Ensayos

Ciberayllu
20 mayo, 2008

Blanca Varela, fundadora de una utopía poética que ignora, asume y trasciende el género*

Roland Forgues

 

En distintas oportunidades, especialmente en mi libro Plumas de Afrodita publicado en el 2004 en Lima1, he sostenido que las verdaderas fundadoras de la poesía moderna del Perú escrita por mujeres eran Magda Portal, la luchadora social y feminista convencida celebrada por José Carlos Mariátegui en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928) y Blanca Varela que se ha impuesto desde hace mucho tiempo ya como una de las más notables exponentes de la poesía continental con una expresión lírica intensamente humana, un lenguaje depurado y contundente, y una plasticidad de las imágenes que remite a  las mejores técnicas pictóricas2. Una creadora que ha logrado fundir las tres máximas voces fundadoras de la poesía moderna del Perú escrita por varones. Me refiero a José María Eguren, César Vallejo y Martín Adán. 

La trayectoria poética de Blanca Varela es un caso único en el Perú y América Latina: la de una poeta cuya escritura se inscribe en el marco de un proceso dialéctico de superación permanente de las contradicciones individuales y colectivas. Esas mismas que afectan al ser humano en su doble condición de ser sexual y socialmente determinado en el seno de un grupo culturalmente organizado alrededor de un sistema de valores propio, sometido a una serie de tabúes y reglas éticas, obligaciones y prohibiciones que rigen las relaciones intersubjetivas.

En 1986, Blanca Varela me confiaba: «A partir del momento en que la mujer se pone a hacer algo fuera de lo que la sociedad creada le exige como mujer: ser esposa y madre, ya empieza a ser independiente. En ese sentido yo siempre me he sentido una mujer muy liberada. Si he aceptado aparentemente una vida burguesa, es simplemente porque era el sitio donde me había tocado vivir y en el que yo podía mirar las cosas; pero siempre las he criticado, siempre las he objetado y esto desde un principio, desde mis primeros poemas. Primero hay exploración de mi propio ser. [...] Después salvo el mundo, de alguna manera; salvo a los otros». 3

Y la poeta peruana agregaba: «Y ¿sabes cuándo mejor me comunico? Cuando tengo hijos. En el momento en que tuve hijos, supe que ya no estaba sola y que ya no podía confinarme dentro de mí misma. Ya había salido de mi mundo interior. Te diré que hasta aquel momento me sentí un poco angélica, me desesperaba de la realidad y de los otros[...]. La maternidad me hace aceptar mi feminismo, me hace aceptar que soy una mujer. Antes no lo había aceptado; yo quería ser una persona absolutamente asexuada. Con mi responsabilidad de madre nace otra persona».4

Tenemos resumida en estas palabras buena parte de la trayectoria vital y poética de Blanca Varela y de su búsqueda identitaria. Bajo la influencia estética de Octavio Paz, en los inicios de su  carrera literaria, Blanca Varela, en efecto, se expresa en un yo poético masculino o indiferenciado, como sucede en varios poemas de Ese puerto existe (1949-1959), su primer libro. Esa tentativa de hacer una poesía «asexuada», según su propia expresión, revela meridianamente una voluntad, consciente o no, de competir con el varón en el campo estético mucho más que en el de las reivindicaciones de género, aunque éstas afloren tempranamente en su obra detrás del inconformismo de sus versos.

Desde este punto de vista no puedo sino suscribir la interesante interpretación que hace Luce Irigaray del  fenómeno de identificación de la mujer con lo masculino, como sucede en los primeros textos de Blanca Varela. La psicoanalista y feminista francesa afirma entre otras cosas: «Toda teoría del ‘sujeto’ siempre habrá sido apropiada en ‘masculino’. Al sujetarse a ella, la mujer renuncia a pesar suyo a la especificidad de su relación a lo imaginario. Reubicándose en la situación de ser objetivada —en tanto ‘femenino’— por el discurso. Reobjetivándose ella misma en ese discurso cuando pretende identificarse ‘como’ un sujeto masculino. ¿Un ‘sujeto’ que se buscaría como ‘objeto’ (materno-femenino) perdido?» 5.

Progresivamente, en los libros siguientes: Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1971), Canto villano (1978), Otros poemas (1983), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1994), y Concierto animal (1999), hasta el último El falso teclado (2001)6 Blanca Varela irá abandonando esta postura desidentificadora y estetizante para asumir una creación que parte de su condición de mujer. De esta manera logra expresar en forma directa, sincera y conflictiva a la vez, «la especificidad de su relación a lo imaginario», para decirlo precisamente con palabras de Luce Irigaray.

