Literatura

Ciberayllu
28 abril, 2008

Primero mataron a Sol

Cuento

Antonio Bou

 

Primero mataron a Sol. Sí, la mataron. No les quedaba más remedio. La mataron con mucha rapidez, sin pensarlo mucho. Sol había rebasado los límites tolerables. En segundo lugar me mandaron a matar a mí. No me mataron todavía. Entiende que mi caso es distinto al de Sol, no rebasé límites, y aún me quedaba mucho por hacer. Mientras no me definiera claramente, detendrían la ejecución. Mientras pudieran tener esperanzas de que mi trabajo les sirviera para algo, me dejarían vivir. El caso de Sol no les dejaba lugar a dudas, después de la entrevista con Segovia tenían que eliminarla.

No la mataron de manera convencional. No la mataron en la Isla. Se iba a ver feo. La familia de Sol no era cualquier cosa, con plata se pueden revolver asuntos y armar barullos, cosas muy poco convenientes para el sistema de poder. Se la llevaron lejos, aprovechando que el padre la mandó a España. Un viaje muy lindo en el Antilles, hasta Vigo. Luego de un típico paseo turístico por toda la Península, estadía en Madrid por el resto del verano, a pensión completa en un hotelito de parientes. Simpatiquísimo viaje, digo, si no lo hubieran aprovechado para matarla.

Habían intentado matarla un año antes, en la isla, pero el plan se les desarmó. Sol se sabía defender, aún sin saber que la iban a matar, tenía agallas y dignidad. Practicaba la guitarra unas cinco horas cada tarde, por recomendación de Sabicas, a quien fue a ver en Nueva York y quedó tan admirado que la hizo discípula preferida. Esta relación le sirvió en algo para salvarse y durar otro par de años. Ahora bien, una vez conseguida la perfección, no la salvaría nadie. No iban a dejar que diera un concierto. Sabicas y luego Casals controlaban los medios.

No la mataron en España. Allá la envenenaron con un virus de artesanía, me atrevería a decir, cuando nadie sabía de virus. Un mediodía la encontré en el túnel de Estudios Generales. Me siento mal, me dijo, ¿me llevarías a casa? Se subió al MG y salimos por el lado del anfiteatro, donde nos vieron pasar un grupo de compañeros que entraban a la clase a la que no iríamos Sol ni yo. Mira, no te voy a decir que era mi novia, entonces no lo sabía, tampoco que estuviera enamorado de ella, pero íbamos felices apartándonos de la Universidad.

Sabicas se hizo famoso tocándole a Roosevelt, aunque era famoso, totalmente famoso, quise decir como se podía ser famoso después de la guerra tocándole a Roosevelt. No me gusta ese Sabicas, me atreví a decirle. Me puso cara de Libertad Lamarque, porque se parecía un poco a Libertad Lamarque. Luego vi que la brisa la despeinaba y sonreí. Me di cuenta de que estaba muy pálida. ¿Tienes fiebre? No sé. Le puse la mano en la frente. Algo de fiebre tienes. A poco llegamos frente a su casa, la abuela estaba sentada en el balcón. Se levantó preocupada la vieja.

Me fui a casa. No había nadie sino la sirvienta preparando el almuerzo, arroz blanco, habichuelas, mofongo y bistés encebollados. Almorcé solo en la cocina y me fui a echar la siesta. Nunca le caí bien a la abuela de Sol, por eso no me bajé. Llamé a preguntar cómo seguía y no me contestaron el teléfono. Fue la última vez que la vi a Sol. Quiero decir la última vez que la vi antes de que se la llevaran al Auxilio Mutuo. Un día antes de morirse me dejaron entrar al cuarto a verla unos cinco minutos. Entré solo.

Estas cosas de visitar moribundos, impresionan, parece que uno alucina, ve las cosas raras, la luz juega contigo. Recuerdo aquel cuartito como todo blanco, excesivamente blanco, de un blanco mate, y se veían partículas de polvo blanco flotando en el aire. Hacía tres semanas que no le podían quitar la fiebre. Había una ventana cubierta con visillos, frente a la ventana una mesa con un florero con lirios de cala. Olía a hospital, a farmacia. Había dicho el padre que estaban poniéndole sulfa, como a los perros, para ver si contenían la infección que crecía en los puntos de entubamiento.

Primero no quería mirarla. No se veía mal a pesar de la palidez, se veía linda. Creo que me miró y se llevó la mano al pecho, parecía que tocaba una guitarra que se imaginaba. No dije nada. Me pareció que escuchaba la guitarra, sonaba algo flamenco muy lento y triste primero, luego se iba como por bulerías. Me pareció que sonreía débilmente, le noté cierto brillo especial en los ojos entrecerrados. Hacía mucho frío en aquel cuartito, pensé que quizás convendría cubrirle las manos y el pecho. No me atreví. Entró la enfermera y la arropó. Me hizo salir.

Al otro día avisaron de la muerte de Sol. Me vestí de negro para el entierro. De color negro, quiero decir. La he recordado siempre. Luego, compañeros inoportunos me dijeron que Sol me amaba. No sé. Quizás la amé también. Recuerdo haberla sacado a bailar varias veces en bailecitos del colegio, daba la sensación de ser muy frágil, al tocarla le sentía huesitos que parecían a punto de romperse. No era esa la impresión que daba si no la tocabas, parecía una muchacha fuerte, era alta, más alta que yo. Quizás por eso siempre me gustaron más altas que yo.

Si pienso que las mujeres que se cruzaron luego en mi vida ninguna valía nada, se puede concluir que Sol fue el amor de mi vida. Por supuesto que hay muchas otras cosas que no quiero decir. Te he contado algunas porque creo que ya no tardarán mucho en matarme. Creo que cuando termine la novela completa que he estado escribiendo por todos estos años, se me acaba el tiempo, la ejecución no se hará esperar. He comenzado a pintar varias tablas difíciles, por ganar algo de tiempo, pero no ha sido buena idea. Los siento ya en la puerta.

Ahora me voy a recostar tranquilo en mi cama. Quizás me lleve un libro por si no consigo dormirme. Sería mucho mejor que me mataran dormido. No sé si se me va a dar. Ayer vino la criada y la casa está impecable. En un sobre de papel madera, sobre mi escritorio, dejo dos copias de mi novela. En el estudio están las cuatro tablas sin terminar: El Jordán, Las sabias y las necias, La adoración de los Magos y La venida del Espíritu Santo, temas apropiados. Quizás Sol me esté esperando en la otra vida y alcancemos la felicidad.

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© 2008, Antonio Bou
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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Bou, Antonio: «Primero mataron a Sol. Cuento» , en Ciberayllu [en línea]

759 / Actualizado: 28.04.2008