me amarro bien los chimpunes, verifico los cascabeles de mi gorro bufonesco para dar un bistec místico-erótico-cómico al Quixote, que leo seriamente por primera vez para ser franco, que estoy leyendo en estos precisos instantes porque ya llegó la hora, porque ya suenan pasos en el arco adverso. No tenemos enemigos, a decir verdad. Si los hay, que levanten la mano, pues necesitamos utilizarlos para nuestro triunfo relativo. Me voy a disfrazar del «enemigo» precisamente, o sea de un moro, de un moraveco, pero de un moraveco herético, compañero de orgías de ese gran cabrini doble filántropo que fue Abu Nawés, el de los rulos al viento. Caballero, tuve que conseguirme un Corán y empezar a hojearlo, al menos. En cuanto al Quichote, lo siento, no dispongo de la versión castellana —debe estar refundido en una de mis cajas, supongo que en el granero de mi comadre Dalia, en Pertuis— de modo que lo leo en lengua gabacha, qué caracho, hasta conseguir uno en castillano, de los castillos de Castilla, señorcito. Para no enredarnos, vayamos por partes, piano, piano. Voy a decir por qué utilizo la palabra frañola herético, en lugar de hereje. Pura cuestión de sonoridad, más nada. El sonido gutural y carrasposo que adquieren ciertos vocablos castellanos por influencia del árabe —la jodida jota de jijuna, de cojudo, de ja ja ja— me disgusta por motivos precisamente sonoro-musicales en la pronunciación de esta bella palabra tan cargada de significado combativo. Por esta única razón utilizo con gusto el galicismo «herético» por hereje, carajo. Un diccionario franchute nos informa que hérésie, del griego haieresis, latín ídem, significa etimológicamente «elección», «opinión particular»... diferente o divergente de la entronizada, de la oficial. Otra opinión, nada más, y por eso quemaban gente, qué tal concha. De todas maneras, hay que andar mosca, pues la Gran Inquisición, santa o no, jamás ha dejado de existir, los miembros de tan eminente club han cambiado de ropajes y de siglo, nada más —salvo paranoia—. Por si las moscas, invoco aquí al super espíritu y la esclarecida mente de Giordano Filippo Bruno, consciente que de haber nacido en otras épocas, el escriba no echaba el cuento; y si lo echaba, pues terminaba convertido en chicharrón, amarrado a un palo, humeando —o de pronto soplando el humo de la hoguera, como el gran Salvatore en El Nombre de la Rosa, siempre tan maravillosa. De todas maneras, uno de los responsables de las elucubraciones que seguirán, es mi pata el Chino Mario, por dos cosas. Hace poco, en París, lo llamé un día para comer juntos. El Salvajón se había ido a Fontainebleu y me había dejado su castillo, sito en la rue Eugène Sue (Eugenio Suda). Lamentando no poder venir, Mario dijo: «Si me hubieras avisado a mediodía...» y ese hubiera hizo que se me prendiera el foquito, que últimamente parece foquito de árbol navideño, de esos que se prenden y apagan, que pestañean coquetos, perdón, inquietos. Anoté el detalle, como siempre, por siaca. La segunda «revelación» sale de una conversación con el mismo Mario, la víspera de mi regreso a Aix-en-Provence, que tuvo lugar amenamente frente a un pato laqueado y sus respectivos vinoquios. A la derecha, Monsieur de Bordeaux; a la izquierda, Monsieur de Côtes du Rhône. Y el patito laqueado al centro, brillante, suculento, laqueado hasta la cabeza y el pico plano, salud compadre, gracias por la invitación. No sé en qué momento, ni cómo ni por qué, empezamos a hablar del Quijote. Ya recuerdo. Fue por eso de las copias y fotocopias. Hablamos también de Edgar Allan Poe y su teoría según la cual Dios, bueno, el Dios de Poe, es poeta, que me parece explica en un libro llamado Eureka. Pasamos, como cambiar de vino, ya dándole jaque mate al patito, a la teoría o tesis del tío Borges (¿de quién se la habrá copiado?) según la cual ese poeta, que es Dios efectivamente, o sea el Dios de Borges, es el Único Escritor, del cual todos los que andamos en la movida somos «emanaciones», o algo así, como esos arcontes y demiurgos de las enrevesadas cosmogonías gnósticas. Anoté el detalle y, ya de regreso al castillo del Salvajón, para echarnos la del estribo, se me volvió a prender el foquito y casi grito: ¡Eureka! ¡Hurra! ¡Eureka! ¡Hip hip hip! ¡Hurra!, pero me retuve, no vaya a ser que Mario creyese que se me habían vuelto a correr las tejas. Cuando cruzamos la calle, allí sí casi doy un saltito y me golpeo los talones (¡Eureka! ¡Eureka! ¡Eureka! ¡Allah Superstar!), pero me retuve de nuevo. Frente a la chica mora del bar, algo gordita pero con mucha gracia, pedí un cognac doble. Creo que Mario se ganó con el pase, pero nada dije tampoco, me hice el cojudo más bien, volvimos a hablar del tío Borges, de Pierre Ménard, autor del Quijote, y bla bla blá, hasta que nos despedimos.

Ahora sí, pueden llamarme Momó, Raschid o Abdel, porque la idea o eureka es ésta: ¿Y qué tal si el primer autor del Quijote hubiera sido de verdad, o sea simbólicamente, el historiador arábigo Cid Hamet Benengali, ese hijo de los ángeles? Antes de insinuar que la primera versión del cuento del Quijote podría estar, debidamente maquillada, en el santo Al Qurán, motivo por el cual el primer autor sería el profeta Mahoma, que en la vida real se llamaba Abul Qâsim Muhamad Ibn Abd Allâh Ibn Abd Al-Muttalib Ibn Hâshim, uf, Muhamad que quiere decir Digno de Loas, demos un vistazo al mil veces exquisito prólogo de Las Mil y una noches. Perdón. El primer autor del Quijote no sería Mahoma —simple escriba transcriptor del Mensaje— sino el famoso arcángel Gabriel, el Mensajero. Bueno, perdón otra vez. Si Gabriel es el Mensajero, el que le dicta los versos del santo Al Qurán al Profeta en la gruta, el dueño del copyright y autor verdadero, es el propio Allah, divinidad de 99 nombres, ni más ni menos. Si tal es el caso, el tío Borges y Edgar Allan Poe están en lo cierto. Cambio y fuera por el momento.

Hay un rey de Arabia, padre de dos excelentes varones: Shirar y Shazenán. El primero hereda el trono al morir el viejo; el segundo es nombrado rey de la Gran Tartaria y se instala en Samarcanda. Al cabo de diez años, como el mayor quiere ver al menor, manda a su pata el visir con un séquito, para invitarlo. La noche de su partida, Shazenán ampaya a su esposa la reina metiéndole cachitos con un oficial pepón. Furioso, los decapita, con una cimitarra probablemente. Parte. Shirar nota muy raro al hermano. Conversan. Shazenán fait la gueule, como dicen los franceses. Está todo flagelado por la que en vida fue su esposa y reina. Shirar organiza una cacería para distraer al hermano tristón, pero éste no quiere ir, se queda rondando por el palacio, presa de los remuérganos. Por la cheno, merodeando por allí como alma en pena, Shazenán se gana con el pase, y ¡qué pase! La reina su cuñada lo cree ausente, por supuesto. Mira estupefacto y seguramente ganancioso una orgía de mujeres calatas, con la reina de directora de orquesta, con unos súper negros, munidos de falos magnificentes, bajo las palmeras, todos plateados a luz de la luna, en la alberca. Se frota los ojos. No puede creerlo. Comparada a la reina su cuñada, lo de su difunta esposa le parece algo de primera comunión. Se siente extrañamente liberado. Recobra su buen humor. Al regresar de la simbólica cacería de venados, Shirar nota el cambio de su hermano y, aunque se alegra, quiere saber por qué.

—Dime qué te pasa, broder —dice Shirar.

—Que no —dice Shazenán, terco.

Después de mucho hacerse rogar, le cuenta primero de cómo y por qué decapitó a su propia reina; luego, el episodio porno con los negros en la piscina, donde tu reina fue directora de orquesta, broder. Como es de suponer, Shirar se niega a creerlo (naca la pirinaca). Shazenán dice:

—¿Por qué no organizas otra cacería, de venados o de lo que quieras, querido hermano? Ya verás.

Se organiza la cacería, pues, pero los hermanos se quedan ocultos en el morisco palacio. Se repite la orgía con los super negros o super aliancistas. Lamentándose a más no poder, los reyes hermanos deciden irse lejos, con un ligero equipaje para tan largo viaje, para soportar estoicamente la cornamenta en el exilio.

—Si encontramos a otro más cornelio que nosotros, entonces volvemos —dice Shazenán.

—Ya pues, hermanito —dice Shirar.

El único tema de conversación, obviamente, gira en torno a sus respectivas cornamentas de venao, nada más. Un día, ven salir del mar un horrible monstruo-genio de varios metros. Esta especie de King Kong moraveco tiene una caja o jaula de vidrio en la cabeza, como un sombrero. La caja o jaula de vidrio está herméticamente cerrada con tremendos candados. Adentro, hay una hermosa mujer. El falso Kong es un sacolargo, pues pide permiso para dormir un poco, y por unos instantes libera a la hermosa mujer, que también es una emperatriz o reina. Mientras duerme la bestia, la bella ve a Shirar y Shazenán temblando de miedo, escondidos en la copa de un árbol. Los llama para seducirlos (cachirulo).

—Si no bajan, despierto al monstruo —los amenaza—; pero no tengan miedo. Bajen, papacitos.

Después de concluida la operación, la hermosa mujer les exige sus anillos de matrimonio (alhaja pa’ la gila), a los hermanos, con los que completa cien para su colección.

—Cien. Con ustedes van cien —dice la bella. —Pese a vivir en una caja de vidrio. Pese a vivir prisionera de este horrible monstruo en el fondo del mar. Las mujeres como yo, todo lo podemos, todo. Adiós, papacitos ricos.

Y como el King Kong moraveco empieza a despertarse, los hermanos escapan a cien por hora, rumbo a sus reinos. Es conjeturable que se vayan riendo, puesto que el falso Kong es más cornelio que ellos. Aquí, Shazenán sale del video clip, concentrémonos en Shirar. Como era de suponer, lo primero que éste hace al llegar a su reino, es ordenar la decapitación de la reina, de las otras mujeres y de los negros espléndidos, zapatones. Despechado, humillado y ofendido, Shirar piensa que todas las bellas son iguales. Decide casarse cada cierto tiempo (el original dice cada día pero, sinceramente, no lo creemos) con una bella chiquilla piticlín; después de la noche de bodas (cachirulo) la hace matar por su pata el visir, al amanecer. El reino vive doliéndose, llorando, pues no se sabe a cuántas Shirar les da y hace dar vuelta. El visir es padre de dos hermosas chiquillas: Sherazade y Dinazade. Sherazade tiene un plan y trata de convencer al visir su padre que le permita casarse con Shirar el Terrible, el tal Iván le queda chico. Como es lógico, el visir dice que ni cagando, estás loca, cómo se te ocurre, hija mía. Sherazade le dice que lo hará, con o sin su permiso, pues está decidida, esto no puede seguir así, papá. Se oficializa la boda, Sherazade pasa por las armas —mazurca en la cama con música mahometana —, pero antes de ser ejecutada por su padre el visir, le suplica a Shirar el Terrible que le permita ver a su querida hermanita Dinazade por última vez. Esta ha sido debidamente instruida.

—Hermana —le ha dicho la muy astuta, la divina Sherazade —despiértame antes del amanecer y pídeme que te cuente una de esas bellas historias que conozco.

—Okey, hermana —dice Dinazade.

Y en lugar de contarle la historia, de esas que comienzan por «Había una vez» a ella, la muy astuta, la divina Sherazade empieza a contarle a Shirar.

—Había una vez, en un lugar de la Mãcha cuyo nombre no recuerdo...

Y como Shirar quiere saber el final del cuento, aplaza cada día la ejecución hasta que transcurren mil y una noches en las que se entera de la historia de Alí Babá y los 40 ladrones, de las aventuras de Simbad el Marino, de la historia del chino Aladino y la lámpara maravillosa, de la historia del pez con el diamante adentro, de l a historia del califa y el loco, de la historia de un Misterioso Caballero y de tantas otras y otras, cada una más maravillosa, y se enamora de Sherazade y tienen muchos hijos y son felices hasta su muerte... pero no, no que no, mi querido Cid Hamet, nada de colorín colorado, porque ahora es que el cuento empieza. Antes, una observación. Después de tan tremendo y oh cuán ejemplar escarmiento, es comprensible que los primos moravecos tengan a sus mujeres como las tienen, aunque no estamos de acuerdo.

 

II. Música mahometana sonido estéreo

Degustemos este poema de Verlaine. Ojo aquí, que el poema entero es la descripción, debidamente travestida, de una orgía en la que también participa Rimbaud.

Dans un palais, soie et or, dans Ecbatane

De beaux démons, des Satans adolescents,

Au son d’une musique mahométane,

Font litière aux Sept Péchés de leurs cinq sens.

 

C’est la Fête aux Sept Péchés: ô qu’elle est belle!

Tous les Désirs rayonnaient en feux brutaux;

Les Appétits, pages prompts que l’on harcèle,

Promenaient des vins roses dans des cristaux.

 

Des danses sur des rythmes d’épithalames

Bien doucement se pâmaient en long sanglots

Et de beaux chœurs de voix d’hommes et de femmes

Se déroulaient, palpitaient comme des flots,

 

Et la bonté qui s’en allait de ces choses

Était puissante et charmante tellement

Que la campagne autour se fleurit de roses

Et que la nuit paraissait en diamant.

Damos una versión aproximativa en conjunto, para tener una idea. En un palacio de Ecbatana1, entre oro y seda vemos demonios bellos, satanes adolescentes, entregados al placer de los sentidos (el original habla de los Siete Pecados y los cinco sentidos), al ritmo de una música mahometana. El poeta insiste con los Siete Pecados... en Fiesta. ¡Qué bella fiesta!, exclama. Bajo luces muy fuertes (literalmente «fuegos brutales»), vemos a los Deseos resplandecientes. Los Apetitos son comparados a «rápidos pajes» que los invitados llaman, sirvientes que se pasean con jarras de cristal conteniendo vino color de rosa. Hay danzas, ritmos de epitalamios2, y la dulzura es tal que hay quienes se desmayan y lloran de gozo. Los bellos coros de hombres y mujeres van y vienen como las olas. Y la belleza que se iba de estas cosas / era tan encantadora y poderosa /  que la noche parecía de diamante / y la campiña cercana se cubría de rosas.

