Literatura

Ciberayllu
16 junio, 2007

Vivir en un ropero

Carlos Meneses Cárdenas

Imagínate un burro al que meten en un ropero. Un  ropero relativamente amplio y fuerte.  Durante varios días le pasan a través de las rendijas granos de cebada, que a él no le gustan, y unas gotas de agua que lame de las paredes interiores del ropero, también algunos restos de frutas o un pedazo de carne ya en mal estado. Invariablemente todos los días y, sobre todo, a la hora de dormir hay expertos en golpear el ropero como si se tratara de un tambor gigante. Expertos en dar alaridos monstruosos que lo llenan de miedo. Expertos en causarle una gran depresión vaticinándole la proximidad de su muerte. Expertos en gritarle a toda voz y si fuese necesario con altavoces, que todo cuanto tenía muy bien proyectado y organizado jamás se podrá realizar. Expertos en deslizar papeles por debajo de la puerta con anotaciones que le hacen saber que todos los burros del mundo lo desprecian. Expertos en advertirle que  ninguna de las burras que conoce, ni las que podría conocer en caso de alcanzar la libertad, algo bastante remoto, sienten simpatía por él. Expertos en comunicarle que sería mejor que no guardara ni la más mínima esperanza en nada, pues nada de lo que deseara se cumpliría.  Expertos en asegurarle que cada día que pase le hará envejecer un equivalente de diez años. Expertos en hacerle saber que  sus padres han renegado de tener un hijo tan tonto e inútil como él. Expertos en convencerlo de que jamás fue atractivo y dueño de prestigio entre sus colegas como él siempre había creído. Expertos en recordarle a cada momento todos los actos reprobables que, según ellos, había cometido anteriormente a su encierro. Expertos en minimizar y desfigurar todas sus actitudes nobles que él recordaba con gran cariño. Expertos en anunciarle con voz tétrica que pronto moriría asfixiado porque las orejas le van a crecer tanto que no va a quedar sitio para el resto de su cuerpo dentro del ropero. Expertos en sentenciar que, según las inexorables leyes del destino, sus días de vida están contados. Expertos en martirizarlo evocando los momentos de su vida que más ansiaría volver a vivir.  Expertos en avisarle que todos sus congéneres que se hallan libres viven en la mayor felicidad. El burro dentro del ropero se encoge, chilla, quiere dar coces pero no tiene espacio para levantar las patas. Rebuzna, maldice, pide clemencia, sueña con un trago de alcohol para emborracharse y dejar de oír esas voces que tanto lo atormentan. Hace esfuerzos para poder escuchar su propia voz que, como gran defensa, está repitiendo incansablemente que no crea en nada de lo que le dicen desde el exterior. El burro se empieza a cansar, está terriblemente fatigado y angustiado. Sólo sabe que se siente muy mal, que de nada le sirven sus rabias y sus súplicas. Que debe olvidar cualquier proyecto porque nunca saldrá del ropero, que jamás podrá reunirse con otros burros. Se desespera pensando en lo que le aguarda, se comienza a sentir muerto, demasiado muerto. Entonces llora por su propia muerte. Se hunde, se sigue hundiendo  en la más horrorosa angustia  rodeado de un silencio extraño, como si las flores, los pájaros, los colores, las sonrisas hubieran  desaparecido para siempre.

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© 2007, Carlos Meneses
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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Meneses, Carlos: «Vivir en un ropero. Cuento » , en Ciberayllu [en línea]

714 / Actualizado: 16.06.2007