«Antes usaba algunas máscaras —dice Blanca Varela en una entrevista concedida a Patrick Rosas en 1999—. Pero en mis últimos poemas creo que ya no lo hago. Se han unido el yo poético y el yo personal. Soy la misma persona. Me he aceptado»7.

El yo poético será entonces un yo clara y definidamente femenino. A través de él la poeta irá abordando algunas experiencias propias de la mujer como la maternidad, el parto, y la relación madre-hijos, por ejemplo. A partir de ese momento Blanca Varela nos ofrece en correspondencia con esos temas recurrentes una reflexión en profundidad sobre el cuerpo abordado en una triple dimensión: material, espiritual, y sagrada.

En su materialidad, el cuerpo es la marca de la temporalidad. En su espiritualidad es conciencia de la existencia. En su dimensión sagrada es Poesía, o sea fusión de lo material y de lo espiritual en la trascendencia. Así, en «Dama de blanco» de Falso teclado,  bien dice Blanca Varela:

El poema es mi cuerpo

Esto la poesía

La carne fatigada el sueño

El sol atravesando desiertos.

En la última etapa de su madurez poética, lo más sobresaliente de la obra  de Blanca Varela es que trasciende el género para abordar el tema de lo humano en su doble dimensión material y espiritual, de reunión de lo masculino y de lo femenino como constituyentes de una totalidad única e indivisible, la conciliación identitaria del cuerpo físico y de su aprehensión espiritual. Es efectivamente la aceptación de la dualidad del ser humano: «Extrañeza de la propia mano, la que toco. La  ajena mía. Eso existe. Zona inexplorada de la carne íntima. Otra tierra en la tierra», como escribe en El libro de barro, luego de señalar: «Todo nos une y nos separa».

La relación madre-hijos, por ejemplo, que constituye una de las claves de la manera como se expresa poéticamente la especificidad de la relación de la poeta a su imaginario, parte de una reflexión propia, individual sobre el cuerpo de la madre que nutre y cobija a los hijos y que, en la línea de Vallejo, la poeta expresa en términos imprecatorios contra la creación divina en varios poemas de Valses y otras falsas confesiones y de Ejercicios materiales.

En «Vals del ángelus», por ejemplo que pertenece al primer libro, exclama Blanca Varela:

Ve lo que has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala, junto a las letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo.

 

Ve lo que has hecho de mí, la madre que devora a sus crías, la que traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los días del año. [...]

 

Ve lo que has hecho de mí.

 

Aquí estoy por tu mano en esta ineludible cámara de tortura, guiándome con sangre y con gemidos, ciega por obra y gracia de tu divina baba. 

 

Mira mi piel de santa envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi vientre que sólo conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre que hace silbar al prisionero, al feto, a la mentira.

 

Escucha las trompetas de tu reino. Noé naufraga cada mañana, todo mar es terrible, todo sol es de hielo, todo cielo es de piedra. 

 

¿Qué más quieres de mí?

Con la imagen del espejo que cierra el poema, Blanca Varela  reúne lo humano y lo divino, lo terrenal y lo trascendental: «Tu imagen en el espejo de la feria me habla de una terrible semejanza». Como en «Los dados eternos» (Los heraldos negros) de César Vallejo, la desdivinización de Dios se traduce por la inversión del postulado cristiano. No es el hombre (o la mujer en el caso de Blanca Varela) quien está hecho a imagen y semejanza de Dios, sino dios profanizado con el empleo de la minúscula como sucede siempre en Varela quien está hecho a imagen y semejanza del hombre8. Así lo confirma explícitamente la poeta en  El libro de barro  escribiendo:

Entre otras cosas dios está allí, sentado a la diestra de sí mismo. Confundida en el trébol su mano me salva de las llamas.

 

Dios está allí porque lo creo a imagen y semejanza mía. Pobre mujer de cabellos tristes que se quita la maldad a puñados y se lava mil veces y es ella misma la mancha indeleble en la hoja del cuchillo.

«Vals del ángelus» es probablemente uno de los poemas más logrados,  más bellos y contestatarios de toda la poesía vareliana; el que mejor expresa la utopía individual y colectiva, social y genérica de Blanca Varela; el que mejor funde lo sagrado y lo profano, el grito y la plegaria, ritmo y lenguaje. Las palabras «putas» de Octavio Paz, dinamitadas y recompuestas, desconstruidas y reconstruidas, «chillan»9 y terminan «deponiendo las armas» hasta ser el poema «una sola palabra entretejida, un resplandor implacable que avanza»10 como el río de Octavio Paz.