Notemos que la atmósfera es de asombro, de hechizo, y que los participantes, a través la voz del poeta, aparecen como pasmados. Están en éxtasis, ni más ni menos. Supongamos que son místicos sufíes de la época de Rumi (1207-1273), el gran poeta árabe considerado como el fundador de la orden de derviches voladores. Para el poeta místico arábigo-musulmán, la música que oye es música celeste, o sea un eco del Verbo divino, Allah en este caso. Como en el poema de Verlaine, pues de eso se trata. De manera general, las secuencias colectivas de música espiritual eran muy comunes en la tierra del Islam. Durante éstas, los poemas místicos eran cantados, con instrumentos o no, y provocaban el éxtasis que se refiere al estado de unión primordial del individuo con la divinidad. Ibn Arabi (1165-1240), Doctor Maximus de la mística musulmana, si bien es de cultura árabe, nace en tierra española, en Murcia exactamente; con él, el sufismo conocerá sus letras de nobleza en la metafísica. Ibn Arabi desarrolla la doctrina llamada «la unicidad del Ser»; según ésta, sólo Dios es. Ojo. Mosca. Para el Doctor Maximus Dios no «existe», verbo que se refiere a lo pasajero, a criaturas efímeras con los días contados. Dios (Allah) es. Nosotros —dice —, en tanto que simples criaturas recibimos Su cualidad de ser (¿esidad?) gracias a su Teofanía que se repite desde siempre, como una música siempre renovada, en todo el mundo. En cuanto a lo femenino, visto también desde el punto de vista de lo sacro, piensa el Doctor Maximus que la contemplación de Dios en la mujer es la más perfecta; más perfecta en todo caso que cualquier otra manifestación de la divinidad en el atributo de Su belleza, puesto que la divinidad contiene lo Femenino del universo. Supongamos que tal es «la música mahometana». Recordemos también que para poetas de genio como Verlaine y Rimbaud, la receta del Nuevo Amor (Nouvel Amour) consiste en una sabia mezcla de los siete pecados capitales con las tres virtudes teologales. Mezcla de Bien y Mal, de Santidad y Demonismo, sería la base del futuro «amor verdadero». Este, como dice el propio Rimbaud, está por reinventarse («L’Amour est à réinventer, on le sait»). Me refiero a Verlaine como punto de referencia por la doble vena místico-erótica, y no al poeta, satirista y predicador anglicano John Donne (1572-1631), que también la practica, por mi mayor cercanía al idioma francés. Luego, algo diremos sobre la rosa como metáfora de la mujer y, en un sentido más oculto, de su sexo, inmortalizado en el famoso cuadro de Gustave Courbet (L’origine du monde) que fui a ver en la exposición consagrada a su obra, en París. Esto se lo debo al Salvajón, que llegaba eufórico de la misma, que prácticamente me obligó a ir, que casi me resondra porque dije que yo no era «hombre de museos» —lo dije por joderlo, porque él sí lo es—, aunque tenía esta vez la intención de ir al Louvre (Région Denon, salle 11, Grande Gallerie) y también a una exposición de Alfred Kubin en el Musée d’Art Moderne. Al final, sólo fui a ver el cuadro de Courbet en vivo y en directo.

En el santo Al Qurán, sura 80, entre los versos 17-22 está escrita la palabra esperma. Dios (Allah) ha hecho al hombre —rezan los versos— de una gota de esperma; luego habla de la total subordinación de la criatura a su Dios. «Le ha facilitado el camino (a la criatura); luego, lo ha hecho morir y lo ha enterrado. Después, cuando Él querrá, lo resucitará.» Como se sabe, según la tradición islámica, el texto integral del Corán es considerado como la Palabra que Dios (Allah) le transmite al Profeta por intermedio del arcángel Gabriel el Mensajero, cuyo nombre quiere decir «La fuerza de Dios» (Gabar=fuerza y El=Dios). La verdad, al abrir por primera vez en mi vida el libro sagrado de los musulmanes, me di con la sorpresa que no hallaba por dónde empezar a leerlo. Un lector occidental, acostumbrado a un relato de acontecimientos, el relato de una batalla, o la vida del Christos en la literatura de los evangelios por ejemplo, queda muy sorprendido. Al parecer, el corpus coránico prescinde de una cronología e incluso de una temática. Sin embargo, todo parece ordenado de manera mágica hacia lo que se siente como mano de un autor omnisciente. De un solo autor, no de una pléyade de autores, como es el caso de la Biblia. No he leído sino pocas partes del libro —aunque tengo la intención de leerlo entero, lupa en mano, por glotonería literaria— por eso la citación que puede parecer provocativa, no podía no ponerla, porque es un hallazgo. La verdad, me agarró de sorpresa, considerando los prejuicios y la ignorancia, entonces casi totales, que tenía de la cultura arábigo-musulmana. La sola mención del denso líquido de la vida —salvo error de traducción, pero no creo— me causó el efecto del consabido correntazo eléctrico. Después, hice otro hallazgo que dice el porqué de su apariencia fragmentada y dispersa. Traduzco de la versión francesa: «Es una prédica que hemos fragmentado para que tú la transmitas a los hombres por intervalos» (Sura 17, verso 106). Este «hemos» plural es, por supuesto, la voz doble del arcángel y de la divinidad que dicta el texto, que en realidad es una sola voz. La pregunta es: ¿Hubo una época de Islam «bien comprendido», donde se aplicaban las nociones de paz, de sabiduría, de sensualidad, de tolerancia? La respuesta es sí, pero en la Edad de Oro del mundo árabe,  entre el noveno y el duodécimo siglos de nuestra era. Si existen jerarquías en el Islam, son erróneas. La criatura es la única responsable de sus actos y sólo en Dios (Allah) encontrará el perdón. Otro detalle. Hubo un tiempo en que el Islam, pese a que el Corán fustiga a los poetas, fue principal fuente de inspiración de grandes poetas, de grandes pensadores y de los místicos sufíes. Para el místico sufí, la divinidad es presentada simultáneamente como externa e interna, como aparente y oculta. La interacción de ambas formas provoca la percepción o visión de lo Real y el éxtasis. Lo Único Real (Allah) se manifiesta en el mundo como una serie de signos que el sufí debe descifrar, siendo cada uno de éstos una manifestación de Dios. Así, en la sura 41, verso 53, oímos de nuevo la voz plural: «Nosotros les mostraremos Nuestros signos en el universo  y en ellos mismos, hasta que logren ver lo que es Real» [subraya el escriba]. Si tales son las palabras literales, los místicos sufíes omiten la tesis de base del Corán, que insiste en la Unicidad de Dios y en su trascendencia absoluta. Ahora, sin transición, pasemos a las épocas gloriosas del arte de vivir y del placer, donde encontramos a dos maravillosos poetas que, sin el menor problema, hubieran participado en la orgía descrita simbólicamente por Verlaine. Hablamos de los ilustrísimos maestros Omar Ibn Abi Rabia (644-718) y, sobre todo, Abú Nawés (762-812), el de los rulos al viento. El primero durante la primera dinastía de los Omeyadas (661-750), cuando la capital del imperio era Damasco; el segundo, en el contexto de la segunda dinastía que estos Omeyadas (756-1031), cuya capital fue Andalucía (Al-Andalus), compartieron o disputaron con la dinastía de los Abbasidas (750-1258), cuando el imperio se fue dividiendo progresivamente y eligió Bagdad como capital. El gran Omar, nombre que asociamos inevitablemente al ilustrísimo poeta y doctor, Omar Khayyam, era un poeta erótico, libertino y refinado. Gracias a él, nace la gran literatura erótica en tierra del Islam. En la poética de Omar Ibn Abi Rabia, los placeres son elevados al rango de arte completo, de cultura. En términos de categoría helenística, el  ilustre profesor Abú Nawés puede ser considerado como un poeta dionisiaco y anacreóntico, pues le canta al amor sensual y al vino, como Khayyam. Con él, entramos al apogeo de la cultura del erotismo en Bagdad. Durante la dinastía de estos mismos Abbasidas, encontramos la fastuosa corte y el reino de Harún al Raschid, que inspira a los autores de las Mil y una noches, que puede ser considerada en grandísima parte como una serie de cuentos licenciosos. Bigamia, poligamia, adulterio, homosexualidad, ninfomanía e incluso zoofilia encontramos en sus páginas. Algunos especialistas hablan incluso de sadismo, de sadomasoquismo, de exhibicionismo y de fetichismo. Mientras tanto, siempre durante la dinastía de los Abbasidas, asistimos a la toma de Toledo por los cristianos, a la primera cruzada, a la contraofensiva musulmana, a la edificación de la Alhambra en Granada y, por último, a la toma de Bagdad por los mongoles, con lo que termina el reinado de los Abbasidas. Por estas épocas se sitúan también las proezas del celebérrimo matamoros Rodrigo Díaz de Vivar. Ojo aquí, que Cervantes llama Cid al supuesto historiador arábigo autor del manuscrito «original» de la historia del Quijote. Hemos encontrado en la maravillosa historia del Ingenioso Hidalgo algo que llamaremos el elemento arábigo. No sabemos exactamente qué quiere decir Cid, pero Cervantes tiene la concha —o el genio— de llamar al supuesto autor arábigo de su libro como al mismísimo Cid Campeador. Ahora sí... ¡Mosca! Ojo, pestaña y ceja con los pertinentes disparates que seguirán en el desarrollo de mi estudio. Cid debe ser un término que designa la valentía en un hombre de armas, o sea un término bélico de la época. La  palabra Cid designa pues a un guerrero. Ahora bien. No sería inútil tener en cuenta que Mahoma no sólo es un jefe religioso, sino político y militar también, o sea un guerrero... de Dios (Allah). Quiérase o no, culturalmente el Profeta es heredero de los muy recientes ritos de la Arabia pagana. Pese a las primeras prédicas del período de La Meca —recibidas con burlas y hostilidad— donde ya se anuncia el juicio final, la resurrección de los cuerpos, donde se habla de los tormentos del infierno y las delicias del paraíso, donde el mensaje de base es la generosidad, la ayuda a los pobres, los desvalidos y desdichados en general, el Profeta y sus ejércitos combaten a los infieles de La Meca según la usanza de la época, o sea con masacres y degollinas. La conquista tan ansiada de su propia ciudad natal ocurre el año 630 de la era cristiana. Según fuentes musulmanas, dos años después se procede al peregrinaje completo, siguiendo los antiguos ritos paganos ahora islamizados. Son ejecutados unos 900 opositores, muchos de ellos poetas. Al poco tiempo, el Profeta muere (año 9 de la Hégira). Otra fuente muy digna de confianza, una de las voces más esclarecidas y lúcidas del mundo árabe pretérito y contemporáneo, nos informa3: «Actualmente, la apología de las mujeres, la utilización del perfume y  la «cultura de la cama» pueden resultar chocantes para la minoría radical de los musulmanes. Sin embargo, por consenso unánime, el Profeta Mahoma (570-632) es un modelo de vida sexual feliz, que todo musulmán debería imitar. Este declaraba que Dios le había hecho deseables las mujeres y los perfumes. En cuanto a los primeros musulmanes, no hacían distinción alguna entre su vida espiritual —que pasaba esencialmente en la mezquita— y su vida sentimental y erótica. Es cierto por lo demás que los textos sagrados no condenan la sexualidad. El Corán la trata en varias centenas de versos, particularmente en torno a los temas de la mujer y de la esposa (52 secuencias), de las huríes o esposas del paraíso, de los efebos (ghilman), del matrimonio, del adulterio y de la repudiación (138 secuencias) y, por supuesto, del coito propiamente dicho. ¿Acaso no dice el texto sagrado: «Vuestras mujeres son para vosotros un terreno de cultivo (hartun lakum): id a vuestro terreno tal como lo deseen.» (II, 233)? El Corán evoca igualmente el goce, la purificación, la higiene, la menstruación, la fornicación, la sodomía y la homosexualidad. En la doceava sura titulada «Joseph», un pasaje tórrido evoca el deseo violento de una mujer por un hombre. En los tiempos cuando la teología era una pedagogía de lo viviente, los imams recomendaban a los esposos ser tiernos con sus esposas. Los conminaban a manifestar mucha dulzura en el momento del contacto carnal y, sobre todo, de satisfacerlas de la mejor manera posible. En las Tradiciones islámicas de Bokhari4 podemos leer: «Si habéis logrado vuestro goce antes que ella, permaneced en su compañía hasta que ella obtenga su placer». Por lo demás, la palabra más utilizada en la literatura coránica es: ¡Copulad! El acto carnal es visto como una bendición.» En otro ensayo, refiriéndose a un libro y a una época por nosotros evocados, el mismo autor nos ilustra con lujo de detalles: «El acontecimiento de las Mil y una noches, otro momento clave en la conquista de pasatiempos y diversiones, con su temperamento persa y sus formas árabes redondeadas, pertenece a esta época abbasida. Cuentos estructurados en forma de «muñecas rusas», las Mil y una noches describen una atmósfera explícita de las costumbres de la «ciudad redonda» que fue Bagdad, conocida como «la madre de las ciudades», pero también de Basora, Isfaján y El Cairo. El tema es la diversión en las cortes, el humor, la música y la danza, con la fantasía erótica que cierra el conjunto. Las prohibiciones de la mezquita son evitadas o vaciadas de su contenido. El goce del sexo, la buena comida y el vino son cantadas sin mesura por todos los poetas malditos que frecuentaban la ciudad, por los gramáticos, los bardos e incluso los jurisconsultos y los jueces. Cada quien contaba su historia cómica o instructiva. Mientras que los dilettantes se reunían alrededor de un barril de vino, los viajeros afortunados podían gastar su fortuna reservándose el hammam más prestigioso de la ciudad. Pedían también algo para beber y comer; solicitaban una bailarina con su orquesta y servidores para que les masajeen el cuerpo (...). Estamos pues muy lejos de las actitudes rígidas de hoy en día, de un puritanismo que nunca antes hubo en tierra del Islam. Las bromas, los juegos de palabras, el humor y la camaradería feliz eran de rigor para que una reunión fuese aceptada por los participantes. Incluso la sátira era una disciplina aparte, un veneno que los autores talentosos no dudaban en inocular a sus detractores. A veces, era ésta feroz y sin concesión. Para convencerse basta con leer algunos poemas asesinos de Farazdaq (muerto hacia 728), o los panfletos de Jahiz (776-869) para comprender la manera de pensar de los árabes de entonces.» Como dice la expresión popular, más claro no canta un gallo. Cambio y fuera por el momento.

