Literatura

Ciberayllu
27 febrero, 2007

El gayo orgullo de Federico Nietzsche

Mónica Belevan

   

El sol se ha velado tras el tul del mediodía.

Ve, desde este resplandor terreno, cómo va apagándose el horizonte.

Mas sobre todo: ve. Lanza al ojo como un dado sobre el dorso del mundo, y ve con qué abandono la piel rijosa de la tierra se eriza al contacto de tu iris.

Ve:

 

 

 

 

 

 

 

La tierra está compuesta y descompuesta en vértebras y vigas, es un ser y una ejecución, el ojo es un ejecutor.

El mundo es un insuflo de la perspectiva.

 

El ojo en tanto miembro es:

a) prensil;

b) viril;

c) atril de un pensador atrabiliario.

El ojo es sol, sesgado.

 
¿Quiere que le diga qué es soberbia, además del proverbial antivalor cristiano?

 

Soberbia es la sensibilidad aérea de un ave con la pluma en ristre.

Soberbia es la lícita excepción que es regla y déspota.

Soberbia, el área sugerida por la periferia.

Es soberbia la derrota apoteósica del héroe y la deuda impaga de los dioses para con los hombres.

Soberbia es la dignidad atroz de la tragedia.

 

[Y soberbios son los trágicos. Supinos son los cómicos, en cambio, que es: lo mismo.

Más de lo mismo: ¿es más?]

 

El mayor y más insólito de los pecados: para ser realmente soberbio, se requiere ser realmente superior (ver etimología/s).

Alguien es más que cualquiera (por esto el super/hombre).

 

[En  su estado puro de naturaleza: ¡cuán terrible es la soberbia por lo escasa, por lo objetiva, por lo inobjetable!]

 

Conciencia de valía y de grandeza, sup/erba es el apodo criminal que dio la plebe a la nobleza. (No se puede odiar a nada que no tenga nombre. Por esto el amor se sobrepone —en sofisticación— el odio).

«El orgullo antecede a la caída», se dice, reconociendo la altura de quien lo posee, y la fatalidad helénica de que el orgullo le posea.

La soberbia es, pues, tan poderosa por lo necesaria. Pues sólo lo fatal carece de sentido y significa.

 

La soberbia es virgen. De no serlo, en todo caso es casta.

Pero es: siempre: justa, ciega y necesaria.

 

Lo demás es vanagloria, alarde, presunción, altanería, engreimiento, arrogancia,

ignorancia, indigencia, desmerecimiento, carestía, estrechez, miseria: sinonimia (ver entomología/s).

 

Cuando el ojo es menos entrenado cree que el horizonte es una eternidad doméstica, tendida como un perro o una garantía a los pies del hombre.

Pero una sensibilidad más especial por los extremos, es decir, la mía, junto a una preocupación más manifiesta en destapar al horizonte como a un mar, para que nos revele, entre polos perfectos y glaciales, los matices del vacío —eso ya no nos es permitido.

Quien reconoce límites, y para estrellarlos los constela en genealogías torvas e imponentes, peca y triunfa de soberbia.

Mi ojo ha sitiado la ciudad del presupuesto y la ha arrasado.

Soy el fin en sí (ensimismado). Mi ojo, ciego como un dios, el señalero parpadeante de la ruina de la historia.

Y ese (mismo) ojo zaherido la ha llorado.

 

Mi ojo es el sol, inmaculado:

 

que no ha conocido mujer y hace mucho que no trepa a un caballo. Se ha asentado como una espuela sobre el espinazo cada vez más curvo de la Tierra.

Te enrollarás sobre ti mismo, le he dicho, alguna vez, al mundo.

Y el mundo me correspondido con la lógica.

[Una noche solariega en Messina].  

 

El mundo es todo lo que es escaso.

Trinos, tronos, truenos: he doblado al lenguaje sobre sí como a una servilleta sobre mi regazo o una fusta de abedul que solo aparenta orientar la trayectoria del destino.

Las riendas están. Sueltas.

Quién como yo y las tormentas. Quién como yo y como ellas.  

 

¿Quiere que le diga qué es la felicidad, aparte del mentado antivalor cristiano?

 

Feliz el sol que es ocultista y orgulloso de su ciencia.

Feliz es el horror, que es una distorsión de la certeza.

Felices son los sabios y los necios en su indistinción.

Felices son (y sean, todavía) los queridos de los dioses sepultados.

Felices, sobre todo, son los trágicos, quienes no han de resolver nada, sino que son en sí los lineamientos de la solución.

 

El sol se ha velado tras el tul del mediodía.

Veo, desde este resplandor terreno, cómo va aserrándose el horizonte.

A falta de aire, de orgullo que infle las velas, el sentido trágico del mundo irá extinguiéndose como una vela. Y el desquite de las pequeñeces será innombrable.

Les esperan cosas nunca vistas, peligrosas y superfluas, contingencias. Muere con mi ojo la clarividencia.

 

La tierra está compuesta y descompuesta en vértebras y vigas antiquísimas. Mi ojo  sesga como una lanza su registro extraordinario de costillas, donde cada una de ellas es un universo y un espejismo de lo mismo.

Y es que la filosofía es también modesta, hasta que da un salto (evolutivo, hacia lo mismo) y se hace unívoca, inequívoca y cosmogónica.

 

[¿Quiere que le muestre qué?]

 

Y el sol es mi ojo, cerrado.

 

Pero el aire se ha vuelto estrecho, otra vez, e irrespirable, e intuyo —miento, veo— que los cielos ya están coludiéndose en el horizonte.

 

¿Quiere que le diga qué es verdad?

Hoy me he visto a mí mismo, y me he encantado. Que los hados me sean propicios.

 

* * *

Derechos reservados: la reproducción requiere autorización expresa y por escrito del editor y de los autores correspondientes.
© 2007, Mónica Belevan
Escriba al autor: MonicaBelevan@ciberayllu.com
Comente en la nueva Plaza de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu

Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Belevan, Mónica: «El gayo orgullo de Federico Nietzsche. Poesía » , en Ciberayllu [en línea]

702 / Actualizado: 01.03.2007