En «Casa de cuervos» de Ejercicios materiales, Blanca Varela se interroga sobre la extraña dialéctica del placer/dolor, acercamiento/alejamiento, presencia/ausencia, amor/odio que determina la relación madre-hijos en el marco de la reversibilidad entre lo propio y lo ajeno que surge de la experiencia procreadora:

y tú mirándome

como si no me conocieras

marchándote

como se va la luz del mundo

sin promesas

y otra vez este prado

este prado de negro fuego abandonado

otra vez esta casa vacía

que es mi cuerpo

adonde no has de volver.

Esa relación carnal y vital a la vez en que se juntan lo material (el cuerpo, como elemento nutricio encarnado por el «prado») y lo espiritual (la conciencia del cuerpo con la presencia del absurdo metaforizada en la «casa vacía»), lo sagrado y lo profano, se verá ensanchada en el último poema del libro titulado «Crónica» a los niños del mundo con la evocación de lo sagrado —desacralizado por el empleo de las minúsculas en la escritura de los nombres propios—:  «adán y eva. noé. abraham, david y jesucristo. / rancias criaturas del museo del ánima» y con la presencia de lo profano: los monstruos del hambre, la violencia y la guerra. Dicha relación tiende por lo tanto a convertirse en relación emblemática individuo-cosmos.

Recordemos que el poema empieza y finaliza con la misma imagen y expresión de la madre universal ambivalente, nutricia y castigadora, que en su delirio, retomando la frase del cronista Guamán Poma de Ayala sobre la catequización de los indios en el momento de la colonización, amenaza con matar a sus propios hijos: «a palos los mataré niños míos»11. Esa madre universal que su compatriota Vallejo celebrara tan bellamente en los trágicos y esperanzados versos de España aparta de mí este cáliz. En el poema que cierra el libro exclama Vallejo:

¡Niños del mundo, está

la madre España con su vientre a cuestas;

está nuestra maestra con sus férulas,

está madre y maestra,

cruz y madera, porque os dio la altura,

vértigo y división y suma, niños;

está con ella, padres procesales!

[…]

…si la  madre

España cae —digo, es un decir—

salid, niños del mundo: id a buscarla!… 12

En la poesía de Blanca Varela,  se da, a partir de una perspectiva propia de mujer, como en la poesía de su compatriota Vallejo a partir de su perspectiva de varón,  una reflexión sobre la existencia y el absurdo. Ésta se traduce por un cuestionamiento de la visión judeocristiana del mundo y del ser humano, y desemboca en la reunión de la mujer y del  hombre  en el seno de la especie.

Blanca Varela cuestiona el marianismo y revalora los sentimientos de la mujer negados por el judeocristianismo que tan sólo le asigna a la mujer el rol de esposa sumisa y madre dolorosa.  «A mí lo que me desespera es el dolor por el dolor», me confiaba significativamente la poeta en 1986, antes de añadir: «Hay que transformar el dolor, como en el caso del parto por ejemplo, en algo positivo. Siempre he pensado que estoy dispuesta a pagar mi cuota de sacrificio siempre y cuando eso no se pierda».13  En el fondo, lo que procura hacer Blanca Varela es darle a la maternidad esa «dimensión espiritual» de que carece y a la cual se refiere Luce Irigaray en tanto que forma de «guardar y cultivar una identidad femenina».14

Así, con El libro de barro aparece la serenidad de una mujer que —igual que Vallejo— logra asumirse como totalidad en el marco de una palabra que reúne ética y creación  y hace del Arte, en la línea de Malraux,  una forma de antidestino, una forma de recuperar la belleza y la vida, más allá de la decrepitud y la muerte:

Llevar la decrepitud como una flor. O como una corona. Es envidiable el otoño, la segura y hermosa dignidad con que se acuestan las hojas de los árboles sobre la tierra.

 

Es envidiable el invierno de esas latitudes donde la nieve y el silencio se parecen a la sabiduría que nos seduce por su ausencia de sombra.

No en balde, en la mencionada entrevista de 1986, ya me declaraba Blanca Varela  que escribir poesía, era para ella  «una manera de vivir». 15 Y esa manera de vivir se prolonga naturalmente en la poesía al convertirse el cuerpo,  como sucede en el último libro El falso teclado,  en poema, es decir al hacer que la propia vida encarnada por el cuerpo permanezca viva en el poema y alcance así la trascendencia del mito y de lo sagrado.