 

III. Mercado judío de Toledo

Me sobo y froto las manitos, paisano. La verdad, empiezo a sentirme casi en familia, miéchica. Por un lado, un tocayo escritor más famoso qu’el Putas; por otro, un ilustre Matamoros —nada que ver con el cubano, por siaca— llamado Rodrigo, de donde venimos todos los Rodríguez, ya que tal sufijo (¿así se dice?), este último pedacito ez quiere decir hijo de... como Mac en escocés y O’ en irlandés. Para colmo, un tocayo arcángel. ¿Será casualidad que el escriba-bufón se llame Mijail? ¿Y Ángel además, el muy chucha? Arcángel como el famoso Gabriel. El tercero de la pandilla es el Rafael. Mijail quiere decir —agárrense—que es igual a Dios, disculparán la pequeñez. ¡Eureka! ¡Eureka, Hamet! Mierda. ¿Será que me volví a rayar? Calma, pueblo, calma, que no pasa naranjas. Y si pasan, son las de Huando, dulces y sin pepa, ricas naranjas pa’comer, no las chuscas de jugo. Es cierto que tuve el proyecto de ser Dios, lo confieso. Pero no logré ser Dios, no señor Hamet, desgraciadamente, que, si no, arreglo esta mierda en un dos por tres. Pero... ¿Y qué tal si el mundo está bien como es, Andrés? Ya me entró la duda de nuevo, miéchica. ¿Rayovac otra vez, Andrés? Nicanor, maestro. ¿O será que el tío Jorge y el borracho ese del Edgar están en lo cierto? En cuanto a ser Dios, mi religión me lo prohíbe, lo siento, por la puta madre, de modo que naca la pirinaca, no saben cuánto lo siento. Y no saben cuánto me jode resignarme a ser un simple instrumento. Pueden llamarme Momó, como un pata choro marsellés, y soy el autor del Quijote, les cuento. Bueno, casi. Fui yo quien le vendió el manuscrito al joven caballero que tenía la manía de leer hasta los papeles botados en el suelo. Lo estafé sin querer. En lugar del manuscrito de Sidi Hamet, que yo estaba leyendo, le vendí un libro de cuentos porno-arábigos. Le cambié de libro, eso fue todo. Ni cuenta se dio el joven caballero. Fue por la cólera. Es que los blanquiñosos de Segovia nos llaman «los mojameds». Mis compinches y yo somos tres: Raschid, Abdel y el suscrito, todos made in Argelia, maestro. Somos mercachifles en el mercado judío de Toledo, aunque eso es un cachuelo. La verdad, somos rateros, y qué. Además, como dice el Pakistaní, tenemos nuestra culturita, maestro, miéchica que sí. Fui estudiante en Córdoba la espléndida. Raschid y Abdel no sé, pero no creo, pues apenas saben leer. Raschid es ropavejero, el negro Abdel verdulero. Yo vendo cachivaches. Vendo también mamotretos moravecos y chinescos. Del idioma chinesco no sé ni miéchica, por eso todos los libros los vendo. Los libros en arábigo, eso sí, leo todos los que puedo antes de venderlos. Antes del encuentro con el joven caballero, unas palabritas de agradecimiento para mi amigo el Bachiller Trapaza, quintaesencia de embusteros y maestro de embelecadores, maestro de farsantes y pedantes, mistagogo de traferos, perromuerteros, cabeceadores profesionales y demás tracaleros, que me enseñó su arte; también al Mateo Hunesco pendenciero, pese a la fea manía suya de criticar al vulgo; para remate, tiene la pretensión ilusa de corregirlo. No hay que fijarse en los defectos que cubren la capa de los otros, viejo tedesco. Lo único que acepto es criticar la tacañería, la mezquindad, nada más, aunque para ser franco ni eso. Que se jodan. Que se les caigan los dientes como a los drogos, por venenosos y angurrientos —que diría el propio Alfarache, ese pendejo—. Agradezco también al viejo Pancho López de Úbeda, otro maestro; agradecimientos y saludos también, para el negro Jerónimo Salas de Barbadillo, para Marquitos, para Vicente. De manera especial, para Teresa de Manzanares, la Niña de los embustes, natural de Madrid, amante de los moravecos. Agradezco también al Cojo Yáñez, antiguo filibustero, autor de quintillas y otros aderezos. Mis datos sobre la Melibea... ¿o Dulcinea?, carajo, ya ni me acuerdo... que en la vida real se llamaba Leila, se los debo a la puta vieja. Pero mi más sentido agradecimiento es para el señor Quevedo, que se ha vuelto muy famoso en nuestro pueblo moraveco. Sobre Quevedo sí podría preguntar el moralista tedesco o hunesco, y con razón. Quevedo, Quevedo, mi querido Quevedo. ¡Oh, Quevedo! ¡Qué rápido eres en alabar! ¡Y qué muelón eres! ¡Y qué lengua tan larga y serpentina, Quevedo! ¿Cuál es la virtud de tu lengua, Quevedo? ¿Cuál piedad ampara tus obras? ¿Cuáles defectos cubren tu capa? ¿Y cuántas capas tienes de repuesto, ah? ¿Cuántas y de qué tela? ¿de seda? ¿de pana? ¿de tafetán como d’Artañán? Dime también... ¿es cierto que tienes un sombrero de jipijapa y un morral fiambrero? ¡Momó te saluda, oh Quevedo, protector de los moravecos! Admiro la fuerza de tus dientes, la fineza de tu oído, tu alma de marinero... pero ¡tus dientes! ¡Y tu culo celebérrimo! Dime, Quevedo ¿cuál fortaleza de diamante no rompen tus agudos dientes? Es que a Quevedo todo el mundo lo conoce, maestro. Hasta la siñora italiana esa, una vieja conocida de Trapaza («Gallina vieja da buen caldo», suele decir el Trapaza y yo creo que es como su grito de guerra, parecido al otro, que es: «Todo lo que se mueva y tenga hendija, hasta una lagartija»). Bueno, eso creyó Quevedo, ya molesto de su fama. Esto que les cuento pasó aquí mismito en el Mercado. Allá. Detrás del matadero de chanchos. En ese muro tan alto que se ve desde aquí. No teniendo dónde cagar, allí se subió Quevedo, porque arriba hay un terral. Seguro que las ganas eran muchas, o de pronto había gente; el caso es que sacó el rabiscubis del lado de acá. En eso llega la siñora italiana con su paje. El paje quiere distraerla pero la siñora se gana con el pase.

—Ma... Dio... Ché vedo! Ché vedo!

Y como la che se pronuncia ka en lingua italiana, Quevedo creyó que lo llamaban por su nombre y dijo muy fuerte:

—¡Ay carajo! ¡Hasta por el culo me conocen!

Allá en Argelia seguro que lo agarraban a fuetazos, pero en fin, tal es Quevedo, el maestro de maestros. Otro día se presentó, medio entonado, medio moby dick, al establecimiento de la puta vieja, que resultó ser familia de la difunta Leila. El chongo queda aquí cerquita, detrás de la iglesia, en la calle de los Sicofantes. El maestro estaba arrecho y venía a buscar a la Sandra Mora, que estaba en nuestra mesa. Dijo que le pagaba el doble, el triple, y se ajustó los espejuelos; luego recitó:

—Quítate la máscara, bandolera. Quítate zapatitos y medias, calzones y jubones, basquiñas, verdugados, guardainfantes, polleras. Ven conmigo. Yo hago un trato con los mojameds.

El Raschid casi lo saca al fresco.

—Tranquilo, mojamed —dijo el maestro.

—Maestro, con todo respeto, no joda. No le falte respeto al Poeta.

 

Ese día se acercó, creo que de casualidad, el joven caballero. Sin ser apuesto, el hombre es elegante y de buen vestir. Jubones y polainas de buena tela. Buena camisa, buen chaleco. Un suéter ligero de color negro. Buenas botas con hebilla. Y, alrededor del cuello, algo que parece espuma o repollo de tela. Una cosa esponjosa y redonda como una flor; del centro, sale la noble testa del joven caballero. La capa es impresionante y parece pesada, como de hule. Se pasea en armas el joven caballero en el Mercado judío de Toledo. Andaba buscando al Quevedo, por lo que veo, el otro caballero fino. A decir verdad, son los únicos que he visto en este Mercado lleno de rateros, aparte del Trapaza, por supuesto. Estaba yo en pleno trance de risa y carcajada, leyendo el libro de usted, Sidi Hamet, en ese pasaje donde describe a la Leila echando sal a los puercos. Es que la Leila es una germa un poquito cochina —pero con buenas tetas y con fama de culiona— experta en la salazón de chanchos, cochinos, marranos o puercos.

—¿De qué te ríes tanto, morisco? —que me pregunta el joven caballero; luego comenta:

—Buen libro ha de ser, ea, como el que ando buscando. A ver.

—Mil maravedíes —digo cerrando el mamotreto, pues no tenía ganas de venderlo . —Mil maravedíes contantes y sonantes, estimado caballero. Ni uno menos.

En eso, veo que el joven caballero saca una bolsita de cuero.

—Dineros hay, morisco. A ver ¿qué es? Ea, ¿Y éste?

—El arte de vivir en idioma chinesco, caballero.

En eso, le paso el mamotreto que leo.

—¡Diantre, morisco! Que está escrito en idioma arabesco.

—Arábigo querrá decir usted, maestro.

—Que te lo compro igual, morisco, el mamotreto en arabesco. Y también éste, en chinesco. Mil maravedíes por los dos y trato hecho.

—Hacedle buena acogida por noble —dije, puliendo mi castillano. —Tenga y vaya con Dios. ¿Quiere una bolsa?

Pero no le di el que andaba solicitando sino el otro que ya leí no una sino varias veces —al menos ciertos pasajes— que son puro porno moresco, algunos tan poéticos que ya dan risa. Por ejemplo, este pedacito de la historia del Príncipe y la adolescente: «Y pasamos toda la jornada y toda la noche sin hablar, ni comer, ni beber, en las contorsiones de las piernas y riñones y en todo lo que hay como movimiento y contra-movimiento, y el carnero corneador no dio tregua a esa oveja batalladora, y sus embestidas fueron las de un verdadero padre de cuello grueso, y la mermelada que soltó fue una mermelada de nervio grueso, y el padre de la blancura no fue inferior a la prodigiosa herramienta, y la suave-carnuda fue la ración del asaltante tuerto, y la mula terca fue domada por el palo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulante, y el conejo sin orejas caminó junto al gallo sin voz, y el caprichoso músculo hizo mover la silenciosa lengua y, resumiendo, todo lo que había por arrebatar, arrebatado fue, y todo lo que había por reducir, reducido fue. Y sólo descansamos de nuestros trabajos cuando llegó la mañana, para recitar la oración e ir al baño...» Pasaje que causa la hilaridad del morboso del Trapaza, que da grititos de dicha cuando lo lee. De yapa, el libro en idioma chinesco, y me quedé viendo al distinguido joven caballero hasta que desapareció del Mercado de Toledo.

Años después...

 

Veo aparecer con alegría al mismo caballero, ahora muy ricamente vestido, la mirada siempre dulce y vivaz, con bigotes y chiva.

—Que eres un gran bribón, moresco —dice riéndose —pero te agradezco. Que me vendiste un libro del caraxo, pendexo. Ten tu parte.

En eso, saca el caballero un saquito de cuero, amarrado con un hilo de cuero, con maravedíes nuevos, los de orégano. Y me lo da. Al alzarse la capa el caballero, veo que le falta un brazo. Gracias al libro que le vendí, el maestro escribió el suyo, que se sigue vendiendo como pan caliente. Que estuvo preso en Argelia, me informa, donde le hablaron de un valeroso Sidi. Sidi Mohamed. Que por eso puso eso de Cid Hamet, para despistar al lector, que sidi es vocablo arabesco.

—Pero no aprendí ni jota del idioma arabesco, joder, moresco.

—Arábigo, maestro. Y la jota es un sonido arábigo, le cuento.

—Ah caracho. Ignorábalo, moresco. ¿Y el baile de la Jota? ¿La Jota aragonesa, por ejemplo?

—Que la jota es arábiga, maestro. Al inicio unos la escribían como equis. Como el propio Berceo, creo. De pronto la pronunciaban como che.

—Joder, moresco, que qué dices. ¿Qué dices de la palabra juglaría, por exemplo? ¿Xuglaría? ¿Chuglaría? ¿Y mi propio libro, entonces? ¿Don Quixote de la Xuxa?

—Así mismo, maestro. Usted lo ha dicho. Don Quichote de la Chucha o Macha. O don Qvixote de la Rosa, si usted prefiere, maestro.

Cambio de tema para no seguir discutiendo, aunque puede estar en lo cierto. Yo digo que la jota es arábiga y punto. La identidad semántica de las palabras pijo y picha, por ejemplo, confirman mi tesis. Sanseacabó, carajo.

—¿Y qué le pasó con el brazo, maestro?

—Que lo perdí en esa batalla contra los ingleses.

—En los periódicos salió que fue contra los turcos, mejor dicho contra los mojameds, maestro.

—Que fue contra los ingleses, carajo. En la batalla de Traf-al-Ghar. Entre el Monte de Acho y Jibraltar, las columnas de Hércules, que le dicen.

—Querrá decir entre Ceuta y Gibraltar, maestro. O Yibraltar, si prefiere. En idioma arábigo se dice Jabal-al-tarek = Yibraltar.

—Momó, eres un pendexo —dice riendo —sólo te doy esto que bien caro pagué la traducción de tu moresco mamotreto. Ea, dime ahora ¿era el que te hacía reir?

—Ese lo estaba leyendo yo, maestro.

—¿Y vos qué hiciste, moresco, durante este tiempo? ¿Siempre de mercachifle?

—No, maestro. Estuve estudiando el idioma hunesco en la Babel’s Tower, aunque también trabajé.

—¿En la Babels Tagüer? En Londres, por cierto. Dime  ¿aprendiste bien el idioma hunesco?

—En Lutecia, maestro. Pero no. Ni michi de hunesco.

—Joder. ¿Y qué tal?

—Un asco, maestro. La chamba quiero decir. Por eso he vuelto al Mercado. ¿Y su libro de usted?

—Un verdadero beséler, moresco, de nuevo te agradezco, que me vendiste un libro del caracho, pendexo. Ten tu ejemplar, que bien merecido lo tienes.

—Un vezéler, maestro. Otra palabra moresca, como baratija o bazar. O como alcachofa. Gracias. Hágame el favor de ponerle su respectivo autógrafo. Y su dedicatoria, maestro.

—Como quieras, moresco. Te cuento que lo traducirán al idioma chinesco, pues me lo ha pedido el Emperador de la China. Hace poco me mandó una carta en idioma chinesco, pidiéndomelo. Dizque quiere fundar un Colegio de lengua castillana, donde se estudiará mi libro. Me ha pedido incluso que sea el director del Colegio. ¿Qué te parece, moresco?

—Maravilloso, maestro. Maravilloso. Pero soy yo quien te agradezco.

De nuevo vi al caballero irse, muy fresco, esquivando los charcos que dejó el chubasco, indiferente a los ladridos de los perros chuscos, por la calle de los Etruscos. «Seguro se va a ver con el Quevedo —pensé —o de pronto con el Tedesco. O con el Calisto.»