En El libro de barro, retomando la esplendorosa imagen del arco y la flecha de Octavio Paz, Blanca Varela fusiona en el espacio sagrado de la poesía y en la más pura tradición de su amigo mexicano, en sinestésica unión, cuerpo y alma,  música, colores, ritmo y movimiento : «Ahora el cuerpo es un arco y la flecha el aliento que aspira su forma. El corazón del eclipse, el viaje y el negro esplendor de la música carnal allí adentro, en el hueso del alma».

En el poema siguiente pregunta: «¿Qué dice ese cuerpo inmóvil en su movimiento?  Está solo. / Digo isla y pienso en mar. Digo mar y pienso en isla. ¿Son lo mismo? / Se suceden vacío continuo y plenitud sin nombre». ¿Qué mejores y más sugerentes  imágenes se pueden encontrar para expresar la desaparición de las fronteras y de los límites que se da en la conciliación de los contrarios? ¿Para expresar la permanencia y trascendencia del hombre, la infinitud del espacio y del tiempo en el espacio de lo sagrado?

Este peculiar y ambivalente acercamiento al cuerpo donde se funden en un ritmo dinámico y vital de tensión y relajamiento, lo interior y lo exterior, lo carnal y lo espiritual, lo físico y lo sensual, no tiene par en la poesía peruana escrita por mujeres. Se va perfilando cada vez más netamente a lo largo de una producción poética donde la experiencia individual se ve desconstruida y reconstruida por el proceso de «separación y regreso» de las palabras, como lo llama Octavio Paz16, para revelar el misterio de la condición humana de la mujer y convertirlo mediante la Poesía en condición divina de la especie.

De algún modo, la tentativa de Varela, como la de Vallejo desde una formulación distinta, es instalar, frente a la imperfección del mundo como creación divina, la perfección del ser humano como creación propia de sí mismo.17

La recurrencia de lo animal participa ciertamente de dicha utopía como interrogación de la creadora frente a la supervivencia de la barbarie primitiva, a las manifestaciones de la violencia arcaica, como tentativa de distinguir lo humano de lo animal, y la necesidad absoluta para el ser humano de alcanzar una dimensión que supere definitivamente todas las remanencias violentistas de su animalidad latente y acceda a lo sagrado. Bien lo subraya este poema de Concierto animal:

del abismo que arroja al aire

esta última flor

trepo como la araña que soy

frágil y rencorosa

deseando tocar alguna luz

que endurezca mi corazón

El poema que cierra el libro constituye una verdadera arte poética de la utopía vareliana. La metaforización del lenguaje en asociaciones impertinentes, para decirlo con palabras del lingüista Jean Cohen18, entre lo animal y lo humano,  la reversibilidad de lo animal y de lo humano que estructura los versos, convierten definitivamente el espacio del poema en espacio de lo sagrado:

el animal que se revuelca en barro

está cantando

amor gruñe en su pecho

y en sucia luz envuelto

se va de fiesta

 

de allí que el matadero

sea el arco triunfal

de esta aventura

y en astrosa apariencia

se oculten la salud y la armonía

y la negra avellana

sepulta en el gargüero

lance rayos azules a los vientos

 

engastado en la mugre

diamante singular astro en penumbra

encuentra y pierde a dios

en su pelambre

connubio de atragantada melodía

y agonía gozosa

se necesita el don

para entrar en la charca

Así se expresa la utopía de una creación que, merced al maravilloso poder de la palabra hecha ritmo, pura cadencia musical, a su capacidad de embrujamiento convierte la ficción en realidad y la poesía en vida. Dándonos así, a nosotros lectores, la ilusión de vivir la utopía como realidad. Una ilusión que bien merecía el galardón del Premio  Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que le ha sido otorgado a la poeta peruana en justa recompensa a más de medio siglo de un quehacer poético en el que se conjugan con acierto ética y creación,  compromiso intelectual y rigor estético.