 

IV. Contexto histórico y otros condimentos

Supongamos que Dios (Allah, Al Rahmán, Al Rahim, Al Malik, Al Quddus, Al Salam, Al Munin, Al Muhaymin, Al Aziz, Al Jabbar, Al Mutakabbir, Al Khaliq, Al Bari, Al Musawwir, Al Ghaffar, Al Qahhar, Al Wahhab, Al Razzaq, Al Fattah, Al Alim, Al Qabid, Al Basit, Al Khafidh, Al Rafi, Al Muizz, Al Mudhil, Al Sami, Al Basir, Al Hakam, Al Adl, Al Latif, Al Khabir, Al Halim, Al Adhim, Al Ghafur, Al Shakir, Al Aliyy, Al Kabir, Al Hafidh, Al Muqit, Al Hasib, Al Jalil, Al Karim, Al Raqib, Al Mujib, Al Wasi, Al Hakim, Al Wadud, Al Majid, Al Ba’ith, Al Shahid, Al Haqq, Al Wakil, Al Qawiyy, Al Matin, Al Waliyy, Al Hamid, Al Mohsy, Al Mubdi, Al Mu’id, Al Muhyi5, Al Minit, Al Hayy, Al Qayyum, Al Wajid, Al Majidn, Al Wahid, Al Samad, Al Qadir, Al Muqtadir, Al Moqqadim, Al Mu’akkir, Al Awwal, Al Akhir, Al Dhahir, Al Batin, Al Waliyy, Al Muta’ali, Al Barr, Al Tawwab, Al Muntaqim, Al Afoww, Al Ra’uf, Maliku-Mulk, Dhu-Jalal Wa-Ikam, Al Muqsit, Al Jami, Al Ghaniyy, Al Mughni, Al Mani, Al Dhar, Al Nafi, Al Nur, Al Hadi, Al Badi, Al Baqi, Al Warith, Al Rashid, Al Sabur), después de haberse manifestado en Mesopotamia, en la divina ciudad redonda de aquella Bagdad cuando los Abbasidas y Harún Al Raschid, elige en la tierra de España la ciudad de Córdoba, capital de Al-Andalus, para manifestarse de nuevo. Se trata de transmitir el verdadero Mensaje del arte de vivir, del arte de amar, del refinamiento y el placer, de paz, de sabiduría, de paciencia, de generosidad, de tolerancia, de indulgencia, de comprensión, del fulgor de las artes y las ciencias, del fulgor de la música y la poesía, de risa, de dicha y de éxtasis. Siglos después del esplendor cordobés cuando los Abdel Rahmanes 1, 2 y 3, propicia el acontecimiento del Siglo de oro en las letras de ese país. Supongamos que para manifestarse por intermedio de un libro que será traducido a todos los idiomas y conocido en el mundo entero, elige a Cervantes, hombre que profesa la fe del Christos. Este Christos es considerado como profeta desde el punto de vista islámico, no como hijo de Dios o como hombre-dios o Mesías. Cervantes recibe la iluminación, probablemente, durante sus años de cautiverio en Argelia. Cervantes sería un místico auténtico que  logra el contacto con la divinidad, quien le procura el estado de gracia y la dicha necesarias para la redacción del libro. No dejar de lado el detalle que otros místicos aparecen por esos tiempos en tierra de España, casi contemporáneos suyos. Veamos.

Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como Santa Teresa de Ávila, mística, escritora y doctora de la Iglesia (1515-1582).

Juan de Yepes y Álvarez, más conocido como San Juan de la Cruz, poeta místico y doctor de la Iglesia (1542-1591).

Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), también conocido como el Manco de Lepanto, segundo autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, cuyo título original es Historia de don Quixote de la Maschiah, escrita por el historiador árabe Cid Hamet Benengeli. De su propia mano y pluma nos informa el segundón:

FacsímilBien es verdad, que el segundo autor desta obra, no quiso creer, que tan curiosa historia estuviesse entregada a las leyes del olvido, ni que huviessen sido tã poco curiosos los ingenios de la Mãcha, que no tuviessen en sus archivos, ò en sus escritorios, algunos papeles que deste famoso Cavallero tratassen, y assi cõ esta imaginacion, no se desesperò de hallar el fin desta apazible historia, el qual siendole el cielo favorable, le hallò del modo que se contarà en la segunda Parte.
(Final del capítulo VIII, 3ª ed. de Madrid, por Iuan de la Cuesta, vendese en casa de Francisco de Robles, 1608).

¿Siendo el cielo favorable? ¿Conjunciones astrales? ¿Cosmos y microcosmos? Pero por supuesto, maestro. Si no ¿cómo? De modo que permítame, de aquí en adelante, echarle un poco de salsita a la cosita, para que dirijamos nuestros pasos cautelosos, poco a poco, piano piano, hacia la divina rosa,  rosa tan maravillosa. Lo de «segundón» ha cambiado de sentido. Una eminente doctora franco-moraveca que no quiso, por respeto exegético, escribir lo que estamos escribiendo con unos cuantos palominos de Paiján por añadidura, con sus respectivos tallarines, y a quien podemos considerar como la primera compositora de este nuevo canto que bien podría llamarse El otro cantar del loco Quesada, nos informa sin temor a equívoco: «La segundodería no era cualquier noción en la sociedad española de los siglos 16 y 17. Como en los tiempos de las cruzadas, se les llamaba segundones a los aristócratas que no eran los primogénitos de su familia, y que no heredaban el título ni los bienes del padre. De modo que, debiendo buscar fortuna en otra parte, se iban con mucho entusiasmo a conquistar América. En la época cuando escribía Cervantes, apenas cien años después de la expulsión de los judíos y el famoso viaje de Cristóbal Colón, la palabra secundo o segundón tenía connotaciones de aventura, de valentía, de compromiso con la modernidad en la exploración y explotación de ese Nuevo Mundo que, luego del período de los conquistadores, atra­ía a comerciantes y administradores.»6. De modo que, históricamente hablando y fuera de joda, podemos situar el acontecimiento del Quijote para el mundo entero entre ese año de 1492 tan cargado de sentido: año de la expulsión de los judíos, año cuando cae Granada tierra soñada, lo cual significa el fin del último califato musulmán, y año del descubrimiento e invasión de América, hecho gracias al cual estamos hoy echando el cuento. Otro dato. El primer libro del Quijote ve la luz el año de gracia de 1605; el segundo, en 1615. Según nuestras informaciones, los arábigos son definitivamente sacados de la península... en 1610... de su último reducto, es decir ¿de Granada tierra soñada? Junto con los amateurs de nuestro pelaje, tiremos lente a la historia para verificarlo. Primero, que se nos permita un bistec genérico-ancestral. ¿Quiénes son los ancestros de los tíos españoles? Por el sur, llegan los iberos (¿incrustaciones greco-cartaginesas?), venidos de África del Norte, antes de la ocupación romana; por el norte, los invasores celtas venidos de las Galias. En realidad, estos famosos celtas ocupaban casi toda Europa occidental y central. Tienen los hispánicos algo de fenicios también, al parecer. Celtas + iberos = celtíberos. Después de la España romana (hispano-romanos), llegan los bárbaros no hunos ni atilas sino vándalos, de origen germánico; también unos patas llamados alanios o alanos, guerreros nómadas de origen misterioso; también, los suevos o suevios; también, los visigodos y de pronto algunos godos, made in Germania. Estos visigodos se instalan en la península. Visigodos e hispano-romanos, religiosamente incompatibles, no se mezclan al parecer, pero yo creo que sí. El año 711, llegan los moros musulmanes (mezcla de berberiscos, árabes y negros). Se meten obviamente por Jabal-al-tarik, también conocido como Gibraltar, al mando del tal Tarik o Tarek, sacan del trono al último rey visigodo de España, un tal Roderick, y se instalan... durante siete siglos en esas tierras de Dios. ¿Se instalan en Al-Andalus para empezar? Es probable. ¿O en Granada, tierra soñada por mí? Las dos dinastías de la Edad de oro arábigo-musulmana que nos interesan son los Omeyadas y los Abbasidas. Abd al-Rahmán I, príncipe de la dinastía omeyada, es desterrado por los Abbasidas y se refugia en España. Se establece en Córdoba la espléndida, de donde todo sale, si no, no estuviéramos echando el cuento. Con los Abdel Rahmanes I, II y III estamos en pleno apogeo de la España musulmana. En efeto, el califato de Córdoba es un brillantísimo centro cultural y artístico, la flor y nata del genio del mundo árabigo. De pronto estoy diciendo pichuladas, pero para mí que hasta la guitarra —o su ancestro directo— llega a España por Córdoba vía Bagdad, gracias a un poeta, músico y cantante de genio llamado Ziryab (Siriaco el Morocho, Ciriaco el Sabroso), que le metió la quinta cuerda que le faltaba al laúd arabesco. Pase lo que pase, Momó dice que la transición del pensamiento analítico y la ciencia de los divinos griegos se hace vía los divinos doctores moros, reyes del cielo. En efeto, la cultura, el arte y la ciencia de los divinos moros conoce su Edad de Oro entre los siglos 8 y 11. En cuanto a literatura y poesía, son lo máximo; sólo la China es digna de compararse con ellos; los científicos moros estudian y desarrollan la herencia greca; en los hospitales de la época, los súper médicos moros contribuyen al estudio y cura de las enfermedades. Las obras maestras de su arquitectura pertenecen hoy al patrimonio de la desagradecida humanidad. La cultura refinadísima de los moros salva a España de los visigodos bárbaros, toscos y cabezaduras. Sin los moros ¿qué hubiera sido de España? Nada de Granada tierra soñada, o una Granada sin la Alhambra, o una Sevilla sin Alcázar, o una Córdoba la espléndida sin la Gran Mezquita, aunque después la hayan convertido en catedral. Sobre todo, nada de Averroes el cordobés, que en la vida real se llamaba Ibn Ruchd, el máximo comentador de Aristóteles, y en consecuencia nada del Aristo. Y sin Aristóteles ¿qué hubiera sido de Occidente? No sólo el viejo Aristo, por cierto; también Platón, Plotino, Hipócrates, Euclides, Ptolomeo que si no lo monto lo meo, con todo respeto. La tribuna de Occidente es deudora del genio del mundo árabe de la gran época. Justo y necesario es, al menos, saberlo; y sabiéndolo, dejarse de huevadas y reconocerlo. Pero ya me desvié por exaltado, para variar. ¿Qué decía? Me salté la Reconquista, carajo. Demos un vistazo rapidiol. Si ando bien en datos, la Reconquista empieza desde el inicio, allá por los 700 y pico. Veo un godo, perdón, un visigodo de nombre Pelayo. Pelayo en Covadonga... ¿Covadonga? Sinceramente, me suena. Franco que me suena Covadonga. Covadonga, Covadonga dónde queréis que te lo ponga. En la vida real, el único pelayo que conozco es mi pata Quique Lambada, el hermano de nuestra querida Doctora Sobredosis, ambos moradores de Lutecia, a quienes aprovechamos para mandarles cordiales y sinceros saludos. Veo también a un Sancho (¡Mosca! ¡Ojo, pestaña y ceja!), tal vez Sancho el Grande, quitándole Aragón a los arábigos. Veo a un rey de Castilla, probablemente un tal Fernando, recuperando León, y luego la Galicia musulmana... ¡Mosca! ¡Veo a otro Sancho! (¿de Castilla?), a quien llamaremos Sancho Segundo... que tiene a su servicio... no puede ser... hay que verlo para creerlo... al Rodrigo Díaz, más conocido como el Cid Campeador. Mientras que otro rey de nombre Alfonso (Pocho) entra a Toledo, el Cid Campeador recupera el reino moro de Valencia para la cristiandad. Córdoba la espléndida cae en 1262; el reino moro de Granada tierra soñada, en 1492. Fin de la Reconquista. De todas maneras, por esas épocas el gran imperio moro de la belle époque ya está en muere, dividido entre una dinastía de nombre porno-erótico (los Mamelucos) y los Otomanos. Sanseacabó. Murió la flor. Acta est fabula... ¿Y qué pasó con 1610? ¿Me habrán dateado mal? ¿O será el año en que se procede a la expulsión de todos los moros de España, así como antes de los judíos, después de haberse la cultura de la península impregnado de sus jugos cabalístico-mahometanos? 1610. Ajá. Después de las invasiones y respectivas expoliaciones de los respectivos imperios azteca e inca, ya con las arcas super llenas, se procede efetivamente a la expulsión de unos 300 mil moriscos o morescos (moros cristianizados a la fuerza), error, error, gravísimo error, error irreparable, pero error perfecto. ¿Felipe III? ¿Quién es Felipe III? ¿O es Felipe II? ¿Felipe duque o Felipe triqui? Veamos. Si es Felipe duque, es el nuestro, ya que mis dateadores dicen que bajo el reinado de este hombre tiene lugar... ¡La batalla de Lepanto! ¡Lepanto! ¡Oh sublime batalla de Lepanto! ¡Divinos turcos mojameds con turbantes, cimitarras y babuchas (o botas)! ¡El brazo cortado que transforma al regularón Miguelón en el divino Manco! El escriba opina, o mejor dicho quiere imaginar, que sin brazo cortado, nada de Quijote, pues el Quijote es el brazo que perdió Cervantes. Ese brazo está en el cielo junto a la versión original del santo Al Qurán, lo juro, Alfonso Ugarte soy. Porque ¿qué tal si, por ejemplo, el ángel o arcángel Gabriel no le hubiera insuflado la magia, el hálito, el impulso y la voz original de la inspiración a Mahoma, en la gruta? Nada de Islam, nada de Bagdad, nada de Córdoba y, sobre todo, nada de Lepanto. Lo de la cimitarra puede ser exagerado, porque al final de cuentas Lepanto fue batalla naval, y de pronto el joven Cervantes perdió el brazo derecho por obra y gracia de un cañonazo —que Allah mandó para que ocurriese el Quijote—. Este será, pues, nuestro caballito de batalla y argumento principal: Lepanto. Lepanto, Lepanto, pero no tanto. Ahora sí. Invoco a los super espíritus de Yemayá, Mahoma y Changó, también de Obatalá y Pachacamá, de los Orishas y Eleguá, pero sobre todo de Yemayá, Mahoma y Changó

:

Yemayá, Mahoma, Changó
Yemayá, Mahoma, Changó

Porque lo que diremos de aquí en adelante va en serio. Es que no soy médico ni abogado ni tampoco ingeniero

Pero tengo un swing
Pero tengo un swing
Yo soy artista Sidi Hamet
La crítica me mantiene

¿Loquibambio? A mucha honra. Lo reivindico. Pueden llamarme el loco Quesada o Quixada. Pero nada de Quijandría, por favor, que no lo soy. ¿Paranoico? Evidentemente, con gandinga, mondongo, sandunga, charanga, descarga, danzón, trova, milonga, comparsa, salsa, chicha y guapachá. Y todos en el guateque, bailando, gallinaceando, chupando, jodiendo, pura mamadera de gallo, puro vacilón y hueveo, gracias al genio picaresco del Manco de Lepanto —pero no tanto—. ¿Cuál es la pila, chocherita Sandoval? Calma, pueblo, calma. Sigamos trepados y bien agarrados del pescuezo de Roncinante. No crea el sabido lector que lo estamos meciendo, para nada. Nuestras investigaciones, sin ser profesionales pues no ganamos plata al hacerlo, son muy exhaustivas y «con algo de brújula» como dice con acierto el Kuraka; tienen, además, la calidad y cualidad de ser amateurs; el escriba se está rajando como en una final de la Copa Perú, supongamos, entre el José Gálvez y el ADT de Tarma. Al explayarnos así, mezclando los ingredientes de una omelette, en esta parte histórica, lo hacemos con ligereza pero muy en serio. En efeto, todas y cada una de estas cosas que referimos fueron absolutamente necesarias, en ese orden y sin la menor modificación, en tierra de España, para el acontecimiento del Quijote, c’est tout. Como decíamos líneas arriba o atrás, todo depende. El Felipe duque comete un error perfecto, en el sentido de pretérito perfecto. Una sola modificación, la menor modificación, la más mínima modificación —el rechazar una invitación a comer, una visita al barbero, la distracción en el vuelo de una mosca, no ir al mercado de Toledo ese domingo— hubiera truncado el gran acontecimiento. No decimos lo hubiera modificado sino eso, truncado. Así, el descubrimiento de América es tan importante como la batalla de Lepanto, pues el esplendor de España de aquellas épocas está indisociablemente relacionado a éste. Al decir esto, decimos que estamos diciendo que el esplendor de una literatura en grupo —el Siglo de Oro español, por ejemplo—, no de manera individual, está necesariamente relacionado con el esplendor de una cultura o país o imperio. Estamos diciendo también que sólo en tierra de España y en lengua castellana fue posible el acontecimiento. La tierra de España, debidamente cultivada y abonada con los aportes de las culturas árabe y judía, por un lado; por otro, el castellano con su nueva música por dentro. Esa música, pensamos, proviene del contacto y mestizaje con ciertos sonidos de la lengua arábiga, de la que hemos heredado cientos, qué digo, miles de vocablos. Allah es grande, misericordioso, compasivo, secreto. Cambio y fuera por el momento.