Digo «utopía»  porque, como ya lo había hecho en su título de Valses y otras falsas confesiones donde el calificativo «falsas» aplicado a las confesiones despojaba  la materia poética de su ropaje real, con el título de su último libro El falso teclado, Blanca Varela, en la línea de la teoría literaria de su amigo Mario Vargas Llosa sobre «la verdad de las mentiras» nos invita  implícitamente a no confundir el espacio poético con el espacio real, insistiendo en la ilusión que constituye toda creación. Si el «teclado», en efecto, es la metaforización de la creación poética, el calificativo «falso» la ubica claramente como utopía en el campo de lo imaginario y no de lo real. Si Blanca Varela se «reconoce» en sus poemas, si ha aprendido a «aceptarse», no por ello deja de confesar  que «si  fuera en la realidad como su poesía, estaría en el manicomio».19

Hermosa lección de lucidez y sabiduría que podemos comprobar también en «Escena final» de Ejercicios materiales:

he dejado la puerta entreabierta

soy un animal que no se resigna a morir

 

la eternidad es la oscura bisagra que cede

un pequeño ruido en la noche de la carne

soy la isla que avanza sostenida por la muerte

o una ciudad ferozmente cercada por la vida

 

o tal vez no soy nada

sólo el insomnio

y la brillante indiferencia de los astros

 

desierto destino

inexorable el sol de los vivos se levanta

reconozco esa puerta

no hay otra

 

hielo primaveral

y una espina de sangre

en el ojo de la rosa.

 

Estos versos serán mi conclusión. Pues, no encuentro mejores palabras para traducir la trascendencia de una vida hecha poesía y de una poesía hecha vida. Para subrayar la clarividencia de una creadora que con la ambivalente y recurrente imagen de la rosa: «la detestable perfección / de lo efímero» que «infesta la poesía /con su arcaico perfume», según la calificara en Valses y otras falsas confesiones; rosa humana y vegetal que reúne aquí ser humano y cosmos, expresa toda la belleza formal, la plenitud sensual, y el contenido contestatario de sus versos en que fusionan verdad y mentira, realidad y ficción, tiempo y eternidad.

* * *


Notas

* Este texto es la conferencia inaugural que abrió la jornada de estudios dedicados a Blanca Varela, ganadora del XVI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, organizada por la Universidad de Salamanca   (España) el día 6  de mayo de 2008.

1Plumas de Afrodita. Una mirada a la poeta peruana del siglo XX. Editorial San Marcos, Lima 2004.

2 Remito al respecto al  libro de Modesta Suárez: Espacio pictórico y espacio poético en la obra de Blanca Varela. Ed. Verbum, Madrid 2003.

3  «La fascinación por lo maravilloso». En: Roland Forgues, Las poetas se desnudan. Ed. El Quijote, Lima, 1991,  p.84.

4 Ibid.. p.85

5 Speculum de l’autre femme. Ed. De minuit, Paris 1974,  p.165.

6 Estos poemarios han sido reunidos en el libro: Donde todo termina  abre las alas. Poesía reunida (1949-2000) Ed. Galaxia Gutemberg / Círculo de lectores, Madrid 2001. Señalo de paso la salida reciente del libro: Blanca Varela.  Aunque cueste la noche. XVI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. (Edición e introducción de Eva Guerrero Guerrero y selección de Angel González Quesada). Ed. Universidad de Salamanca, 2007.

7 Patrick Rosas. «Hay que vivir como si fuera el día definitivo (entrevista con Blanca Varela)». Quehacer, Nº 118, Lima 1999,  p.80

8 En  la segunda estrofa escribe Vallejo:

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy  supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!.

9 «Las palabras», Puerta condenada.

10 «El río», La estación violenta.

11 Véase el origen del poema al que se refiere  la poeta en: «Blanca Varela: ‘yo no quiero ser un perro; lo fui un montón de años’. Reportaje de Charo Núñez, Jorge Fondebrider y D.G.Helder». Diario de poesía Nº 33, Buenos Aires/Rosario, otoño 1995

12 Véase el análisis detallado de este poema en mi libro La  espiga miliciana.Poesía de la guerra civil española. Ed. Horizonte, Lima 1988.

13«La fascinación por lo maravilloso», p. 83.

14 Luce Irigaray.Je. tu, nous. E. Grasset, Paris 1990, p.140.

15 «La fascinación por lo maravilloso», p.84,

16 Octavio Paz. El arco y la lira. Ed. Fondo de Cultura Económica, Méxio 1986,  p. 39.

17 Remito al respecto a mi libro. Vallejo dar forma a su destino. Ed. Minerva, Lima 1999.

18 Structure du langage poétique. Ed. Flammarion, Paris 1966

19 Blanca Varela: «yo no quiero ser un perro; lo fui un montón de años».

 

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© 2008, Roland Forgues
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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Forgues, Roland: «Blanca Varela, fundadora de una utopía poética que ignora, asume y trasciende el género» , en Ciberayllu [en línea]

762 / Actualizado: 19.05.2008