V. San Miguel, San Miguel, San Miguel al amanecer...

Este monarca Felipe II, el ahuyentador de moriscos, exaltado por el triunfo dorado en las Américas, ávido de gloria, anda en guerra con los franceses. Aquí, los dateadores me confunden. ¿Qué es eso de la Armada Invencible? ¿Antes o después de Lepanto? Este patín Felipe duque es hijo de Carlos Five e Isabel de Portugau o Porto Galo. Recibe una educación exclusivamente española, cucufata a forro, decir culiestrecha es poco. Como ciertos católicos, es fanático e intransigente. Además, ¿qué se puede esperar de alguien que trata de serrucharle el piso a su propio hijo? Para nuestro capcioso entender, la diferencia básica entre catolicismo y Sandra Mora, es de índole sexual. Culiestrechos no soperos contra moros refinados expertos en la fumada turca, por ejemplo. El nada prudente del Felipe II, en torpe guerra con los franceses —que hubieran sido super aliados contra Albión— se casa con Mary Tudor, más conocida en el mundo del hampa como Bloody Mary o María Sanguinaria ¡Divina Mary Tudor, reina de Inglaterra, Bloody Mary! ¡No sabes cómo te agradecemos el haberte casado con Felipe II! Si no, nada de Lepanto —o un Lepanto con otros avatares, donde se desvía el cañonazo, arcabuzazo o cimitarrazo que le mochó el brazo a Cervantes—. ¿Qué tal si Bloody Mary sin enaguas le hubiera hecho un súper mameluco al morboso de Filippo? Se modificaba la historia, ni más ni menos. Para empezar, ambos monarcas se vuelven protestantes. Y nada de Lepanto tal como sucedió. Para mí, la sublime Bloody Mary pudo ser guayacola. Bloody Mary, Bloody Mary, moder de Jack, ¿por qué bebes? Amiga: ¿por qué chupas tanto? Los dateadores me dicen que los inglesen le sacaron la michi a nuestros tíos arrechos que andaban buscando al divino Grupo Abba. Como ya quedó probado, la menor modificación del pretérito perfecto hubiera truncado el acontecimiento del Quijote, por eso mencionamos a Bloody Mary, cuya leyenda suele confundirse con la draculina condesa Elisabeth Báthory made in Eslovaquia o Transilvania. Para mí que Felipe duque se casa con Bloody Mary con la esperanza de adjudicarse el apoyo de Albión en sus guerras contra Francia —como si los ingleses de la época tuvieran necesidad de los españoles de la época para hacerle la bronca a los franceses de la época—. Para ser franco, pienso que Felipe duque quería adueñarse de Inglaterra, volverla católica y «cargarse» a todos los que andaban protestando. Además, si Felipe duque hubiera tenido un hijo con Bloody Mary, ese hijo hubiera sido rey de Inglaterra, los amateurs de ciencia ficción histórica pueden imaginar perfectamente las consecuencias. Pero Bloody Mary manca, no tiene hijos, se jodió el plan. Felizmente queda Lepanto. Pero antes, los ingredientes:

Hielo picado
¾ de jugo de buen tomate
¼ de buen vodka
2 o 3 gotas de jugo de limón
2 o 3 gotas de salsa Perrins o salsa Worcestershire
2 o 3 gotas de tabasco
Sal, pimienta, apio picado finito

Mezclar bien y servir en vaso mediano. Una vez curado de la resaca, seguir chupando, con amigos de preferencia, solo ni cagando... ¿Y si el sublime Ziryab no le hubiera puesto la quinta cuerda al ancestro directo de la guitarra, o sea el laúd moresco? Al menos en la patria, cero música criolla, nada de Embajadores, nada de Rómulo Varillas sobre todo, que sin la oportuna intervención del viejo Rómulo, supongamos un domingo cuando mi padre modifica los planes por escuchar a los Embajadores y quedarse con sus amigos, modificación que nos salvó de un accidente mortal, no estuviéramos echando el cuento, ya dijimos que basta con imaginar el más mínimo detalle y todo cambia. Pero no nos desviemos. Si los dateadores aciertan, Felipe II, y en consecuencia España de la época, formaba parte de la llamada Liga Santa, a saber: España de la época, la Santa Sede y Venecia. Según los mismos dateadores, Felipe II de Habsburgo, experto en bancarrotas, mandó a construir el Escorial, edificio con planta en forma de parrilla donde, a nuestro parecer, deberían los tíos españoles poner a Cervantes, donde quiera que esté actualmente. Es probable que San Miguel haya nacido un 29 de setiembre, al amanecer del año de gracia de 1547, día en que se celebra la fiesta de su tocayo arcángel, a quien le di consignas muy precisas. Fue un domingo, me acuerdo. Domingo, nueve dias del mes de otubre, año del Señor de mil e quinientos e quarenta e siete años, fue baptizado Miguel, hijo de Rodrigo Cervantes e su mujer doña Leonor. Baptizole el reverendo señor Bartolomé Serrano, cura de nuestra Señora. Testigos, Baltasar Vazquez, sacristan, e yo, que le bapticé e firmé de mi nombre. Juan de las Indias. Calma, pueblo, calma, que no pasa naranjas. Un tipo como el escriba, que muy bien ganada tiene cierta fama de loco, puede considerar esta primera lectura seria de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha como un acontecimiento de corte mesiánico en el sentido moderno, es decir como un fenómeno mental colectivo, en mancha, que promociona el sentido del humor, la risa y la búsqueda de la felicidad, del placer y del éxtasis pase lo que pase, en esta vida, con esta inteligencia y con este cuerpo, posséder la vérité dans une âme et un corps, como decía el poeta. A nuestro entender, la risa, remedio infalible, es un sustituto o sucedáneo del poderoso elemento erótico de la Edad de Oro en Bagdad —Cervantes no podía no saberlo—, que practicaban consumados artistas surgidos en el contexto histórico del Islam. De modo que sí. Cicuta, ciruela, cilantro, cinta, cirrosis, cinco, cincel, cincuenta. Y no pasa naranjas. El primer autor del Quijote es usté, Sidi Hamet. Pero volvamos a Lepanto. ¡Cristo de Lepanto! ¡Santa Rosario! ¡Virgen de Guadalupe! ¿Cómo diablos logran ganar los cristianos esa batalla naval contra la mejor flota del mundo de la época, los turcos mojameds? Simbólicamente, la batalla de Lepanto —según los dateadores— ocurre frente a Grecia, en mares griegos. Los dateadores son formales. Los cristianos, azuzados desde Roma por el Papa de la época, tenían un estandarte con un Christos —el futuro Cristo de Lepanto— el cual, según la leyenda, le habría hecho un quiebre a un cañonazo hacia él dirigido. Y ganan. Increíble pero cierto, por eso decimos que Allah es grande. Yo, Gabriel, su enviado, estaba presente. Cuando se reconosció el armada del Turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura, y el dicho capitán... y otros muchos amigos suyos le dijeron que, pues estaba enfermo y con calentura, que estuviesse quedo abajo en la cámara de la galera, y el dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían dél, y que no hacía lo que debía, y que más quería morir peliando por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta, y que con su salud... y pelió como valiente soldado con los dichos turcos mojameds en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó y le dio orden, con otros soldados. Y acabada la batalla naval —no nabal— salió ferido de dos arcabuzazos en el pecto y en una mano, de que quedó estropiado de la dicha mano... Ajá. La Divina Internet, la omnisciente y todopoderosa Internet —que también es medio ubicua— nos informa que de ahí procede el apodo de el Manco de Lepanto. El brazo izquierdo no le fue cortado —como nosotros creíamos— sino que se le anquilosó al perder el movimiento del mismo cuando un trozo de plomo le seccionó el nervio. A pesar de haberse quedado medio mochica del brazo, y de muchos otros reveses y avatares, Cervantes es un hombre capaz de reírse, de cagarse de la risa hasta en el momento de la muerte. Cervantes tiene la concha de burlarse de la Pelona, esa institución tan calumniada. Ça alors, il faut le faire, que dirían los gabachos. Está que saca la maleta. Está que arrolla el petate. Ya casi está en Máncora. Ha logrado escribir una obra que será publicada post mortem: Los trabajos de Perejil y Sigmundo, dedicada a su mecenas don Pedro Fernández de Castro y Andrade, séptimo conde de Lemos y marqués de Sarria. Dice nuestro super pendexo con el Doctor Mortis Maximus al acecho, guadaña en mano:

Señor,
Aquellas coplas antiguas que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan: «Puesto ya el pie en el estribo», quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras las puedo comenzar diciendo:
Puesto ya el pie en el estribo,
Con las ansias de la Pelona,
Gran señor, ésta te escribo.
Ayer me dieron extremaunción, y hoy escribo ésta.

Poco antes, a ese mismo duque de Lemos, le había escrito muy en serio, pero siempre bromeando:

Enviando a Vuestra Excelencia los días pasados mis comedias, antes impresas que representadas, si bien me acuerdo dije que don Quijote quedaba calzadas las espuelas para ir a besar las manos a Vuestra Excelencia; y ahora digo que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y si él allá llega, me parece que habré hecho algún servicio a Vuestra Excelencia, porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que le envíe para quitar el hámago y la náusea que ha causado otro don Quijote, que con nombre de segunda parte se ha disfrazado y corrido por el orbe; y el que más ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se la enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote. Juntamente con esto me decía que fuese yo a ser el rector del tal colegio.
Preguntéle al portador si su majestad le había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento.
—Pues, hermano —le respondí yo—, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las veinte, o a las que venís despachado; porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear.
Con esto le despedí, y con esto me despido, ofreciendo a Vuestra Excelencia los Trabajos de Persiles y Sigismunda, libro a quien daré fin dentro de cuatro meses, Deo volente; el cual ha de ser o el más malo o el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los de entretenimiento; y digo que me arrepiento de haber dicho el más malo, porque según la opinión de mis amigos, ha de llegar al estremo de bondad posible. Venga Vuestra Excelencia con la salud que es deseado; que ya estará Persiles para besarle las manos, y yo los pies, como criado que soy de Vuestra Excelencia. De Madrid, último de otubre de mil seiscientos y quince.
Criado de Vuestra Excelencia,
Miguel de Cervantes Saavedra.

Pero el brazo lo perdí. No se me anquilosó. Me lo cortaron. Con una sierra me lo cortaron. Encima del codo. Meses tardó el muñón en cicatrizar, querido duque de Lemos, por eso me dicen el Manco. Y sólo tenía 24 años... Hay quienes suponen que Cervantes tuvo la idea del Quijote cuando lo encarcelaron, acusado de estafa o malversación de fondos, el año de 1597, en la cárcel Real de Sevilla. Nosotros queremos imaginar que tuvo la primera idea durante el cautiverio en Argelia; y, como ya insinuamos, Cervantes era perfectamente consciente del gran aporte del genio árabe a la cultura hispánica y a Occidente. Pensamos también que el Quijote —Libro de Quijada o Libro de Quesada— es una risueña parodia, con vaselina, de la literatura en general, no necesariamente de los libros de caballería, que son un pretexto, y de cierta idea del amor y de la mujer. Porque, si se burla de la caballería... ¿se burla, supongamos, del Cid Campeador, emblema de la misma? Cid, del árabe Sidi, en realidad, quiere decir gran señor o gran caballero. La palabra Cid designa un atributo moral o ético y no necesariamente bélico. El término bélico es Campeador. ¿Y si el Quijote no es un libro para burlarse de la caballería sino de otra cosa más peligrosa, mucho más peligrosa, donde tiene rol principal la reivindicación de la Rosa? ¿De la Iglesia? ¿Del Papa? ¿Del clero de cuerpo entero? ¿De la Inquisición? ¿De la propia España? ¿De la reina Isabel la Católica, por ejemplo? ¿De la sexualidad? ¿De las instituciones? ¿De la nobleza? ¿De toda la sacrosanta sociedad? Y si hace mofa de la Caballería, hace mofa de la concepción medieval del amor de su época, donde la Dama es un calco idealizado de la Virgen María. Aquí sí agarramos carne. El seudo ataque contra los libros de caballería... ¿no será, en realidad, una especie de coche-bomba de índole cómica contra una concepción del arte literario pesado, complicado, melifluo, pudibundo, gárrulo, melancólico, ultra virtuoso, seriote, pedante? Con la panoplia de una escritura desatada en la que el artista puede mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, pero donde prima el elemento cómico, en el crisol genuino de la parodia de todos lo géneros, podemos hallar, tal vez, cierta vocación terapéutica o pedagógica. Cervantes habría logrado esta empresa en lo que consideraba su mejor libro, los Trabajos de Persiles y Segismunda, libro alegórico de caballería fantástica según los dateadores, que todavía no hemos leído. En cuanto al conde de Lemos, seguramente se dio cuenta éste que Cervantes, misio, le estaba pidiendo plata. Además, repite siete veces lo de Su Excelencia, el besamanos y el besapiés de remate, lo que nos parece una simple ironía de buen humor. En ese sentido ¿qué tal si Cervantes considera con buen humor, sólo sonriendo, sin necesariamente hacer mofa de lo anteriormente enumerado, ya que tan respetuoso y sincero parece? Antes de pasar al siguiente capítulo, recapitulemos. La literatura española del medioevo ha sido fuertemente influenciada por los aportes de las culturas judía y musulmano-arábiga, entonces en expansión. En el bagaje literario de Cervantes podemos considerar, en el contexto hispánico, la obra de Gonzalo de Berceo, de Garcilazo de la Vega, del Infante Juan Manuel —a quien copia el célebre comienzo del Quijote; está escrito en el exemplo 51 de El Conde Lucanor: «En una tierra de que non me acuerdo el nombre, avía un rey...»— de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, cuyo Libro del Buen amor es de vena satírica, humorística e incluso erótica. Sin excluir la posibilidad de su conocimiento de las Mil y una noches, de Averroes o del Doctor Maximus Ibn Arabi, nos parece evidente que la literatura satírica estuvo de moda por esos tiempos. Recordemos que La Celestina es calificada por su autor, Fernando de Rojas, de «comedia humanista», y que su título original es: Libro de Calixto y Melibea y de la puta vieja Celestina. Teniendo presente el detalle importantísimo que Cervantes llama a la Biblia la Divina Escritura, o la Escritura Divina, nos parece evidente que no desconocía la obra de Dante Alighieri, que no se titula La Divina Tragedia sino La Divina Comedia, porque su aspiración es la felicidad y el éxtasis. La Celestina, inspirada en la comedia medieval Panphilies, inspirada del poeta cómico Plauto según los dateadores, es alumno del maestro de maestros, que es Aristófanes. El Quijote es un libro cómico y por momentos bufonesco. La palabra cómico viene del latín comicus, griego komikós... ¡y kómos es un banquete del culto órfico-dionisiaco! Podemos suponer a un poeta griego de la época, ya entonado, que compone una oda al banquete... inspirado por el dios. Odé quiere decir canto u oda. ¿Es la comedia, de komós + odé = komodia, la oda al banquete del dios Dionisos por Orfeo interpuesto? Como es de suponer, en esas reuniones los distinguidos comensales y convidados en general se reían mucho. Tragedia y comedia son nociones griegas. La pregunta es: ¿se opone la comedia a la tragedia... o son complementarias, consubstanciales, inseparablemente inherentes, como todos los aparentes opuestos? Lo trágico por excelencia en la tribuna de Occidente es el martirio del Christos y su agonía y muerte en el Gólgota según la literatura de los evangelios. Asimismo, el Christos es falsamente presentado como un hombre que no ríe, que ni siquiera sonríe, y totalmente ajeno al erotismo; en este sentido, como un contrario de Mahoma, ejemplo de virilidad y vida sexual feliz. En la película El Nombre de la Rosa, el libro que celosamente se oculta, libro por el cual se cometen asesinatos, ese que atesora una especie de Borges maléfico en la biblioteca del monasterio, es un tratado de Aristóteles sobre la comedia. Hay otros volúmenes prohibidos que tratan probablemente de sexualidad y procreación... De la risa y la sexualidad consideradas por el oscurantismo como un atributo del Demonio, institución mental que analizaremos desde nuestro punto de vista moderno, pero en otra ocasión, que hoy no viene al cuento. En cuanto al Caballero, su triste figura hace reír, y sus avatares hacen cagarse de la risa. El sentido del humor ha cambiado, así como ha cambiado la gramática, la sintaxis y la ortografía, pero imaginamos perfectamente a los dichosos lectores de la época, que se habrán recagado de la risa y revolcado por los suelos dándose palmaditas o aplaudiendo. Estamos frente a un sentido de lo cómico en su esplendor castellano de la mejor época, que atraviesa, impunemente, los siglos. Ahora sí, la Rosa.

 

VI. El Nombre de la Rosa

Miguel de Cervantes, nacido en 1547, y Giordano Bruno, nacido en 1548, son autores totalmentemente contemporáneos. Con una mordaza que le han puesto para que no siga diciendo más verdades, el gran Giordano es quemado vivo un 17 de febrero de 1600 en el Campo dei Fiori de Roma. La dimensión filosófica del genial italiano es conocida en toda la Europa letrada, Cervantes no ignora quién es Giordano Bruno y, sobre todo, no ignora por qué lo han quemado vivo, pues el Papado y la Inquisición no se andan con cuentos: le echan candela, candela, que le den candela, a todo el que ponga en peligro el poder instituido, seguramente invocando la intervención demoníaca. El Diablo, también conocido como don Sata, está en todo su apogeo en la mitología o universo mental judeocristiano de la época, apogeo que se repetirá después con otras variantes, hasta el día de hoy. ¿Apogeo? ¿Moda? ¡Qué digo! ¡Súper a la moda! Es el último grito de la moda de esa horrible literatura supersticiosa y oscurantista. Los manuales de demonología antibrujitas están a la orden del día (sorry). Entre el Fornicarius de Jean Nider (1437) y el famosísimo Malleus Maleficorum (1486), cuyos autores son dos horribles inquisidores alemanes, dos evidentes erotómanos y perversos sexuales llamados Jacques Sprenger y Henri Institoris, podemos repertoriar —no lo haremos aquí— 28 célebres tratados de demonología que son la flor y nata, el moco y la natilla del oscurantismo de entonces. El Malleus Maleficorum (Martillo para chancar brujitas) es un auténtico best-seller de la época. Este pestilente mamotreto conoce muchas ediciones —no sabríamos decir cuántas, supongamos entre 20 y 40, o entre 25 y 50— desde su aparición. Su último éxito de librería ocurre el año de desgracia de 1600, el funestísimo año de 1600, lo cual no nos extraña, araña, pues, como ya dijimos, es el año cuando el Oscurantismo y la Ignorancia queman vivo a Giordano Bruno. Lo que sí me extraña, Araña, Arañota peluda, es que siendo Mosca, no me conozcas... ¡Uf! Pido disculpas por el arrebato y las palabrotas, es que me da tanta cólera, carajo. En fin. Calma, calma, que ya se sienten pasos en el arco adverso. De todas maneras, el interesado en la institución mental llamada Diablo (don Sata) puede consultar con provecho uno, dos, tres, cuatro o los cinco volúmenes del más lúcido y notable especialista del tema en el microscópico planeta Tierra. Hablamos del ilustrísimo profesor Jeffrey Burton Russell7. La famosa Inquisición (¿fomentada por Isabel la Católica?) es particularmente misógina, lo que no es de extrañarse, pues son herederos de un oscurantismo de doble vía. Por un lado, del Antiguo Testamento, donde a la mujer, totalmente inferiorizada, se le considera responsable, o mejor dicho culpable, del pecado y de la muerte, nociones de fuerte connotación erótica. También las nociones de adulterio e impureza le están asociadas. Dos botones nomás y volvemos al tema específico. En el libro más hermoso y filosófico —para nuestro gusto— del AT, está escrito: «Más amarga que la muerte es la mujer, y es una trampa, y su corazón una red, y sus brazos ataduras. El hombre de Dios escapa de ella, pero el pecador se deja envolver.» (Eclesiastés, 7, 26). En el NT, otro misógino célebre —Pablo de Tarso—, que no en vano es el autor intelectual más importante del cristianismo, prácticamente su inventor, como ya lo señalamos en un trabajo anterior, declara para rematar, o sea para establecer la supuesta superioridad del elemento masculino: «Sin embargo quiero que lo sepan: el jefe de todo hombre, es el Cristo; el jefe de la mujer, es el hombre; y el jefe del Cristo, es Dios.» (Corintios I, 11, 3). Cuando se publica la primera parte del Quijote, las cenizas de Bruno están, por decirlo así, todavía calientes; en consecuencia, Cervantes es perfectamente consciente del peligro que implica su empresa —su Mensaje— si no lo expresa tal como lo hace, con un aparente respeto a los valores de su tiempo: con guantes de seda, con metáforas, símbolos, alegorías y, sobre todo, con humor. En efecto, sólo la comedia permite travestir el Mensaje con atuendos de risa e inocencia, de saludable buen humor, no sarcasmo, mofa o sátira. Surge aquí el asombroso personaje de la Dulcinea, que en la vida real llamábase Aldonza Lorenzo. En tanto que anti-valor contrario de la Dama, y en consecuencia de la Virgen, la chica del Toboso sí es una parodia feroz... de la mujer y del amor en Occidente; tampoco pasemos el detalle que, durante la primera salida, las primeras mujeres con que se topa el ingenioso hidalgo, son dos putas. Esta entrada en materia al elemento femenino es un campanazo significativo. Nosotros queremos ver en estos detalles algo relacionado, también, con el Renacimiento italiano y el muy evidente conocimiento que tiene Cervantes de sus tres autores emblemáticos: Dante, Petrarca y Bocaccio. Aquí, nos gusta imaginar una Dulcinea estilizada como un personaje del Decamerón. Y al preguntarnos si Cervantes ironiza a Laura o a Beatriz, esas Damas arquetípicas, respondemos que sí, que es bastante probable. Para no desviarnos, nos concentraremos en Dante y, más precisamente, en la tercera parte de La Divina Comedia (Paradiso), donde el poeta florentino elabora su propia metáfora de la Rosa, en el sentido del Doctor Maximus Ibn Arabi. Como ya dijimos, para éste y otros místicos surgidos en el contexto del Islam, la contemplación de Dios en la mujer, es la más perfecta. Refiriéndose al elemento femenino y a su triple concepción del amor, escribe el Doctor Maximus:

¡Yo amé mi ser esencial
Con ese amor que tiene el Uno por el Dos!
El amor así engendrado
Es natural y espiritual,
Pero también es amor divino.

Y también:

Del amor hemos surgido.
Según el amor estamos hechos.
Hacia el amor tendemos.
Al amor nos entregamos.8

Concepción —humana y «divina»— que Dante resume con el famoso último verso de Paradiso, cuando compara su deseo y su voluntad, a una rueda empujada por:

L’amor che move il sole e l’altre stelle.

Metáfora (la mujer es una rosa) y símbolo (la rosa), la Rosa es la Mujer y viceversa. Nosotros hemos insinuado que el símbolo puede representar el sexo femenino. A nuestro entender, tal es el nombre de la rosa, que también puede ser mãcha, qué carajo, que al final es una concha, al menos en la patria quiero decir... pero ¿cómo se llamaba la hermosa chica de la película, la que inicia sexualmente al protagonista? Ahora sí. Mosca. Ojo, pestaña y ceja. Nuestras exhaustivas exploraciones de arqueología literaria nos han revelado, por la gracia de Dios (Allah de la Edad de Oro), la existencia de este significativo poema —damos un fragmento— que necesitamos incluir en nuestros delirios, donde el Niño Jesús es la Flor recién abierta, la Rosa de belleza encantadora, el fresco botón gracioso y bermejo; donde los brazos puros de la Virgen son la cuna y el trono; donde el sol bondadoso es el seno de María, cuya Leche Virginal es el rocío.

C’est toi, Jésus, la Fleur à peine éclose,
Je te contemple à ton premier réveil,
C’est toi, Jésus, la ravissante rose,
Le frais bouton, gracieux et vermeil.
Les bras si purs de ta Mère chérie
Forment pour toi: berceau, trône royal.
Ton doux soleil, c’est le sein de Marie
Et ta Rosée, c’est le Lait Virginal! 9

Cuya autora es la poeta mística, nombrada doctora de la Iglesia por ese gran hombre que fue Juan Pablo II en 1997, Santa Teresa de Lisieux del Niño Jesús y de la Santa Faz. Leyendo el poema entero, constatamos que Teresa de Lisieux escribe su poema en auténtico estado de amor, de dicha y éxtasis, lo que nos conduce a la otra Teresa, Santa Teresa de Ávila. Estamos viendo la escultura de Gian Lorenzo Bernini: una alianza de mármol y bronce. Estamos en la capilla Cornaro de la iglesia Santa Maria della Vittoria, en Roma. La obra del artista se titula hermosamente de dos maneras: La transverberación de Santa Teresa o El éxtasis de Santa Teresa. En el contexto de nuestro estudio, y por necesidad asociativa, ponemos esta obra de arte frente a otra: frente a un monumento helenístico (un phallus) de un santuario de Dionisos en Delos. El pedestal aparece ornado con relieves que representan el cortejo de las dionisias o bacantes. La parte visible representa al pájaro-phallus que, en el cortejo, es llevado en un carro. De vuelta al Paraíso —donde hemos dejado a Dante— vemos tan estupefactos como él... el goce inefable y, sobre todo, la risa de Beatriz. Pero expliquemos. En el Paraíso, la Rosa Blanca o Rosa Celeste, donde se hallan los elegidos, es como un inmenso anfiteatro. El centro, punto luminosísimo, es Dios. Y Beatriz ríe y ríe, de pura dicha ríe. En el Canto XXIII, vemos aparecer al Christos y a María; de nuevo se oye la risa de Beatriz, seguramente en éxtasis y, cómo no, asistimos al éxtasis del propio Dante. En el Canto XXVII, ante la visión de la belleza divina que lo maravilla o embelesa, ve también sus ojos sonrientes. Mosca aquí, que el original habla de placer divino.

Ver’lo piacer divin che me refulse,
Quando mi volsi al suo vido ridente.

Con el perdón de las palabras, nos parece evidente que todo el mundo concernido anda cagado de la risa y en éxtasis en el Paradiso, por la simple razón de que en el paraíso todo es paraíso, dure lo que dure, aunque sea un segundo. Más lejos, en este mismo Canto XXVII, leemos.

Ma ella, che vedëa’l mio disire,
Incominciò, ridendo tanto lieta,
Che Dio parea nel suo volto gioire.

Disculpándome por la traducción literal y la supresión de las comas, me mando:

Pero ella que veía mi deseo
Comenzó riendo tan feliz
Que Dios parecía gozar en su rostro
                (Paradiso XXVII, 103-105)

¿Y qué tal si la risa fuera un símbolo de la dicha máxima, que es el éxtasis, el éxtasis místico, erótico, cómico o lo que sea, pero éxtasis? Mosca otra vez. Estamos consultando La Divina Comedia en edición bilingüe. En francés, el verbo gioire o gozar, se traduce por jouir. Una de las acepciones del verbo jouir indica, ni más ni menos, que la mujer ha logrado un orgasmo. Pero no nos desviemos. Hemos insinuado que la risa y el elemento cómico, en el Quijote, podrían ser un sustituto o sucedáneo del poderoso elemento erótico de la Edad de oro del mundo árabe, o también un sustituto o sucedáneo de la reprimida sexualidad del mundo hispánico de la época. Hemos insinuado igualmente que Cervantes podría estar ironizando la sexualidad de su tiempo. ¿Y qué tal si se está burlando nomás, como burlarse de la demonización y culpabilización de la mujer? Si tal es el caso, esta burla es una salutífera reivindicación de la Rosa, rosa tan maravillosa. Amén... En las fiestas o bacanales de Dionisos, los participantes en las libaciones y banquetes aparecen coronados de rosas, pues existía la creencia que estas flores tenían la virtud de atenuar la calentura de la embriaguez. Dichas coronas de frescura tienen también, al parecer, la virtud de procurar cierta lucidez en la ebriedad y atenuar el exceso de palabras...¡Dionisos de la Rosa! ¡Divinidad de 420 epítetos, según el viejo Aristóteles, epítetos que nombran los diferentes atributos del dios! Dionisos, también conocido como Dithyrambos, Bacchos, Iacos, Bromios, Zagreus... no, no, mejor los enumeramos en otra ocasión... ¡Rosa! ¡Rosa Roja! ¡Rosa Rosada! ¡Rosa de Oro! En la simbología cristiana, la flor representa la sangre derramada por el Christos en la cruz. ¡Rosa! ¡Rosa Celeste! Dante la llama también Rosa candida. ¡Rosa! Adonis es el amante de Afrodita; según la leyenda, Adonis muere por la embestida de un jabalí enviado por un dios celoso; su sangre derramada empapa la tierra y surgen las primeras rosas que la humanidad conoce. ¡Rosa! ¡Rosa de Damasco! ¡Sacra Rosa de Oriente! ¿Será que la trajeron a Europa los cruzados? ¿Y qué tal si la Rosa es... el Christos o Chrestus, como lo llama Suetonio? Aquí podemos referirnos a Petrarca y a la tradición italiana renacentista del Dolce stil nuovo —inspirado de los trovadores occitanos—, donde, siempre con metáforas y símbolos, el amor único e ideal, así como la figura de la Dama-Virgen, están asociados a la figura crística... cuya triste figura no es la de un Christos de dicha, de gloria, resurrecto y triunfante. Y para seguir delirando podemos, mimo Cordobés, propinar algunos banderillazos al pesado toro del oscurantismo: ¿Y qué tal si Mãcha es Maschiah o Maschiakh, palabra hebrea que quiere decir... Mesías? ¿Y si la mancha es la mancha, mancha y rosa, que vimos en el cuadro de Gustave Courbet, aquella vez, en París, gracias al Salvajón? Estamos viendo este cuadro que causó escándalo en su época. Estamos en París, en el Musée d’Orsay. Como en el Louvre hacia la Gioconda (¡Mosca! ¡Mosca con el nombre! ... La Gioconda = la Gozona o Gozoza, la Dichosa, la Juguetona, la Jugadora o la Jocunda en el peor de los casos, del italiano gioire, francés jouir, spanish gozar), aquí todos confluimos hacia el cuadro donde se ve la mancha y la rosa. Nos enteramos que Courbet pintó L’origine du monde en 1866 para la colección privada de... un turco: el diplomático otomano Khalil-Bey. L’origine du monde, 1866 / Huile sur toile / Hauteur: 46 cm. Largeur: 55 cm. Paris / Musée d’Orsay. La mancha-macha, que al final es una concha, qué carajo. ¿Y no recuerda el nombre de la Macha? ¿Ah no? ¿Y si fuera el epicentro del goce femenino? ¿O masculino? ¿O de ambos? ¿Y si todos los aparentes opuestos son indisociables el uno del otro, consubstanciales el uno al otro, unificados en una tercera institución mental? ¿Y qué tal si Verlaine y Rimbaud estaban en lo cierto con su teoría del Nuevo Amor? ¿Del que todavía no llega? ¿Del que vendrá... como un mesías? ¿Cuando se derrumbe —sino cambia de orientación— el viejo edificio del cristianismo ya medio tembleque? ¿Hay un mensaje mesiánico en este sentido, en el Quijote? Si no lo hay, nos gusta imaginarlo. Para ser franco, yo me obstino en ver algo de corte mesiánico tal como entiendo esta palabra. El Quijote es un verdadero cague de risa que invita a curiosear en busca de un mensaje subliminal. ¿Se burla Cervantes de la tragedia? A nuestro entender, es lo más probable. ¿O las entremezcla, como si tal mezcla y complementariedad fueran necesarias para captar el susodicho mensaje subliminal? ¿Y qué tal si Cervantes, cristiano y buen hombre, trata de hacer pasar un Mensaje opuesto a la «verdad» entronizada (pesada gravedad, sustrato trágico, mentira maquillada) por intermedio de la ficción novelesca y la risa? ¿Se inspira Cervantes en Dante, poeta que le dio una dimensión teológica a la comedia? ¿Donde la risa no aparece como atributo diabólico? ¿Donde la visión del Paraíso y la contemplación de Dios en la Mujer-Rosa es la más perfecta, como decía el Doctor Maximus? Juguemos con las palabras y los significados. Si el masculino de la macha es el macho, bien podemos suponer que esta macha sea la Hembra. ¿Commedia dell’arte? Bueno, no exageremos... aunque... pourquoi pas? ¿Divina Comedia? ¿Divina Escritura? Por supuesto, maestro. Esato, maestro, esato, lo demás es calunia, ornato y conceto. Nosotros sentimos al Quijote como eso: como una divina comedia. Estas cosas que decimos sin malicia, de no saberlas en teoría, Cervantes bien podía saberlas de todas maneras, con la intuición poética y los poderes ilimitados de la imaginación. Llegar a Dios por la risa, caballeros. Y por la rosa mística —la verdadera, la rosa viviente— que nos regala el maestro George Courbet.

 

VII. Santa Marsella de los Moravecos (coda)

Para Ivanhoe (Libro de Cachaquito)

¿Habré de deciros sobre quiénes bajan los demonios?10
Bajan hacia todo pecador que miente,
A quien informan lo que han oído, pero la mayoría son unos mentirosos.
¡Y los poetas! ¡A esos escuchan los descarriados!
     (Corán, sura 26, 221-224)

Y tuvimos que mudarnos a Marsella, caballeros. Santa Marsella de los Moravecos, territorio liberado de visigodos y demás carapálidas, es nuestra. Al inico de los tiempos trabajé de barman en el Bar Rubayat de mi estimado Mohamed; después de buzo lavaplatos en el restaurante chinesco Aladino, ambos establecimientos situados en la ciudad vecina de Aquae Sextius. Dicha ciudad —maravillosa— posee el mayor número de mujer linda por metro cuadrado de toda Europa, miéchica que sí; si no, pregúntenle a mi pata el Diablo Mondher, actualmente vice cónsul de Cartago, a quien aprovechamos para mandar un gran saludo. Hemos cambiado de oficio varias veces, les cuento. Al inicio, el Raschid trabajó de masajista y arregla huesos en un hamam de la Canabirra; el Abdel siguió por un tiempo de ratero, pues seguía nostálgico del Mercado de Toledo y también de la Playa San Lúcar, adonde iba a chambear en agosto. Ahora el primero es salchipapero, el segundo emolientero y yo revolucionero. Aquí estoy, pues, en la Plaza Juan Jauría, donde trabajo por la tarde; por la cheno, pongo mi carrito en la Plaza del Perro Salchicha, junto a la calle de los Reyes Magos. Aclaro que sólo trabajo en invierno, porque la revolución es una bebida caliente.

—¡Revolución caliente! ¡Revolución caliente! ¡Revolución caliente!

Nadie compra, carajo, hoy es día malo. Lo mejor es cambiarse de sitio, uf, y con la pereza que tengo.

—¡Revolución calienteee! ¡Pa’ remover la menteee!

Nada de nada, por la gran flauta. En eso veo aparecer al Caballero...ah no, me quincié. Pero tanto se le parece, aunque ha cambiado su estilo de vestir... Bajo empujando mi carrito moderno, con sombrilla y todo, con rueditas de caucho, con los baldes, el calentador, los vasos, todo hace ¡din! ¡din! ¡din!, por la calle de los Reyes Magos rumbo al bulevar Garibaldi. Me detengo frente al Museo de Bellas Artes, muy pensativo por la visión del falso Caballero, a mirar la estatua de un caballo moderno, probablemente de cobre, que tiene una patita levantada. La verdad, recién estoy leyendo el libro del Caballero, y a todos los sitios lo llevo. ¿Será brujo, o qué, el Caballero? Ha hecho ciertos cambios pero yo no atraco, que eso está en el libro de Sidi Hamet. ¿Cómo habrá hecho para saberlo, ignorando el idioma arábigo y, sobre todo, sin tener el original? A menos que haya conseguido otro ejemplar, aunque me extrañaría, franco. Ha cambiado los nombres, ha transformado el palacio morisco en castillo. Así, llama Andalucía a Al-Andalus. Estoy en la parte que el Caballero tiene hambre y se acerca al dicho castillo. Habla con dos mozas de la vida alegre, que en la vida real se llaman Rachida y Zora. Estas, no acostumbradas a sus retóricas, no dicen nada; sólo le preguntan si quiere comer alguna cosa.

—A cualquier cosa le echo diente —responde el Caballero —; me caería súper bien, pues gran falta me hace.
Esto pasa un día viernes, y no hay en toda la fonda sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacalao, y en otras partes curadito, y en otras truchita. Le preguntan si el señor se dignaría comer truchita, ya que no hay otro pescado.

—Con tal que muchas truchitas haya —responde el Caballero —para que valgan por una buena trucha, que eso se me antoja. Que me sirvan por cuatro reales, ea. Pueden ser las truchitas como la ternera, que es mejor que la vaca. O como el cabrito, que es mejor qu’el cabrón. Pero que venga rápido, sea lo que sea, ea. Que la chamba y el peso de las armas sólo se soportan bien con el gobierno de las tripas...

—¡Revolución caliente! ¡Revolución calienteee!

Como no pasa naranjas en el bulevar Garibaldi, voy pregonando por el bulevar de Atenas, subiendo, subiendo. Tengo apuntado en un cuaderno las palabras arábigas que utiliza el Caballero: almeja, alforja, alcachofa, almohada, alcancía, alhelí, alquimia, alverja, alféizar, alcantarilla, alguacil, ajonjolí, alfajor, alcalde, alhaja, arrecife, aceituna. Y también: berenjena, bazar, berraco, marrano, nuca, jirafa, jefe, sortija, turco, tarifa, jarra. Yo le aumentaría: cero, álgebra, logaritmo, cénit... ¿Cero? ¿Será que inventaron el cero los dotores arábigos? Si tal es el caso, de verdad son los reyes del cielo. Por la rechucha, creo que sí. Creo que los dotores arábigos introducen la noción más importante de las matemáticas —sin hablar de los números que conocemos —, esto es... ¡La invención del cero! ¡Del infinito, ni más ni menos, miéchica que sí! ¡Y el álgebra! ¡Esa combinación de letras y números! ¡Saludos, dotor Baldor!
—¡Revolución calienteee! ¡Pa’ remover la menteee!

En la esquina del mismo bulevar de Atenas con el bulevar de la Liberación, por fin, acércanse dos chicas moras mamacitas y solicitan sus vasitos de revolución caliente.

—Al toque, medmuasels, digo.

Y al toque saco los basurtos, enciendo el calentador a full, preparo los polvitos de canela y de jengibre, meto el cucharón y remuevo.

—Esta bebida es uno de los últimos milagros de Mahoma —digo inspirado, haciendo la promoción del produto—, bueno es también para tuertas y corcovadas, y bueno para bellezas como vosotras, que sois más derechas que un huso de Guadarrama.

—Ay, Momó, muchas gracias. Que vos sois un piropero...

En eso llega todo agitado el Abdel, diciendo que caigo a pelo, que los Sidis llegan tipo seis y necesitan que les carguemos las maletas.

—Ya está llegando el Raschid —dice, —que fue el enterado.

—El Raschid no tiene ninguna vela en este entierro —digo algo envidioso; —además, hace rato no se deja ver. Supe la semana pasada que andaba, dizque de salchipapero, en la Playa los Godes.

—Que me acaba de llamar, te digo, joder. Está en la Playa del Profeta y se viene volando.

—Nadie me informó que llegaban los Sidis —digo resentido, —¿Y quieren además que Momó vaya a cargarles las maletas? ¿Y mi carrito? ¿Dónde lo dejo? Donde quiera que lo deje, me lo chorean. Que no jodan. Vayan ustedes si quieren.

Y en eso que vamos caminando de nuevo por el bulevar Garibaldi, vemos aparecer al Raschid como una exhalación, exhalado por la boca del Metro Noelia.

—¿Y qué? ¿Adónde creéis que vais, dúo de pendexos? Estamos sobre la hora —dice mirando un relojazo nuevo. —Son veinte para las seis. Los Sidis llegan en el tren de las 18h07, de Lutecia, procedentes de Bagdad, vía Constantinopla. Pilas, pilas, pónganse pilas.

—Yo no voy. Vayan ustedes — digo refunfuñando, —que a mí nadie me informó.

Y en hablando y hablando, ellos tratando de convencerme, nos metemos por la calle de la Academia, rumbo al Mercado de los Capuchinos.

—No te hagas de rogar, Momó, carajo.

—Que no voy, carajo.

—Vienen los cuatro —dice Raschid pelando los dientes, —los cuatro jugadorazos, ya me estoy encargando de todo.

—¡Revolución calienteee! ¡Revolución calienteee!

—Ya para de joder, Momó, medio que se molesta el Abdel.

—El negocio está flojo, muchachos. ¿Los cuatro? ¿Cuáles cuatro? No me digas que también viene...
—Sidi Mijail ya está en Marsella. Llegó esta mañana de Madrid, en vuelo directo. Habrá que ir a buscarlo al hotel Bellavista del Viejo Puerto. Pilas, pilas, pónganse pilas, coño.

Al final, me convencen. Dejamos encargado mi carrito en casa de un pata peluquero —calle del Museo— y nos zambullimos al Metro. En pocos minutos ya estamos en la estación San Carlos Borromeo, Borromeo, ¿por qué no Borromeo y Chuleta?... medio nerviosos, yo al menos, esperando a los Tres Sidis de Oriente: Sidi Omar K., Sidi Abu N. y Sidi Bokhari, que se decidió al último minuto. El Raschid saca la pancarta con sus nombres, por ahí vienen los tres, muy frescos, como flotando en sus chilabas. Sidi Omar K. estrena un chalequito de Aladino —encima de la chilaba— y un turbante blanco parecido al de Blakamán; Sidi Bokhari, el renombrado compilador de haddiths y autor del Arte de amar arábigo, tiene un tremendo globo de tela terminado en punta, como esos que usaba Solimán el Magnífico; Sidi Abu N., los rulos al viento; y esta tarde un mistral que para qué te cuento, maestro. Los tres con babuchas de pana roja como las rosas. Y el sol, maestro. Y la luz mediterránea. Y el cielo tan color cielo del Mediterráneo, hoy, cuando llegan los Sidis a Santa Marsella de los Moravecos. Y el mundo gira y gira, yira y yira, maestro. Que siga girando, que siga yirando pues, como un trompo-platillo, como un derviche volador, como una bailarina de flamenco en éxtasis. Sidi Bokhari quiere saber qué sultán tiene el mejor harim del puerto, Sidi Abu desea relajarse en el mejor hamam, Sidi Omar K. pregunta por la mejor taberna, por supuesto.

—Las maletas, cuidado con las maletas ¿quién se ocupa?

—Cada quien lleva una maleta —digo, —pero deberíamos ir en taxi al hotel.

—¿Queda muy lejos el hotel? —pregunta Sidi Omar K. —Si no es el caso, vayamos caminando. Para conocer la ciudad, digo.

—¿También sois poetas, chicos? —quiere saber Sidi Abu N.

—No, maestro. Somos comerciantes —dice astutamente el Raschid; —el único medio poeta es el Momó. Pero no perdamos más tiempo. El simposio tendrá lugar a partir de las siete en los jardines del Palacio de los Toros Inmensos. Vayamos al hotel para dejar las maletas, primero.

Caballeros, tenemos que jalar las maletas, medio riéndonos, detrás vienen los Sidis contemplando las maravillas del puerto, de nuevo por el bulevar de Atenas, de nuevo por la Canabirra —el equivalente de los Campos Elíseos de Lutecia—hasta el Viejo Puerto, que Sidi Mijail contempla desde la terraza del hotel Bellavista.

—Sidi Mijail, made in Hispania —lo presento.

—Bueno, maestros, disculpen que los apuremos pero la reunión es a las siete y media. Y vayan en taxi, por favor. Allá nos vemos.

Y desaparecemos.

—Tú, cuidado con los tragos, me recuerda el Abdel.

—Sí, mucho cuidado, que este pata se raya.

—No jodan —digo, —vayamos a buscar a las chicas, más bien. ¿Quiénes vienen?

— ¡Uf! ¡Esto se pone bueno! No sé quiénes vendrán, pero yo a todas las invité. A la Sandra Mora, a la Zora, a la Aisha, a la Leila, a la Miryam, a la Rachida y para qué te cuento... —se panea el negro Abdel.

¡Y después! ¡Aya yaya yay! ¡Aya yaicito! ¡Mejor no lo cuento! Dicen que me rayé en el Palacio de los Toros Inmensos. Dicen que dije huevada y media. Dicen que bailé solito y solo. Dicen que metí mano a diestra y siniestra. Dicen que recité poemas. Dicen que al final me fui con la Zora, que es medio mueca y corcovada. Dicen, dicen, dicen... Digan lo que digan... De pronto son ellos los que dicen huevadas. Yo recuerdo muy bien ciertas cosas, otras menos, otras todavía menos, hasta que se me borra la película. Lo que bien cierto es, es que me fui con la Zora, sí señor, y qué. Tan cierto es que en su apartacho amanecí, donde estoy escribiendo esto, maestro. El hueveras que no me crea, puede verificarlo si viene a Santa Marsella de los Moravecos. La Zora vive en la avenida de la Rosa, no creo que sea coincidencia. Saco el pescuezo por la ventana mientras la Zora prepara el café.

—Y esa... ¿Qué iglesia es, Zora?

—La iglesia de Santa Rosa de Lima, Momó... Acuérdate que nos bajamos en el Metro la Rosa. Y vete más p’allá. No me gusta que fumes tan temprano. Y vete a lavar las muelas, que tienes un turrón del carajo.

—¿Santa Rosa de Lima? ¿Estás segura de lo que dices, Zora?

—¡Shhh! Habla más bajito... Que vas a despertar a la niña...

—Me suena Santa Rosa, que me suena, digo, miéchica que sí, así como me suena Covadonga, Covadonga, dónde queréis que te lo ponga.

—Ya no empieces de nuevo con tus babosadas, Momó ¡Shhh! ¡Shhh!

¡Pero anoche! De todas maneras, borracho no vale. Tan arrecho estaba anoche, maestro, que me fui con Zora y casi me voy de viola. Se hizo la difícil, maestro, te lo juro, y no me lo dio; su boca melosa, su mano, eso sí. Viola, violeta, violín, violonchelo; al final, sólo besos, una pajita nomás; y cero viola. Esto lo digo yo por ser cierto. ¡Pero anoche! De todas maneras, ya la Tierra dio otra vuelta. Lo que sí recuerdo clarito es un diálogo de los Sidis en los hermosos jardines del Palacio de los Toros Inmensos. Están junto a la Fuente de las Gracias o Musas.

—El vino, el viento, la vida... ¡Ah!, suspira Sidi Abu N.

—Abu, deja tranquilo al muchacho —dice sonriendo Sidi Omar K. —Y usted... ¿Qué ondas? ¿Le sirvo otro cáliz de néctar, Sidi Mijail?

—Hostia, pues claro. Bienvenido sea el trago, ea.

El trío ataca la segunda jarra, matizada con pastelitos tunecinos para la camita, aunque comen también maní, aceitunas verdes, finas rodajas de salchichón, y Sidi Bokhari ha desaparecido por el momento, debe estar achicando la bomba. Un gorrioncillo pecho amarillo se posa en una especie de alféizar.

—Alí B. está en Canadá —dice Sidi Mijail pensativo. —¡Un brindis en su nombre, ea!

Y hacen chocar los cálices-vasos.

—Antes de que nos emborrache la copa de la muerte, libemos por el vacío y por el tiempo presente, maestros, dice Sidi Omar K. con ropa de Aladino, desperezándose.

—Optemos por el éxtasis extático —dice Sidi Abu N. que tira su inglés, por eso agrega: —Don’t move. Let the mistral speak.

—Aunque seas un potentado chino, bebe siempre. Salud —dice Omar K. mientras la Leila le masajea los pies.

—El goce del corazón está en una copa de vino, que hubiera dicho el chino Aladino —dice Sidi Abu N.

Algo turulato por el mano a mano, Sidi Mijal no dice ni miéchica. Habla por fin. Mejor dicho pregunta.

—¿Habláis del Dionisos ese?

—El Dionisos de la gran época también es arabesco. Arabesco y greco, dice Sidi Abu N., el de los rulos al viento, soltando por fin al muchacho.

—Oye, Ricitos de cobre ¡Sois el mayor pendexo de estos contornos! ¡Qué gusto de hablar con vosotros, caraxo! Ya estaba un poco jarto de tanta máquina de necedades. ¡Y salud por Aldonza! —exclama de improviso Sidi Mijail.

—¡Ea! ¡Ea! ¡Ea! ¡Arre burro!

Dicen, dicen, dicen... ¿Dicen qué? ¿Qué dicen, Zora? A ver, dime tú.

—Que la cagaste, Momó. Que no dejaste hablar a Sidi Bokhari.

—Ah oui? ¿Eso dicen?

Eso dicen, maestro. Dicen que la cagué. Dicen que canté:

Brujería sí
Sortilegio no
Etcétera.

Dicen que también canté:

Rosa, rosa
Tan maravillosa
Etcétera.

Dicen que tiré flores cualquier cantidad a Mahoma y al arcángel Gabriel. Dicen que le dije a Sidi Mijail eso, que la Obra fue posible gracias a Mahoma y el ángel. Dicen que le pregunté a Sidi Abu N. si es cierto que los divinos Abbasidas pertenecen al linaje de Mahoma, y dicen que Sidi Abu N. dijo que sí. Dicen que hablé del Río Grande legendario, llamándolo con su verdadero nombre, que es Al-Wadil-Kabir, también conocido como el Guadalquivir. Dicen que hablé de las Cruzadas y de cómo me crucé, miéchica. Dicen que le reventé cuetes cualquier cantidad a Ziryaco el Sabroso, inventor de la guitarra. Dicen que le di mil maravedíes al pata que tocó Recuerdos de la Alhambra. Dicen que también tiré flores y reventé cuetes a los turcos y a la fumada turca. Dicen que conté la historia del chino Aladino y la lámpara maravillosa y de la princesa Brudubulbura, hija del sultán de la China. Dicen que grité

¡Alf layla wa layla!
¡Ay Leyla! ¡Ay mi Leyla!
Etcétera.

Y que casi llaman a los tombos porque se armó un chongo. Dicen que tiré pana diciendo que fui a la gran biblioteca de Santa Marsella de los Moravecos, primera ciudad arabesca de las Galias por donde pasa el Lutecia-Dakar, que se llama el Alcázar, carajo, no es para menos. Y dicen que dije que fui al Alcázar para tocar con mis manitos los originales de ciertas obras del dotor Averroes y del propio dotor Aristótilis. Dicen también que hablé de una tal Amalia o Natalia Rebozo, made in Cali. ¿Amalia Rebozo? ¿Amalia o Natalia? Ah oui? Pues ven Amalia que te gozo. Dicen que le pregunté a Sidi Mijail si lo que quería decir con su pendejada al duque de Lemos era si creía que en el futuro el español sería una lengua tan hablada como el hindi o el chinesco, y como el man dijo que sí, dicen que canté

Ahí van
Ahí van
La India, la China y la Santa María
Etcétera.

Dicen que hablé de unos moluscos deliciosos, familia de los choros y de las conchas de abanico (conchas de Santiago), llamados machas, made in Arequipa Manta, Reino de Virú. Dicen que de todo hablé en mi bamboleo huasca moraveco. Dicen que aposté plata diciendo que mujer es palabra venida directamente del moraveco, y que naranja también, y etcétera, y que el primer nombre de Andalucía es Vandalusía, por eso de los vándalos, de modo que propuse corregir Al-Andalus por Val-Andalus o Vandalus, o mejor dicho Vandalucía, para no complicarse la vida. Dicen que grité:

¡Qué fea nota! ¡Qué fea nota!

Porque me datearon que en la Edad de oro también le dieron vuelta a cualquier cantidad de poetas, al místico sufí Al-Hallaj, por ejemplo. Dicen, dicen, dicen... ¿Qué más dicen? Dicen que propuse fuéramos al hamán de la Canabirra, luego a echarnos un super cuzcuz en la calle Lepanto, después a visitar el harén de Sidi Brahim, que es el mejor de toda Santa Marsella de los Moravecos. Dicen que hablé del Viejo de la Montaña, de un estupendo emoliente combinado con revolución caliente con su respectivo moco de King Kong, y que también hablé de ese man que anda jodiéndole los planes a Superman. Por eso se armó el chongo; pero alguien dijo

—Si lo ven, le dan.

Y nos cagamos de risa. Dicen que dije que la Dulcinea es una chica del pueblo y la Rosa de los Pueblos, de los Pueblos Eternos. ¿La Rosa? ¿Otra vez, Andrés? ¿La Rosa? Adelante, Rosa, cama con muchacha adentro. ¿Cuál es el nombre de la rosa? La papa. Dicen que, en efeto, cuando el difunto papa Johannes Paulus Dos fue por ayatolah, por el Reino, alguien gritó:

—¡Viva la papa! ¡Viva la papa!

Y dicen que grité en el Palacio de los Toros Inmensos.

—¡Genio de los Pueblos! Eso dicen, Zora. Eso es Dulcinea, Zora, perdón, Aldonza. ¿Donzinea?

—No, Momó. Dulcinea. Dul-ci-ne-a.

Y dicen que pregunté:

—¿Es limpia o cochina?

—Un poquito cochinita.

—¿Cacha?

—Pues claro, Momó.

—Ah oui? ¡Qué felicidad! ¡Donzinea lo menea!

Y dicen que discutí con Sidi Bokhari del Ariosto y de León el Hebreo, y dicen que Sidi Bokhari dijo que el punto-dios del cerebelo sólo goza como marrano estrenando lazo, como perro en taxi, como mono con pistola. Y dicen que dije que el punto G de las hembritas está conectado con este curioso puntito de sus santos cerebelos, y que los patas igualito cuando se la dan, y todo vía riñones y médula. Te lo juro, Zora, eso dicen que dije y de eso sí me acuerdo. Pero lo peor de todo, según parece, fue que dije sí, c’est moi, c’est Gabriel et alors? En consecuencia —dicen que dije— yo, Grabiel, les digo que

commo dize Aristótilis, cosa es verdadera:
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenecia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera

y también les digo que Dios (Allah de la gran época) me dijo que decidió inspirar a ese hombre, a ese muchacho manco, amoroso, amado y amante de ciertas creaturas, y de ellas en Él, y de ellas en ellas, de inspirarle el Mensaje de amor germinativo y genésico, original y seminal, para que Sidi Mijail lo transforme en risa, y dicen que dije que el Quijote es un cague de risa perpetuo, eterno en el sentido de fuera del tiempo, de modo que su reino no es de este mundo, un point c’est tout. Dicen, qué horror, Zora, tú sabes que no soy así, dicen que tiré pana dándomelas de sabelotodo y los Sidis se cagaron de risa cuando les hablé de mi método de hermenéutica imaginativa, o mejor dicho ivaginativa, miéchica, eso no me acuerdo. Y dicen que dije que dos de los más importantes aportes culturales a la humanidad son un libro porno-arábigo, Alf Layla wa layla (¡Ay, Leila! ¡Ay mi Leila!), y un libro cómico hispánico, Don Quixote de la Chucha o Macha (Don Qvixote de la Xuxa), antes de hablar de Mandrake y Blakamán y de nuevo ponerme a gritar

¡Revolución caliente! ¡Revolución calienteee!
Pa’ remover la menteee!

Y dicen que dije que don Quichote de la Chucha o Macha, opus también conocido como don Qvixote de la Rosa, con algunos aderezos porno eróticos, entra perfectamente a tallar en los cuentos mil y una nochescos. Eso sí, los dos manes, el Gordo y el Flaco, tienen que cambiarse de ropa y cambiar de cabalgadura, nada más. Ponerse babuchas, chilabas, turbantes, tripular mellocas y toda la huevonáa. De modo que Momó propone una Dulcinea moderna porno star. ¿Rol principal? ¡La Princesa de Princesas! ¡La divina princesa made in Santa Marsella de los Moravecos! ¡Clara Morgane! (click). Pero como esta hembrita ya se retiró del negocio, proponemos a la divina Oksana d’Harcourt (click). O una dulcinea china. En tal caso, ni vuelta que darle: la propia es la divina Katsumi (click), made in Lutecia. Podemos igualmente proponer a una nueva, fulgurante porno star made in Hispania. Así completamos un trío tórrido con Dulcinea, Galatea y Melibea. Para empezar, las tres mamis se calatean. Calixto calienta cuerpo detrás de las bambalinas, le preparan la herramienta. ¿Listo, Calixto? Listo, maestro. ¡Luces! ¡Cámara! ¡Acción! ¡Oiga! ¡Mire! ¡Vea! ¡Rhabdomis Rosa Mysticalis! ¿Rayovac? Por supuesto, maestro. Y no me compadezco. Damos aquí jaque mate a tu Otro Cantar, querido Loco Quesada, ¡Eureka! ¡Eureka! ¡Ea! ¡Ea! ¡Ea!

Aix-en-Provence, 6  de abril del año 2008

* * *


Bibliografía principal

Le Coran, éd. Payot & Rivages, 2001

La Bible de Jérusalem, éd. du Cerf, 1998

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, edición de Luis Andrés Murillo, editorial Castalia, 1978

La Divine Comédie, éd. Bilingue GF-Flammarion, 1985


Notas

1Ecbatana es una antigua ciudad del Asia Menor, célebre por su lujo.

2 Epitalamio: Poema compuesto para un matrimonio, en honor de los recién casados. Cuarto nupcial.

3  El escritor, antropólogo y especialista del islam Malek Chebel.

4 Al-Bukhari (810-870), escritor y compilador de hadiths, palabras o actos atribuidos al Profeta.

5 Nombre y atributo N° 61 de Allah, Al Muhyi es Aquel que da vida al líquido seminal sin vida y que hace de éste un ser dotado de alma. También es Aquel que da vida a los cuerpos descompuestos devolviéndole sus almas, el día de la resurrección.

6 Don Quichotte, la réaffirmation messianique du Coran, de Al Mahdi, éd. Dominique Aubier.

7 The Devil: Perceptions of evil from antiquity to primitive christianity, Cornell, 1977; Lucifer: The Devil in the Middle Ages, Cornell, 1984; Mephistopheles: The Devil in the modern world, Cornell, 1986; The prince of darkness, Cornell, 1988; Satan: The early christian tradition, Cornell, 1981.

8 Traité de l’amour, Ibn Arabi, éd. Albin Michel, 1986.

9 Œuvres complètes, Thérèse de Lisieux, éd. Du Cerf, 1996.

10 El traductor nos informa que estos versículos se aplican a los demonios que tratan de escuchar los secretos del Paraíso.

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© 2008, Miguel Rodríguez Liñán
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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Rodriguez, Miguel: «El otro cantar» , en Ciberayllu [en línea]

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